POR UNA MAYOR CONCIENCIA DEL ESPAÑOL*

José María Merino

Real Academia Española


Boletín de información lingüística de la Real Academia Española
[BILRAE · 12 · Junio de 2019]
http://revistas.rae.es/bilrae/article/view/291


Sin duda en diversas ponencias de este Congreso se recordarán los datos que dan a nuestra lengua común un especial lugar en el mundo: que ya nos acercamos a los 600 millones quienes la hablamos, que en el número de hablantes nativos superamos en casi cien millones a los de la lengua inglesa, que para las perspectivas de crecimiento del español en los Estados Unidos, por ejemplo, hay que considerar que se prevé que en 2060 sea el segundo país hispanoparlante del mundo, después de México, etc.

Mas, alejándome de referencias que pueden acercar mi intervención a lo autocomplaciente, quiero llevarla a su verdadero sentido, manteniendo que, a mi juicio, la mayor unificación del español entre sus hablantes resulta, en principio, provechosa para todos.

Las previsiones de crecimiento de esta lengua, en las que tendrán un papel fundamental los espacios americanos del sur, del centro y del norte, obligan a la coordinación y unificación de esfuerzos de todos los países hispanohablantes para prevenir descomposiciones y mantener firme y bien protegida de deterioros la columna vertebral del idioma, sus estructuras gramaticales, sin perjuicio de la variedad léxica y de las músicas verbales de cada territorio, que añaden una singular riqueza y belleza al conjunto.

Pues lo cierto es que, a la vista del crecimiento demográfico, el futuro del español no está en España, sino en Hispanoamérica, y que la descomposición del español, desde una mirada amplia y concorde con el verdadero panorama mundial de esta lengua, nos perjudicaría gravísimamente a todos.

Como ustedes conocen bien, el debate sobre la unidad o la pluralidad estuvo en los orígenes, a partir de la propia independencia de las naciones americanas, y gracias a la influencia de inolvidables lingüistas como Andrés Bello o Rufino José Cuervo prevaleció el criterio unificador, consolidando la lengua como un elemento de integración social, cultural y territorial de enormes proporciones.

Y con esto llegamos a lo que quiero manifestar al hablar de la «conciencia» del español. Aunque yo me refiero a su cuarta acepción en nuestro Diccionario, (conciencia como conocimiento claro y reflexivo de la realidad ) he utilizado ese término precisamente por los muchos matices que puede despertar en nosotros. El asentamiento del español en el mundo y sus previsiones de crecimiento, así como el progresivo interés que empieza despertar en otros grandes países, como China, lo convierten en un elemento muy importante de conexión humana universal, con lo que ello supone desde numerosas perspectivas.

Como señaló Alfredo Matus Olivier, en su nunca pronunciado discurso América en la Lengua Española: de la independencia a la interdependencia, de apertura del V Congreso Internacional de la Lengua Española, que habría debido celebrarse en Valparaíso en 2010, lo que impidió un infausto terremoto –aunque el discurso vive impreso en letra y en la llamada nube digital–: Si de algo se trata en estas jornadas es de unidad o, lo que es lo mismo, de cohesión, de concierto y coherencia, de consonancia y concordia, en fin, de entendimiento, respeto y solidaridad por medio de esta vasta, de esta transoceánica lengua española.

En la ocasión que nos reúne, yo cambiaría simplemente «jornadas» por «el momento que vivimos» o algo similar, pero no modificaría nada de lo referente a cohesión, concierto, coherencia, consonancia, concordia, entendimiento, respeto y solidaridad, pues creo que todo ello es decisivo para el futuro próspero de los hispanohablantes.

Sin embargo, no estoy seguro de que la coordinación y unificación que tal tarea supone, y sobre todo el conocimiento profundo del valor y de la significación planetaria de nuestra lengua española, tengan todavía suficiente vigor entre nosotros.

En tal concienciación –el aprecio de este idioma común como un patrimonio rico, interdependiente y delicado– juegan, jugamos, un papel fundamental las Academias de la Lengua, y nuestra fraternal comunicación es sin duda un hecho feliz en el asunto, pero la realidad nos debe hacer considerar la necesidad de otras participaciones sociales.

En ese sentido, pienso que deben implicarse profundamente los medios de comunicación –escrita y audiovisual– y, muy especialmente, los sistemas educativos.

Los medios de comunicación tienen que ser conscientes de que hay que huir todo lo posible del exceso de localismos y de la aceptación sumisa de neologismos innecesarios y, sin traicionar los estilos nacionales, preferir las formas de expresión que nos unen a tantos hispanohablantes frente a las que puedan separarnos.

En cuanto a la formación de la ciudadanía infantil y juvenil en el sistema educativo, no solo debe incluirse metódicamente en los programas la información acerca de las dimensiones universales de nuestra lengua, sino utilizar como material de apoyo a lo lingüístico textos literarios panhispánicos. Pues acaso nuestros países no jueguen el papel que corresponde a otros en los aspectos tecnológicos e industriales, pero sin duda en el orden de la creación literaria no tenemos nada que envidiar a ninguna otra cultura, sino que hemos sido y somos creadores de muchas obras importantes.

No voy a remontarme a ciertos gloriosos antecedentes medievales, pero sí señalar que el patrimonio literario del español brilla en el Siglo de Oro con los textos de Cervantes, de sor Juana Inés de la Cruz, de Quevedo, de Juan Ruiz de Alarcón, de Góngora, del Inca Garcilaso y de tantas otras primeras figuras; que en el siglo xix hubo importantes escritores españoles muy leídos en Hispanoamérica, como Leopoldo Alas Clarín, Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán. Que tras Rubén Darío se produjo en nuestra lengua una verdadera revolución estética y formal, y que en el siglo xx ciertos autores hispanoamericanos bien conocidos fueron precursores de generaciones, en todo el mundo hispánico, que dieron una enorme vitalidad a la creación literaria en esta lengua.

Permitan que me recuerde a mí mismo, amante de la literatura desde muy joven, tras leer a los autores del Siglo de Oro, a los románticos y a los grandes del siglo xix, descubriendo con apasionado regocijo la poesía de César Vallejo y la de Pablo Neruda, así como la narrativa de Juan Rulfo, de Jorge Luis Borges, de Alejo Carpentier, de Juan Carlos Onetti, de Augusto Roa Bastos, de Julio Cortázar... por citar solamente algunos de tantos nombres memorables.

El hecho es que la creación literaria en español ha sido galardonada en once ocasiones con el Premio Nobel, y quiero recordar que seis de los premiados fueron hispanoamericanos –Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa– y cinco, españoles – José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela– .

La buena literatura es un fruto indiscutible del español, y eso tiene que ser bien conocido en los centros educativos. Porque, además, hay géneros, como el cuento y el microrrelato, tan adecuados para apoyar y consolidar la enseñanza de la lengua, en los que el mundo panhispánico ofrece, a partir de la segunda mitad del siglo xx, una pujanza especial y distinguida en el panorama de la creación mundial de ficciones.

Coordinarnos en todo el espacio panhispánico para llevar la mayor conciencia de lo que significa esta lengua, en sus dimensiones materiales y culturales, a los responsables políticos de la Educación y de la Cultura de nuestros diferentes países, es una labor que debería primar entre los grandes acuerdos de este Congreso.

Muchas gracias.


* Este artículo se presentó en la Sección «El español, lengua universal», panel «El futuro iberoamericano del español», del VIII CILE celebrado en Córdoba (Argentina) los días 27-30 de marzo de 2019.