Introducción

El Académico Correspondiente Claudio García Turza nos ofrece el artículo ‘Hacia una definición de la esencia del lenguaje. Puntualizaciones críticas desde y sobre los planteamientos gnoseológicos de Leonardo Polo en «El lenguaje y la cultura»’ publicado anteriormente y que ahora ofrecemos en las páginas del BILRAE.


Boletín de información lingüística de la Real Academia Española
[BILRAE · 9 · Junio de 2018]
http://revistas.rae.es/bilrae/article/view/237


HACIA UNA DEFINICIÓN DE LA ESENCIA DEL LENGUAJE. PUNTUALIZACIONES CRÍTICAS DESDE Y SOBRE LOS PLANTEAMIENTOS GNOSEOLÓGICOS DE LEONARDO POLO EN «EL LENGUAJE Y LA CULTURA» 1

Claudio García Turza



1. Reflexionar con don Leonardo Polo, y no solo sobre don Leonardo Polo, particularmente acerca de cuestiones que tratan del hombre, de su acto de ser o de su esencia, y del conocimiento humano, constituye siempre el estimulante reto de lograr comprender sus averiguaciones y propuestas. Y ello porque su compañía intelectual llega a ser, en esos importantes asuntos, un magisterio único, incomparable, aunque, hablo desde mi experiencia, no siempre fácil de seguir, aprovechar y disfrutar.

1.1 Voy a referirme en esta ocasión al tema del lenguaje, concretamente, del lenguaje que llamamos convencional, aquel que pertenece al orden del disponer, al orden de las diversas manifestaciones que constituyen la esencia del hombre. Un tema que, no creo equivocarme, le interesó a Polo especialmente; y en el que, sin duda alguna, su aportación fue, sigue siendo, excepcional. Bien entendido que no son menos interesantes sus investigaciones sobre otras clases de lenguaje, a saber, el personal, el corpóreo o el lenguaje en cuanto palabra absoluta. Como es conocido entre los especialistas, a Polo no es posible comprenderlo bien sin tener presente de continuo aquella visión sistémica suya que ilumina a cada tema concreto por él examinado.

1.1.1 Su amplísima obra se halla impregnada, efectivamente, de penetrantes indagaciones sobre el lenguaje, con un marcado interés por diferenciar su naturaleza de la propia del pensar, de donde deriva, así como de situarlo en los espacios que le corresponden dentro del complejísimo y admirable conocimiento del hombre. A mi juicio, tan destacada dedicación de Polo al lenguaje podría venir motivada por su propia concepción del ser humano. Como el hombre es coexistencia, uno de los cuatro radicales trascendentales de su acto de ser, coexistencia o intimidad personal como apertura, por eso es un ser expresivo, un ser que necesita expresarse. Es difícil concebir la co-existencia humana, la apertura interior del hombre, dualizada con la libertad o apertura hacia afuera, a otras personas, y, sobre todo, constitutivamente abierta en su ser al ser divino, es difícil concebirla, repito, sin la expresión, sin la necesidad de expresarse. Y por ello, el ser humano de modo, podríamos entender, hasta apresurado, ha optado por ceñirse básicamente a unas formas significativas mediatas, en cierto modo lejanas, frías, excesivamente convencionales, dado que las fórmulas de relación inmediata, tan multiformes, le resultan ajenas, casi desconocidas, porque, como Polo bien advertía, la desatención o el olvido del prójimo acaba por atrofiar la apreciación y el aprovechamiento de aquellas. En otras palabras, aunque disponemos de recursos expresivos naturales, espontáneos, recurrimos un tanto apresuradamente a uno más artificioso, esa especie de tertium quid entre el emisor y el receptor que llamamos lenguaje convencional2. Y, por otro lado, sin perder de vista que por tal condición co-existente y expresiva, con el fin de facilitar precisamente esa esencial expresión suya (sin olvidar la finalidad primaria de la prosecución y perfeccionamiento cognoscitivos), el hombre tiene a su inmediata disposición, atesora, distintos y fundamentales hábitos lingüísticos.

1.1.2 A este respecto, me parece oportuno y justo afirmar aquí que el análisis que Polo hace, sobre todo, de dichos hábitos lingüísticos ayuda, con su potente luz innovadora, a identificar, aligerado ya así de muchos enigmas, el estatuto ontológico del lenguaje. Polo es, muchos lo reconocen, el pensador que mejor ha visto y valorado la naturaleza especialmente activa así como la génesis, número y función cognoscitiva y lingüística de los hábitos racionales adquiridos, fuente de donde proceden los múltiples lenguajes, o formulaciones lingüísticas, que posibilitan el hablar global humano3. Polo, en suma, ha visto con mayor claridad que nadie qué es eso del lenguaje.

1.1.3 Pero me parece muy conveniente hacer notar que el alto interés humanístico que encierra y despierta su explicación del lenguaje, al que sitúa, insisto, en el lugar que le corresponde dentro de la gnoseología, queda bien justificado por el extraordinario dominio teórico que Polo consiguió sobre el conocimiento mismo en el hombre4. Para un especialista como él en la teoría del conocimiento no es difícil penetrar en la índole del lenguaje (no me atrevo a decir que sea fácil), porque el pensar es superior al lenguaje y lo superior conoce y dota de sentido a lo inferior (y no al revés): el pensar es una praxis superior a la del lenguaje, ya que es praxis inmanente, mientras que la del lenguaje es, en buena medida, transitiva. Además, en el hombre lo superior siempre es previo a lo inferior: a su entender, no se puede estudiar el pensamiento en el lenguaje, porque es irreductible a él.

1.2 Me detengo aquí un momento para advertir que la relación condicionante a que acabo de referirme (comprender la naturaleza del lenguaje requiere una sólida competencia gnoseológica) determina y explica que no haya sido posible abordar este tema de la naturaleza del lenguaje en el ámbito mismo de la lingüística, ni siquiera en el de la lingüística «pura», dada la deficiente, muchas veces errática e, incluso, nula formación que en teoría del conocimiento tienen, a veces exhiben, muchos estudiosos de esta disciplina. Desconocimiento que, como es bien sabido, encuentra su razón de ser en la conjunción estrecha de los principios programáticos siguientes: a) la voluntad de dotar a esta disciplina, la lingüística, de un estatuto autónomo, de inmanencia científica; b) la adhesión y fidelidad inquebrantables al método científico; y c) la omisión deliberada –en algunos casos, velado desdén– de una exploración sistemática de la naturaleza profunda del lenguaje5.

1.2.1 En este orden de cosas, recuérdese que, con la excepción destacada de la gramáti­ca generativa transformacional, que realza el papel central de la facultad innata del lenguaje en la adquisición de las lenguas que determinan el hablar6, la lingüística postsaussureana emplea corrientemente el término lenguaje para referirse al ejercicio concreto del hablar, esto es, al conjunto de la actividad lingüística humana que delimita regularmente con las nociones de acto lingüístico o habla y lengua7, Río de Janeiro, 1952.- A. Meillet, Linguistique historique et linguistique générale, París, 1938.- B. Migliorini, Lingua e cultura, Roma, 1943.- G. Nencioni, Idealismo e realismo nella scienza del linguaggio, Florencia, 1946.- A. Pagliaro, Sommario di linguistica arioeuropea, i, Roma, 1930; L’ unità arioeuropea, Roma, 1942, y partic., Corso di Glottolo­gia, Roma, 1950, I- Questioni teoriche, cap. iv, 57-103.- H. Palmer, Memorandum on Problems of English Teaching, Tokio, 1924 (citado según Jespersen, op. cit., 23-64).- H. Paul, Prinzipien der Sprachgeschichte, Halle, 1920.- A. Penttila, «Einige Bemerkungen über die Unterscheidung von Sprache und Rede», en Actes du quatrième Congrès International de Linguistes, Copenhague, 1938, 157-163.- V. Pisani, «La lingua e la sua storia», en Linguistica generale e indeuropea, Milán, 1947-9-19; L’Etimologia, Milán, 1947; Introduzione alla linguistica indeuropea, Turín, 1949; Geolinguistica e indeuropeo, Roma, 1940; «Oggetto della glottologia», en Saggi di lingua e filologia, Roma, 1934, 27-28; «Augusto Schleicher e alcuni orientamenti della moderna linguistica», Paideia, 4, 297-318.- W. Porzig, Das Wunder der Sprache, Berna, 1950, 106 y ss.- A. Sechehaye, Essai sur la structure logique de la phrase, París, 1926.- N. S. Trubetzkoy, Grundzüge der Phonologie, Praga, 1939, tr. fr., Principes de Phonologie, París, 1949.- K.Vossler, Gesammelte Aufsätze zur Sprachphilosophie, Munich, 1923, trad. esp., Filosofía del lenguaje, Buenos Aires, 1947; Positivismus und Idealismus in der Sprachwis­senschaft, Heidelberg, 1904 y Sprache als Schöpfung und Entwicklung, Heidelberg, 1905; trad. esp. de ambas obras, Positivismo e idealismo en la lingüística, Madrid, 1929.- y W. von Wartburg, Problemas y métodos de la lingüística, Madrid, 1951, 8-12 y part. 341-352. En Saussure –conviene precisarlo enseguida– la expresión lenguaje humano comprende igualmente la lengua, que es la parte esencial, y la parole, constituyente accesorio, multiforme y heteróclito. Pero al trazar una barrera infranqueable entre estas dos realidades, que considera autónomas e independientes (langue = ’entidad general, ideal, abstracta, extraindividual’ / parole = ’entidad momentánea y ocasional, material, concreta, individual’), es decir, al ver en el hablar concreto solo hechos de habla (facts of speech) y no, también, hechos de lengua (facts of language), el lenguaje humano no puede reducirse a la actividad humana que denominamos hablar8.

1.2.2 Y nótese, en fin, que hasta en la bien conocida caracterización de la esencia del lenguaje elaborada por Eugenio Coseriu, no hay un lugar para el hábito lingüístico o conocimiento habitual propiamente dicho, según mostré hace ya tiempo9. Es verdad que, en su extensa y meditada obra, donde se identifica, además, el conocimiento humano con la pura potencia cognoscitiva que es la facultad, tampoco se define expresamente el conocimiento lingüís­tico como actividad operativa, por lo que es el mismo proceso discur­sivo de sus trabajos lo que evidencia que en la consideración de este eminente lingüista y filósofo del lenguaje el conoci­miento lingüís­tico pertenece exclusivamente al orden gnoseológico de las operaciones intelectuales10.

1.3 Ahora bien, aunque he orientado aquí la breve referencia crítica que precede al ámbito de la lingüística, me atrevo a afirmar que esta observación podría ser también pertinente en la ladera de la filosofía misma. Al respecto, me limito a recordar el comentario de Polo sobre la posible distinción efectuada por Wittgenstein entre saber jugar al ajedrez y la partida jugada o ajedrez ejercido, con la información añadida de que el filósofo austriaco no hace tampoco referencia alguna al tecnicismo hábito como saber jugar. Y aún puede resultar más significativa la noticia posterior sobre esa misma cuestión, planteada y narrada igualmente por Polo: «Y Dummett me dijo que no [que el lenguaje no es un hábito], seguramente porque tampoco sabía lo que es un hábito y lo entendía como costumbre»11.

2. Pero desciendo ya al núcleo de esta colaboración, al objeto concreto de mi análisis y punto de partida de algunas reflexiones y observaciones personales. Una de las líneas de investigación que en la actualidad estoy llevando a cabo, como se habrá podido deducir de lo que antecede, se orienta al estudio en profundidad de la naturaleza del lenguaje. Para ello, parto especialmente de las averiguaciones de Polo, con el objetivo último de ir así perfilando, asentando de forma más segura y firme, mi propia concepción del lenguaje. Y me ha parecido oportuno para esta ocasión centrar dicho estudio en una aportación suya de índole divulgativa, el bien conocido capítulo octavo, «El lenguaje y la cultura», de su libro Quién es el hombre12, con mayor exactitud, en el contenido de los epígrafes Las condiciones biológicas del lenguaje y Los significados del lenguaje. Procedo así, con un análisis detallado de esa breve, aunque densa, colaboración suya, caracterizada por una intención, como ya he dicho, divulgativa, porque estoy intensificando mi dedicación actual a esta línea de investigación (que, por otra parte, en ningún momento he abandonado); se trata además de una obra de Polo que no había estudiado; y, finalmente, porque, por experiencia propia (seguramente compartida también por muchos investigadores), no ignoro que el cauce de la divulgación fuerza a sintetizar y, sobre todo, a aclararse uno mismo las cuestiones más complejas de cualquier tema de investigación para llegar a aclararlas a los demás y así conseguir su cabal comprensión. No de otro modo concibo la razón de ser última de la filología. Bien entendido que el estudio particularmente minucioso de dichos epígrafes se complementa, ese es mi proceder habitual, con el análisis de una muy meditada selección de otras investigaciones, de mayor amplitud y profundidad, de Polo, y de otros pensadores y científicos afines, sobre el mismo tema. He procedido, pues, a una lectura y examen detenidos del trabajo citado, a los que acompaño, de algunas sugerencias y apreciaciones críticas.

2.1 Pero me parece de interés, ya desde el comienzo del examen del fragmento seleccionado, informar de que, para la presente investigación, no he utilizado un único texto, sino exactamente dos versiones textuales del mismo estudio poliano. La primera, cronológicamente más antigua (así lo supongo), más espontánea, personal y fiel a su oralidad originaria, me la proporcionó amablemente el profesor Sellés; y la segunda, más elaborada y corregida, corresponde al texto publicado por Ediciones Rialp. Entre ambas, me interesa destacarlo, se dan no pocas variaciones textuales, bastantes veces de notable calado, en relación con la cuestión que nos ocupa. Aunque, como es razonable, en este trabajo me referiré a cada una de ellas solo cuando entienda que su lectura puede resultar pertinente.

2.2 Ahora bien, en esta circunstancia, por razones obvias, voy a reducir la temática analizada a la sola exposición de todo aquello que tiene que ver con la definición del lenguaje, exactamente, qué significa para Polo el tecnicismo lenguaje. Y a este respecto me parece muy importante aclarar que Polo en este estudio sigue las averiguaciones de Aristóteles, quien desarrolla el tema con extraordinaria agudeza y un enfoque genuinamente filosófico al ofrecernos una magistral comprensión sistémica del lenguaje.

Ya en las palabras introductorias del capítulo examinado, Polo escribe: «Hemos estudiado al hombre como ser de oportunidades, de alternativas, como ser familiar, social, como ser que inventa, el animal con manos, el animal erguido, capaz de crecimiento irrestricto en el tiempo. Pero hay otra dimensión humana muy sobresaliente: el hombre sabe hablar. Esto es digno de una larga meditación. Si el hombre no pudiera hablar, nada de lo que hasta aquí se ha indicado sería posible. El hombre es social porque habla; el hombre puede progresar, colaborar y ser ético porque habla. No hay otro animal que sepa hablar»13.

Enseguida se habrá percibido que Polo comprende en su noción de lenguaje ambas dimensiones: el lenguaje es saber hablar y hablar. Es verdad que en este trabajo divulgativo, no está de más advertirlo, es en las palabras introductorias citadas donde figura, sin comentario alguno, el saber hablar, y que a partir de ahí lo explicado bajo los epígrafes antes aludidos se refiere exclusivamente a la dimensión del hablar.

Y añado aquí que Polo, a lo largo de su obra, en última instancia, entiende igualmente por lenguaje el saber hablar y el hablar, aunque antepone o prioriza (incluso, excluye) a una de las dos dimensiones según sean los contextos descriptivos, más cognoscitivos o más poiéticos, en que profundiza sobre el lenguaje. Valgan algunas afirmaciones extraídas del contenido del epígrafe Indicaciones sobre el lenguaje, dentro de El conocimiento del universo físico:

a) El lenguaje, propiamente, o ante todo, es saber hablar: «Los analíticos dicen que la metafísica se reduce al lenguaje; pero lo que es lingüístico es, ante todo, el hábito abstractivo» (p. 184), «Pero el lenguaje no consiste en hablarlo, ni en escribirlo; eso es poiesis, eso no es conocimiento» (p. 185), «En el conocimiento, según el estatuto cognoscitivo de la lengua [?], el lenguaje es hábito» (ibid.), «En su estatuto habitual el lenguaje ya no es lo que llamamos lenguaje hablado: eso es un derivado. El hábito lin­güístico es el saber hablar, pero el saber hablar no es lo mismo que el ha­blar» (ibid.).

b) El lenguaje es hablar: «Como saber el lenguaje no es lenguaje, sino la condición de posibi­lidad del lenguaje, porque el hablar es un acto práctico, no un acto cognos­citivo; pero ese acto práctico no se puede ejercer por parte del hombre, si no se sabe hablar; y saber hablar es un hábito» (ibid.).

c) Una postura conciliadora, aunque no del todo clarificante, sería esta: «Luego el lenguaje tiene tres niveles: el nivel de la ejecución del acto lingüístico, el nivel imaginativo, y el intelectual» (ibid.).

2.2.1 Llegado a este punto, confieso que, al observar estas asignaciones alternantes (podría agregar muchas más), acabo experimentando cierta confusión. Al tiempo que me atrevo a proponer una vía de solución al problema. Teniendo en cuenta que no es lo mismo saber hablar que hablar, ya que la naturaleza de los actos y operaciones que comprenden son evidentemente distintos, y que además, como razona Polo, «el hablar nunca agota el saber hablar. Se pueden formar todas las frases que se quieran, pero no es posible verter todo el saber hablar en las frases»14, ¿por qué no asignamos un tecnicismo específico para cada una de las dos dimensiones? Por mi parte, propongo, al menos provisionalmente, que con el término lenguaje se haga referencia exclusivamente al saber hablar, a ese conjunto asombroso de hábitos intelectuales o lingüísticos mucho más activos que las operaciones cognoscitivas mismas; unos hábitos que garantizan el permanente ejercicio cognoscitivo, determinan un perfeccionamiento irrestricto del conocer humano y posibilitan con una eficacia incomparable el habla, la ejercitación lingüística del hombre. Sin perder de vista, en relación con este último aspecto, que el ejercicio del lenguaje exige además el hábito o dominio teórico-técnico de la imagina­ción y conexión de símbolos fónicos, así como diversas habilidades tanto elocucionales y expresivas (conocimiento habitual de las normas elocucionales y expresivas) como psico-físicas (dominio de los mecanismos psico-físicos del hablar).

2.2.2 Pero he dicho «al menos, provisionalmente» ya que, una vez expuesta y sucintamente razonada mi propuesta, me atrevo a llamar la atención sobre la inconveniencia del empleo del término mismo lenguaje (un sustantivo, por cierto, tomado del occitánico antiguo leng(u)atge, o del catalán llenguatge). Como tal sustantivo, es decir, como aquella palabra que designa o identifica seres, animados o inanimados, se presta a desvirtuar la concepción de cualquier tipo de actos y de operaciones o, cuando menos, es una categoría verbal que no ayuda precisamente a una comprensión cabal de ellos. Tanto si se piensa en el acto cognoscitivo habitual ‘saber hablar’ como si se concibe el lenguaje como ‘usar el saber hablar’ (= hablar), es evidente que el sustantivo lenguaje resulta totalmente desafortunado por su falta de correspondencia con lo significado: lleva irremediablemente a cosificar la comprensión del lenguaje.

2.2.3 Es muy posible que Polo experimentara una insatisfacción similar ante el uso exclusivo, no muy adecuado, insisto, del tecnicismo lenguaje, que forzosamente debía hacer al referirlo nada menos que al saber hablar, a los distintos hábitos intelectuales. Me baso para esta suposición en un hallazgo que considero de la mayor importancia si pensamos en la necesidad de una cura lingüística de la filosofía, que él en la práctica tanto fomentó. Al referirse al asunto de la convencionalidad de las palabras, lo considera clave porque, según dice, literalmente: «con él se pasa del habla al lenguaje»15. Aquí conviene aclarar que en este contexto Polo designa con la palabra habla a las distintas operaciones que culminan en la articulación de las voces, por lo que su empleo queda legitimado tanto al referirla a los hombres como a los animales (muchos animales también hablan). Pues bien, influido posiblemente por la adecuación de la forma verbal hablar, en infinitivo (y que no se conmensura, pienso, con la índole de las operaciones que intervienen en la ejecución lingüística), crea acertadamente el tecnicismo lenguajear, esto es el ‘hablar que comprende la formación de los significados convencionales’. Literalmente, dice Polo: «No es lo mismo hablar que "lenguajear". "Lenguajear" es utilizar las articulaciones de las voces con significaciones convencionales»16.

2.2.4 Tratemos de ahondar un poco en las razones del empleo exclusivo, en este caso, del tecnicismo lenguaje, desde la perspectiva de la categoría verbal de sustantivo que conforma su modo de significar. El pensamiento occidental, como bien se sabe, es prioritariamente «objetualista». Da primacía a la entidad y al análisis del objeto pensado sobre la operación de pensar: en general, es más importante el nóema que la nóesis. Podríamos concluir que la historia del pensamiento occidental más que consistir en el olvido del ser, como observa Heidegger, parece caracterizarse por el olvido del ser del conocimiento. Ahora bien, con relación a las ciencias de la cultura o del espíritu, las consecuencias de la separación de ambas dimensiones –conocer y conocido– y de la postergación de los análisis en torno a la naturaleza del conocer y a su pluralidad operativa son verdaderamente trascendentales. Y respecto de la misma ciencia lingüística, particularmente de la semántica, avivan la confusión del estatuto ontológico de los objetos científicos «natural» y «teórico». En efecto, como intentaré demostrar por extenso en otro momento, resulta habitual atribuir al objeto pensado funciones específicas de la operación de conocer. Así, por ejemplo, Coseriu define el significado como «estructuración de la experiencia humana» o «representación del ser [de las “cosas”]»17, empleando frecuentemente sustantivos de acción para la referencia a la entidad gnoseológica de lo pensado.

Ahora bien, parece claro que el olvido de los actos y operaciones cognoscitivas favorece e intensifica nuestra habilidad intelectual «cosificadora». Y en relación con esta propensión a sustantivar, tan perniciosa, a mi entender, por ese poder desvirtuador, insisto, de las nociones que refieren a los actos y operaciones, hace al caso aducir lo que considera Polo su origen: «La lucha con el lenguaje es propia del filósofo; tenemos una pro­pensión (creada por el lenguaje) a sustantivar; nuestra mente es “cosista” por contaminación “lingüística”, y todo aquello que no es cosa nos parece evanescente. Fijar la atención en el valor no sustancial del mundo requiere indudablemente esfuerzo»18. Pues bien, si a esta inclinación natural se suma la postergación de la operación misma del conocer, no deberá extrañar que a la actividad tan intensa y perfecta del ser humano, a saber, a la actividad cognoscitiva habitual, se la conciba sustancialmente con la palabra lenguaje. Como tampoco habrá de sorprendernos que, a los modos de hablar, a las técnicas determinadas de expresión que se dan concretamente en los actos de hablar, es decir, a los distintos «adverbios» de los verbos-actos de habla, se los conciba también sustantivamente bajo la denominación de lenguas. En este orden de cosas, quisiera aquí simplemente advertir que las consideraciones sobre el empleo, a mi juicio, inadecuado del sustantivo lenguaje tienen la misma validez para la mediatización también deturpadora que origina el sustantivo lengua (y otros muchos términos, nucleares, filosóficos y lingüísticos)19.

2.3 Pero la cuestión terminológica aún se complica más y la confusión se acrecienta al observar que Polo, como el lenguaje en cuanto saber hablar es un hábito cognoscitivo y hay varios hábitos cognoscitivos, concluye que, en rigor, hay varios lenguajes o un lenguaje (el abstractivo o semántico) y varios metalenguajes: «Ahora bien, dice, si el lenguaje se corresponde con distintos niveles cognoscitivos, se han de estudiar los lenguajes de acuerdo con los niveles cognoscitivos»20. Y un poco antes: «A los niveles superiores a la abs­tracción, afirma, conviene llamarlos metalingüísticos, o hablar de metalenguaje. Con esto ajustamos una noción que aparece en el neopositivismo. Si se trata de niveles inferiores, cabe llamarlos infralingüísticos»21.

2.4 Por otro lado, aunque, por razones obvias, no pueda aquí ni siquiera sintetizar qué comprende Polo bajo el término hablar22, sí quisiera, al menos, insistir en que, como en el caso del lenguaje, que comprende las dos dimensiones distintas ya expuestas, el saber hablar y el hablar, también el tecnicismo hablar se presenta con dos contenidos distintos: a) las operaciones de discernir sonidos o voces articuladas y de producir y emitir voces y voces articuladas, que corresponden al hablar de los animales; y b) las de percibir y producir voces articuladas seguidas de la formación de significados convencionales, que son las específicas del hablar humano, o lenguaje como hablar.

3. Ahora bien, por la rareza misma de su amplia presentación, resulta obligado y pertinente referirse aquí un poco más por extenso a una definición del lenguaje, concebida y formulada como tal por Polo, dentro ya del epígrafe Los significados del lenguaje. Es esta: «El lenguaje son esas voces articuladas a las que se añade, o en que se da, un significado convencional»23.

3.1 Al sostener Polo en este estudio que analizamos, y en toda su extensa obra, que el lenguaje es saber hablar y hablar indistintamente, no parece consecuente que el género próximo de su definición sea las voces articuladas, es decir, el producto, el ergon, de una operación transitiva biológico-articulatoria. A mi juicio, resulta excesivo, desajustado, el protagonismo atribuido a la cosa, a la fisicalidad del signo, cuando expresamente reconoce Polo que esta dimensión física y biológica constituye solo el «umbral» del edificio del lenguaje24. Un protagonismo que queda reflejado hasta en la expresión morfosintáctica: la forma de plural son prueba inequívocamente que el sintagma el lenguaje funciona como atributo de una oración atributiva en que el sujeto manifestado es la expresión esas voces articuladas25.

3.2 La ordenación de los elementos que componen esta definición corresponde a la pluralidad de operaciones ejercidas por el que oye y escucha, y no por el que, en sentido estricto, habla. Y para evitar confusiones gnoseológicas y lingüísticas, deben, a mi juicio, distinguirse bien las unas de las otras pues entre ellas, impropiamente denominadas por lo común «el acto de habla», se comprueban sin esfuerzo diferencias en el orden de su ejecución. Y sobre todo se da una, esto debe subrayarse especialmente, que afecta a la misma naturaleza de dichas operaciones. De acuerdo con las primeras, las diferencias de orden, aunque no comparto las interpretaciones de fondo que estoy aquí cuestionando, podría igualmente formularse así la definición: «Lenguaje son esos significados convencionales a los que se añade una voz articulada». Y en cuanto a la diferencia entre hablar y oír-escuchar atingente a su naturaleza, no ofrece dudas que la operación de hablar o producir-emitir la voz articulada es praxis transitiva, por lo que la voz articulada constituye el producto o ergon, mientras que la operación de percibir la voz articulada es una operación cognoscitiva, praxis inmanente, conocimiento sensible, donde la voz articulada pasa a ser objeto poseído de la operación de conocer.

En la presente definición, es evidente, se omiten del todo las operaciones del hablar propiamente dicho al estudiar el lenguaje como «acto de habla» (lo que practicado habitualmente puede impedir ver algo tan elemental como que la expresión oral o escrita se crea antes de ser escuchada, recreada o interpretada o que las dificultades hermenéuticas las tiene el intérprete y no el autor de la expresión). Así mismo, en esta definición que examinamos se prescinde, igualmente, del todo de la primera operación de oír-escuchar, transformando mentalmente el objeto conocido de la operación cognoscitiva sensible de oír en un producto fisicalizado, el propio de una praxis transitiva, que es justamente el que tiene lugar en la última operación del hablar, la que produce físicamente la voz articulada. A partir de ahí se tiene la impresión de que se atribuyen facultades especiales al supuesto producto, virtudes que solo corresponden a las cosas: «las palabras transmiten un significado», «las palabras vehiculan significados», etc.26

3.3 Además, me parece evidente que «añadir» «un significado convencional» a «voces articuladas» resulta ónticamente imposible. Me apresuro a agregar aquí que un poco después de esta definición Polo escribe, haciendo suya la siguiente aserción del Estagirita: «Aristóteles dice taxativamente que la palabra tiene un significado convencional»27, y fuera del trabajo que ahora estudiamos, especialmente en el CTC ii (pp. 181-191), resultan usuales expresiones como: «[la intencionalidad] se añade al sonido», «está unida a lo físico», «se dota de intencionalidad [a lo físico]», «se presta [intencionalidad] a lo físico», «la intencionalidad queda unida o acompaña a la cosa», etc. A ellas añado, únicamente, la siguiente cita textual «Si la intencionalidad está unida a lo físico, como ocurre con las palabras, con las banderas y otros ejemplos posibles, resulta que la intencionalidad es añadida: y como lo físico no dice que haya que añadírsela, ha de intervenir alguna decisión humana, una experiencia» (p. 182).

Tras estos testimonios, repetidos frecuentemente en las explicaciones de Polo, sintetizo mi opinión, que, precisamente, manifiesta en este tema una profunda influencia suya: el esse reale no puede tener o poseer de suyo al esse intentionale. Este solo es poseído en y por la operación intelectual de poseer. Es imposible que lo conocido en tanto que conocido esté en situación de confu­sión óntica con la estructura de las cosas –o del cognoscente– como un integrante suyo. El pensamiento no forma parte ónticamente de nada: solo es poseído operativamente. El pensamiento, per se, el conocimiento, por definición, es lo separado absolutamente de todo. Ambas dimensiones, la física y la cognoscitiva, no pueden componer de suyo un esse unitario, es decir, un pensamiento incorporado en las unidades reales y concretas. Por ello la conexión entre ambas magnitudes no es natural, sino convencional, ad plácitum. Pero para que se ejerza ha de darse en el terreno de una de las dos. Pues bien, la vinculación tiene lugar, de manera habitual, en los dominios del pensamiento.

3.4 Por otra parte, la referencia frecuente en la obra de Polo a la convencionalidadal de las palabras, ilustrada con ejemplos del tipo «la palabra ‘gato’», como en el estudio que en esta ocasión centra nuestro examen28 y en la definición que ahora analizamos la presencia de «voces articuladas» con «significado convencional», circunscribe el alcance del lenguaje al hábito abstractivo y al correspondiente lenguaje semántico, aquel en que hay articulación cognoscitiva presencial del tiempo. De tal forma que quedan fuera de la consideración del lenguaje el resto de hábitos racionales adquiridos y los correspondientes lenguajes, aquellos que dichos hábitos posibilitan.

3.5 No figura tampoco en la definición ninguna referencia al obligado acto cognoscitivo imaginativo-acústico, a la configuración fonológica con la que se asocia habitualmente por convención la intencionalidad. Importa mucho advertir que en este trabajo de Polo, dentro de las operaciones centrales del «acto de hablar», no figura dicho acto cognoscitivo imaginativo. Y hago notar, a este respecto, que entre los hábitos lingüísticos que comprenden el complejísimo y admirable entramado del saber hablar no deben silenciarse, como generalmente ocurre, los que hacen posible, en el acto específico de hablar, el saber relacionar o vincular el significante al significado, esto es, la configuración imaginativo-acústica que consiste en objetivar mentalmente la imagen acústica, la secuencia de fonemas diferenciados, a la que el hombre hablante asocia, por convención, la intencionalidad. Y, análogamente, el acto concreto de escuchar solo será hacedero mediando, entre otros hábitos, el que hace posible el acto cognoscitivo imaginativo o configuración fonológica de cada uno de los impulsos acústicos.

3.6 Y finalmente, en relación con el significado convencional, la preterición denunciada de las distintas operaciones del circuito completo del habla o del «acto de habla», suplantada, como es habitual en las llamadas «ciencias del hombre», por una fusión óntica de lo físico o materialidad sonora, no remitente, de la palabra con lo cognoscitivo, añadido a lo físico y remitente, en una realidad concebida «cosísticamente», supuesta o inventada (ya que no hay una relación de coexistencia necesaria entre ambas dimensiones), induce, en primer lugar, a ensanchar el papel de la convencionalidad lingüística, exactamente, a ver en dicha fusión dos tipos de convencionalidad: 1) el que se fundamenta en la consideración de que el pensamiento lingüístico remite en universal a la realidad; y 2) el que se basa en la creencia de que el pensamiento lingüístico no guarda semejanza ni parecido alguno con la realidad. Y, en segundo lugar, lo que puede ser más trascendente, explica que deje de verse la convencionalidad genuina, aquella que solo se da entre las operaciones mismas, cognoscitivas y físicas. Se mezclan, en efecto, en la exposición de Polo la convencionalidad entendida como la referencia de una sola palabra a múltiples realidades (unum de multis) con la de la ausencia de parecido entre la intencionalidad añadida de la palabra y la realidad misma. A este respecto, hago notar que Sellés, en cambio, sí separa convenientemente esa dualidad tipológica de lo convencional29.

3.6.1 Ahora bien, el primer tipo de convencionalidad detectado (las palabras significan en universal, no en particular) no es para nada específico del lenguaje. Este lo hereda del pensar, que también remite así, en universal. Además, respecto de ese significar del lenguaje en universal y no en particular, Polo advierte que dicha característica del lenguaje es más acorde con seres inteligentes que no la específica del lenguaje natural, donde a cada signo le corresponde una sola realidad. Sin olvidar que economiza esfuerzos; callamos más de lo que decimos porque no se podría hablar ni aprender con infinitas voces. Para poder hablar, poder entendernos y poder aprender, en efecto, no tenemos más remedio que callar más de lo que decimos, mediante el hábito de versar sobre muchos (unum de multis). El lenguaje como está al servicio del pensamiento, debe ser sintético. Es mejor lo sintético y universal que lo particular, jeroglífico, representativo. Ahí radica la necesidad del lenguaje convencional. Todavía más, en relación sistémica con esta propiedad, prosigue Polo, se encuentra la elipsis lingüística: el lenguaje, en atención a la intencionalidad intelectiva, es necesariamente elíptico: no lo dice todo ni puede decirlo todo; como el conocimiento, el lenguaje no puede agotar lo real.

En suma, este modo de significar del lenguaje, en universal, es evidentemente heredado. El pensamiento, que también refiere mejor así, en universal, es la fuente y fundamento del lenguaje. El pensar posee en propio el significado, mientras que el significado del lenguaje vive de prestado respecto del pensar. Por lo tanto, el significar en universal no es específico del lenguaje, sino del pensar mismo, de donde procede el lenguaje, que está a su servicio. La convencionalidad del lenguaje (unum de multis), heredada del pensamiento, no es una característica genuinamente lingüística.

3.6.2 El segundo tipo de convencionalidad (el pensamiento lingüístico no guarda ningún parecido o semejanza con la realidad) contraviene, a mi juicio, la finalidad prioritaria del lenguaje: el lenguaje, lo repite muchas veces Polo, está hecho para hablar de las cosas, del mundo físico. Pero para Polo el pensamiento lingüístico, la intencionalidad lata o añadida del lenguaje, al estar contaminado de lo físico, de la materialidad sonora, no lleva necesariamente a la realidad. El conocimiento, en cambio, el esse intentionale sí se parece a la realidad, se conmensura con ella; es verdadero al darse la adecuación con lo real. La intencionalidad pura, sin ser una copia de lo real, sí viene medida por la realidad: no puede haber más verdad que realidad. En el pensamiento lingüístico, por el contrario, no se asegura la conmensuración, la adecuación, con lo real; no es este el territorio propicio para las vivencias con la verdad. Conviene repetir aquí el texto de Polo donde asume, así lo entiendo, la interpretación del Estagirita: «Aristóteles dice taxativamente que la palabra tiene un significado convencional y no se parece a la cosa que significa: la palabra “gato” no se parece al gato; no tenemos una palabra natural para el gato»30

Pero, insistimos, el lenguaje está hecho, adecuadamente diseñado, para hablar de las cosas, de la realidad sensible (y no, por supuesto, de la inmaterial, espiritual, como es el propio pensar o incluso el mismo lenguaje). Todo ello, porque entre sus operaciones específicas también cuentan las físico-biológicas y, por tanto, la materia, a cuyas leyes, en ese caso, queda sometido. Por ello, si su naturaleza convencional implica la imposibilidad de que su referencia sea medida, conmensurada por la realidad misma, sin la capacidad de descubrir la verdad de las cosas, sin iluminar las cosas, simplemente informando sobre ellas, el lenguaje no garantiza necesariamente la veracidad de lo que decimos sobre las cosas. Si esto es así, en realidad con el lenguaje no hablamos ni podemos hablar de cosas, sino de sucedáneos mentales suyos. Esto equivale a decir que, aceptando que la intencionalidad lingüística es necesariamente convencional, la comunicación interpersonal no puede tener como norte la verdad, sino acuerdos voluntarios. A partir de esta concepción de la convencionalidad lingüística, con el pensamiento lingüístico ni se busca ni se puede buscar la verdad.

3.6.3 A mi juicio, la convencionalidad, históricamente determinada y asumida, viene explicada, en cambio, por la asociación habitual, por el hábito cognoscitivo de asociar las diversas operaciones que intervienen en el hablar y en el oír-escuchar. No se trata de que una operación, per se, lleve a la otra, sino de que es el propio hábito de asociarlas quien explica suficientemente la asociación. La intencionalidad en la operación primera del hablar y en la última del escuchar no es en sí misma convencional. La convencionalidad previa, históricamente determinada, ha sido asumida y, en todo caso, podríamos decir que se da en la asociación habitual de las diversas operaciones cognoscitivas entre sí o en su relación con las que producen la voz articulada. Esto se ve claro con nuestra asistencia imaginaria al momento en que Polo crea los términos lenguajear o dialecticar. Un buen día Polo, disconforme con el empleo del término hablar con referencia tanto al mundo de los animales como al mundo del hombre, tuvo la feliz y sintomática ocurrencia de asociar (en un seminario o en una clase ordinaria) la operación cognoscitiva ‘utilizar las articulaciones de las voces con significaciones convencionales’ a la cognoscitivo-imaginativa /lenguajear/, y esta, a su vez, a la físico-biológica [lenguajear], por este orden; y a partir de ese momento adquirió, junto con los discípulos y oyentes del seminario o de la clase, el hábito cognoscitivo de asociar esa operación intelectual a la cognoscitivo-imaginativa, y esta, a la físico-biológica. Lo mismo cabría decir para la otra innovación terminológica dialecticar ‘emitir voces articuladas o variaciones dialectales los animales y el hombre’, atestiguada así mismo en El lenguaje y la cultura31. En suma, en el tema de la convencionalidad lingüística el protagonismo lo ostentan los hábitos asociativos de las operaciones del circuito del habla. Es, a mi entender, un hábito cognoscitivo, una vez más, el hábito de asociar operaciones cognoscitivo-físicas o físico-cognoscitivas, la auténtica explicación de la convencionalidad lingüística.

4. Y concluyo. Creo que es muy necesario volver a la entidad misma del lenguaje, a las operaciones en que realmente consiste, abandonando la estudiada realidad supuesta, inventada, de la fusión óntica de lo físico con lo cognoscitivo. Aunque, soy consciente de su dificultad, esa vuelta a «las cosas como son», al mundo de los hábitos y de las operaciones cognoscitivas y físicas, exige una modificación radical de la terminología (lenguaje, signo, palabra, lengua, etc.), imprescindible en los estudios de filosofía y lingüística que ante todo buscan el rigor ontológico y la precisión conceptual. Partimos con bastante ventaja, puesto que, en muy alta medida, ya nos desbrozó lo más intrincado del camino nuestro recordado y admirado profesor, don Leonardo Polo.


  1. L. Polo, Quién es el hombre. Un espíritu en el tiempo, Madrid, Rialp, 20076.ª, pp. 154-183. Este artículo se publicó en Gonzalo Alonso-Bastarreche, Miguel Martí Sánchez, Rafael Reyna Fortes (eds.), Perspectivas del conocimiento. Estudios sobre la teoría del conocimiento de Leonardo Polo, Cuadernos de Pensamiento Español, 66, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2017, pp. 253-271.

  2. Polo da mucha importancia a esa visión más amplia, expresiva y hasta natural del lenguaje del hombre: «En suma, no todo el lenguaje humano es el lenguaje articulado habla­do; hay otro lenguaje humano que no se sabe exactamente cómo es, pero que amplía enormemente el punto de mira de los estudios sobre el len­guaje. ¿Cómo sabe una madre que el niño está molesto? Porque eso lo sabe la madre; ¿lo sabe por instinto? Más bien lo sabe porque está muy atenta, y cualquier expresión del niño le está diciendo algo. La lengua, en definitiva, no es más que algo así como una manera de formalizar, de me­diatizar, de establecer un intermediario que pueda fijar suficientemente las significaciones; y además que sea fácilmente reconocible. Pero el lenguaje corpóreo del hombre es muchísimo más amplio; lo que pasa es que esta­mos ciegos a él ¿Y por qué estamos ciegos? Porque tenemos muy poco in­terés por el prójimo; y por lo tanto, establecemos unas formas de comuni­cación, unas fórmulas significativas, que son lejanas, y ellas mismas se constituyen como un tertium quid entre el emisor y el receptor. Pero la re­lación inmediata entre emisor y receptor, esa que aparece en las madres algunas veces, esa la tenemos muy atrofiada» (L. Polo, El conocimiento del universo físico, Pamplona, Eunsa, 2008, p. 201).

  3. A este respecto, es obligado elaborar ya estudios monográficos a partir del completísimo mapa de cada uno de los niveles de los lenguajes convencional y personal que, desde un profundo conocimiento de la obra poliana, ha elaborado Sellés en «Los niveles de lenguaje convencional y personal. Un estudio al hilo de la filosofía de Leonardo Polo», dentro de A. L. González y D. González Ginocchio (edits.), Pensamiento, lenguaje y realidad. Estudios sobre la filosofía de Leonardo Polo. Cuadernos de pensamiento español, 47, Servicio de publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2012, pp. 109-126.

  4. En tal sentido, cabe destacar esta rotunda valoración de Sellés, que suscribo: «Ya se ha indicado que uno de los puntos fuertes de Leonardo Polo es la teoría del conocimiento, siendo el suyo, seguramente, el tratado de mayor rigor y envergadura en esta disciplina a lo largo de los tiempos» (J. F. Sellés, Leonardo Polo, en F. Fernández Labastida y J. A. Mercado (edits.), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2013/voces/polo/Polo.html.

  5. He tratado ampliamente sobre esta cuestión en C. García Turza, «Sobre la esencia del lenguaje», Moenia, 5, 1999, pp. 33-68.

  6. Para la trama interna que va desde la recepción de datos hasta la producción de expresiones estructuradas pasando por la facultad del lenguaje, selectora de lenguas particulares, cfr. especialmente N. Chomsky, El lenguaje y los problemas del conocimiento, Madrid, Visor, 1989.

  7. «El término lenguaje nombra, pues, un concepto que, para nosotros, se identifica con el hablar concreto, es decir, con la actividad lingüística, dado que el aspecto psíquico [...] no es sino lenguaje "virtual", o sea, por un lado, memoria estratificada, generalizada y formalizada de actos lingüísticos reales y, por otro lado, condición y posibili­dad de un nuevo hablar concreto. Pero no vemos ningún obstáculo para que se emplee lenguaje como término general para indicar el conjunto de conceptos hablar -acervo lingüístico-lengua, si se tiene siempre presente que se trata, en último análisis, del mismo fenómeno considerado desde tres puntos de vista distintos: 1) en su realidad concreta; 2) en su virtualidad y como condición, como "substrato", del hablar concreto; 3) como abstracción que se estructura sobre la base de los actos lingüísticos concre­tos; y que la lengua se comprueba solo en el hablar» (E. Coseriu, Teoría del lenguaje y lingüística general. Cinco estudios, Madrid, Ed. Gredos, 1982, pp. 92-93).

    Con relación a estos capitales tecnicismos –lenguaje, hablar, habla y lengua–, deben consultarse, entre otras, por su notable claridad y coherencia, las formulaciones conceptuales de Ch. Bally, Le langage et la vie, trad. esp., El lenguaje y la vida, Buenos Aires, 1947; F. de Saussure et l’état actuel des études linguistiques, Ginebra, 1913; Linguistique générale et linguistique française, Berna, 1950.- C. Battisti, Alle fonti del latino, Florencia, 1945, cap. i.- G. Bertoni, Programma di filologia romanza come scienza idealistica, Ginebra, l922; Breviario di neolinguistica, Modena, 1928, parte i, Principî generali, part. caps. i y ii, 9-40; Introduzione alla filologia, Modena, 1941.- G. Bottiglioni, Il problema glottologico nei suoi orienta­menti, Bologna, 1946.- V. Brondal, Morfologi og Syntax. Nye Bidrag til Sprogets Theori, Copenhague, 1932; «Langage et logique», en La Grande Encyclopédie Française, l937, republic. en Essais de linguistique générale, Copenhague, 1943, 49-71; «Linguistique structurale», en Essais..., 90-97.- K. Buhler, Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache, Iena, 1934, trad. esp. Teoría del lenguaje, Madrid, 1950.- B. Croce, «Questa tavola rotonda è quadrata», en Problemi di estetica, Bari, 1949, 173-177; «La Völkerpsycho­logie e il suo preteso contenuto», en Conversazioni criti­che, i, Bari, 1924, 121-125; «La filosofia del linguaggio e le sue condizioni presenti in Italia», La Critica, 39, 1941 y en Discorsi di varia filosofia, i, Bari, 1945, 235-250; Estetica come scienza dell’ espressione e linguistica generale, Palermo, 1902, part. cap. xviii, 176-186.- H. Delacroix, Le langage et la pensée, París, 1930.- G. Devoto, I fondamenti della storia linguistica, Floren­cia, 1951.- H. Frei, «Langue, parole et différenciation» (sep. del Journal de Psychologie normale et pathologique, abril-junio, 1952).- A. Gardiner, «The distinction of "Speech" and "Language"», en Atti del III Congresso Interna­zionale dei Linguisti, Florencia, 1935, 345-353; The Theory of Speech and Language, Oxford, 1951, particularmente: 68-93 y 106 y ss.- O. Jespersen, Mankind, Nation, and Individual from a Linguistic Point of View, trad. esp., Humanidad, nación, individuo desde el punto de vista lingüístico, Buenos Aires, 1947, 20 y ss.- J. Mattoso Camara, Contri­buiçâo para uma estilística da língua portuguêsa

  8. F. de Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, Ed. Losada, 1976, caps. ii-iv.

  9. Cfr. C. García Turza, «Sobre la esencia del lenguaje», pp. 54-55. En la inmensa obra de Eugenio Coseriu figura, en efecto, un estudio en el que de acuerdo con planteamientos de estricta ciencia lógica se ajusta de forma sistemática y se determina explícitamente la definición esencial del lengua­je. Se trata de su renombrado artículo «La creación metafó­rica en el lenguaje» (Revista Nacional, 187, Montevideo, 1956, pp. 82-109; recogido en El hombre y su lenguaje, pp. 66-102). El propósito de Coseriu en este trabajo (en rigor, una de sus miras centrales) se ciñe, en efecto, a la tarea de discernir, seleccionar y articular las unidades significativas específicas de esa definición. Claro que otras muchas investigaciones coetáneas y ulteriores del lingüista de Tubinga encie­rran, naturalmente, trascendentales análisis en profundidad sobre la naturaleza e interrelación de los elementos de la definición ahí establecida (particularmente útiles resultan estudios suyos recogidos en Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1982; Sincronía, diacronía e historia. El problema del cambio lingüístico, Madrid, Gredos, 1978; El hombre y su lenguaje. Estudios de teoría y metodología lingüística, Madrid, Gredos, 1985; Gramáti­ca, semántica, universales. Estudios de lingüística funcio­nal, Madrid, Gredos, 1987; Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje. Estudios de historia de la lingüís­tica, Madrid, Gredos, 1977; Principios de semántica estructural, Madrid, Gredos, 1986; Estudios de lingüística románica, Madrid, Gredos, 1977; Lecciones de lingüís­tica general, Madrid, Gredos, 1986); e Introducción a la lingüística, Madrid, Gredos, 1986).

  10. Cfr. C. García Turza, «Sobre la esencia del lenguaje», pp. 41-60. Es axiomático, en primer lugar, que en el conocer, lingüístico o no, solo hay actividad, posesión de telos, la actividad humana intrínsecamente más perfecta. En el conocimiento (sea operación, hábito o acto de ser) no hay nada, absolutamente nada, que sea pasivo. Pasividad y conocimiento son incompatibles. Lo pasivo de la teoría del conocimiento está exclusivamente en la facultad, no en el conocer, que, conviene insistir, siempre es acto (habitual u operativo, imaginativo, intelectual o de la sensibilidad externa). Porque es también axiomático que la facultad es pura potencia cognoscitiva. Como principio al que referir la actividad, la facultad significa potencia. El acto de conocer no es la facultad. La facultad es previa al conocer; incluso es posible ella sin el acto de conocer (por eso se ha dicho que la facultad es como una «tabla rasa»). Ante todo ello, es evidentemente erróneo introducir en la caracterización esencial del lenguaje la dimensión de facultad.

  11. L. Polo, El conocimiento del universo físico, pp. 205-206.

  12. L. Polo, Quién es el hombre, pp. 154-166.

  13. Ibid., p. 154.

  14. L. Polo, El conocimiento del universo físico, p. 205.

  15. L. Polo, Quién es el hombre, p. 162.

  16. Interesa hacer notar que esta creación léxica de Polo figura en el texto oral primitivo (p. 162), y no en el más difundido de Ediciones Rialp.

  17. E. Coseriu, El hombre y su lenguaje, pp. 39-45.

  18. L. Polo, Curso de teoría del conocimiento, ii, Pamplona, Eunsa, p. 87.

  19. A mi juicio, las consecuencias de tan desajustada concepción, por un lado, afectan al conocimiento riguroso del verdadero estatuto ontológico de la lengua y, por otro, abocan a una idea de la lingüística como una ciencia más entre las consideradas autosuficientes. La primera desviación impide ver la lengua como aquello en lo que realmente consiste: un simple modo de hablar, digamos mejor, un adverbio (latine > latín; romanice > romance, roman; vasconice > vascuence; en griego el modo se confunde, incluso, con el lexema: attikitsein ’hablar a lo ático’, helenitzein ’hablar al modo heleno’); y por ello, ontológicamente inseparable de la actividad del habla (no hay hablar sin lengua ni la lengua se da como tal si no es al hablar) y en el nivel del conocimiento habitual, inseparable igualmente del conocimiento manifestativo que llamamos saber hablar. La cosificación o sustantivación del adverbio, en cambio, arrastra universalmente a concebir la lengua como un sistema deducido del hablar, artificialmente «aislado», existente fuera de la ejecución lingüística, o peor, fuera e independientemente de los individuos hablantes.

  20. Ibid., p. 290.

  21. Ibid., p. 287.

  22. No puedo silenciar, sin embargo, que en el capítulo Las condiciones biológicas del lenguaje (sonido, oído, voz y sonido articulado) es notable la cantidad de observaciones que Polo va acumulando sobre ese complejísimo condicionante físico y fisiológico (unido, en el hombre, a un instrumental lingüístico infinito) para darse cuenta de la correlación sistémica entre dichos elementos básicos y, por tanto, para mostrar que el hombre es el ser que habla más y mejor (en los animales, las posibilidades de la voz quedan limitadas a expresar pasiones elementales). Además, como Aristóteles ya lo vislumbra, Polo así valora y subraya la plurifinalidad de los órganos del viviente animado, distinguiendo sistemáticamente la práxis koiné, o función primaria de los órganos, de otra superior, añadida y perfectiva, que cumple respecto de la vida del animal y del hombre un fin superior, una superfunción al servicio de una manera de vivir más perfecta.

  23. L. Polo, Quién es el hombre, p. 162.

  24. Tomada literalmente, la expresión «Pero el lenguaje es algo más: con esto hemos llegado a su umbral» (p. 162) puede entenderse contradictoria. Por una parte, manifiesta a las claras que los condicionamientos físicos y biológicos forman parte del lenguaje como hablar, pero, por otra, la idea de «llegar al umbral» parece contradecir lo sostenido, pudiendo introducir cierta confusión: «llegar al umbral» implica exactamente no traspasarlo, no cruzarlo (recuérdese la expresión equivalente anterior: «con él [con el asunto de la convencionalidad] se pasa del habla al lenguaje», p. 162). Más acertada, menos problemática, es la expresión paralela del texto supuestamente anterior, que me facilitó Sellés: «Si esto es así es que el habla humana está al servicio de su perfección. Si el hombre fuera menos perfecto de lo que es ni tendría manos ni tendría labios; entonces su capacidad dialéctica sería mínima y, al mismo tiempo, la capacidad de dar instrucciones para mover sus miembros desde el punto de vista práctico sería también mucho más pequeña. Sin embargo esto [lo prebiológico y biológico] todavía no es el lenguaje; nos hemos quedado (sic) en su umbral». Es decir, para Polo, la dimensión biológica del lenguaje, tan perfecta en el animal hombre, constituye tan solo una magnitud mínima, aunque imprescindible, del edificio del lenguaje: el umbral (a saber: ‘en la puerta o entrada de una casa, escalón inferior, que, contrapuesto al dintel, forma parte del edificio dando el acceso al mismo’).

  25. Observo a este respecto un notable parecido de fondo y forma entre esta definición del lenguaje y la que recoge el DRAE: ‘Conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente’.

  26. A fin de poder recapacitar sobre la también admirable complejidad del proceso global del oír-escuchar, no huelga resumir aquí la asombrosa ejecución de los fenómenos físicos, biológicos y fisiológicos previos a la primera operación cognoscitiva, al conocimiento sensible del oír. La percepción auditiva de un sonido es, efectivamente, el resultado de un proceso en el que se suceden los siguientes hechos: 1) el pabellón auditivo, con su peculiar constitución helicoidal, canaliza la onda sonora; 2) esta se propaga por el conducto acústico externo, donde se amplifican las ondas de entre 3000 y 4000 Hz de frecuencia, 3) e impacta en el tímpano, membrana elástica que refleja mecánicamente los impulsos recibidos de la onda sonora y 4) golpea, a su vez, a la cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo), que amplifican 25 veces la intensidad de las vibraciones que reciben, 5) y las transmiten a la membrana de la ventana oval, 6) lo que produce una presión en la parte superior de la cóclea (o caracol) que obliga a circular el fluido linfático hacia la cavidad inferior a través de un orificio conocido como helicotrema, 7) lo que, a su vez, provoca que la membrana basilar, situada en el interior de la cóclea, se deforme hacia abajo al tiempo que la membrana elástica que cierra la ventana redonda cede hacia afuera; 8) dichas agitaciones, de la membrana basiliar y la ventana redonda, conllevan un movimiento oscilatorio de izquierda a derecha de la membrana basiliar, 9) en cuyas diminutas partes (desde el extremo basal hasta el apical) se produce una respuesta correlativa a las diferentes frecuencias de la onda, 10) que excita las correspondientes terminaciones neuronales en forma de impulsos eléctricos, 11) los cuales llegan al cerebro, donde son interpretados en sus diversas cualidades de sonoridad, tonalidad, timbre y duración.

  27. L. Polo, Quién es el hombre, p. 163.

  28. Ibid. p. 163.

  29. J. F. Sellés, «Pensar, hablar y comunicar», Palabra Clave, 1, pp. 1-22, disponible en http://palabraclave.unisabana.edu.co/index.php/palabraclave/issue/view/31.

  30. L. Polo, Quién es el hombre, p. 163. En otro momento trataré de profundizar en esta importante cuestión. Es evidente que Polo no ve en el pensamiento lingüístico una falta absoluta de correspondencia con lo real: «la filosofía del lenguaje es la consideración de una intencionalidad lata, no pura, es decir, de una intencionalidad condicio­nada y oscilante, cuya correspondencia con lo real está sujeta a duda. Con ello la perplejidad no se remedia, sino que se acrecienta. La correspon­dencia del lenguaje con lo real es solo posible: hay varias posibilidades en el lenguaje y solo una de ellas es la correspondencia con lo real [la cursiva es mía]. Pues, en efecto, lo real es el caso individual, el singular. Lo individual constriñe al lenguaje, cuya intencionalidad es una expansión añadida. La posibilidad del sentido está descompensada, por ser plural, con la referencia real» (L. Polo, Curso de teoría del conocimiento, ii, p. 188).

  31. L. Polo, Quién es el hombre, p. 159.