EL FILÓSOFO Y LAS PALABRAS.
JULIÁN MARÍAS
EN LA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA


Boletín de la Real Academia Española
[BRAE · Tomo XCV · Cuaderno CCCXII · Julio-Diciembre de 2015]
http://revistas.rae.es/brae/article/view/54

Resumen: Este artículo pone de manifiesto la contribución del filósofo español Julián Marías (1914-2005), discípulo de Ortega y Gasset, a la Real Academia Española, la cual ha cumplido 300 años de historia en 2013. Con una trayectoria intelectual muy intensa en España y América, Marías ha enriquecido extraordinariamente el español filosófico. Especialmente interesantes al analizar su pertenencia y aportación a la RAE son los textos de su conferencia de ingreso y los de sus respuestas a la entrada en la misma de Antonio Colino, Miguel Delibes, Salvador de Madariaga, Manuel de Terán y José Luis Pinillos y los homenajes ofrecidos a Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón.

Palabras clave: Julián Marías; Ortega y Gasset; Real Academia Española; español filosófico; persona.

THE PHILOSOPHER AND THE WORDS. JULIÁN MARÍAS IN THE REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Abstract: This article explains the contribution of Spanish Philosopher Julián Marías (1914-2005), Ortega and Gasset’s disciple, to the Real Academia Española, which has a long history since Foundation, 300 years ago. Marías was an outstanding intellectual in Spain and America and because of that, he was able to improve philosophical Spanish. Especially interesting is when we analyze his ownership to the Royal Academy, his Lecture for the admission act and his Answers for Antonio Colino, Miguel Delibes, Salvador de Madariaga, Manuel de Terán and José Luis Pinillos’ admissions and the homages that he paid to Ramón Menéndez Pidal and Gregorio Marañón.

Keywords: Julián Marías; Ortega y Gasset; Royal Spanish Academy; philosophical Spanish; person.


Miembro de una institución independiente

Discípulo de Ortega y Gasset y miembro destacado de la Escuela de Madrid (Manuel García-Morente, Xavier Zubiri, José Gaos, Fernando Vela, María Zambrano, etc.), Marías vivió la Universidad madrileña en sus mejores años, los que se conocen como Edad de Plata de la Cultura española; hubiese sido el lógico sucesor de Ortega en la Cátedra de Metafísica de la Universidad Complutense, dada su cercanía al filósofo. Los avatares de la vida pública española en el siglo xx truncaron esta posibilidad, pero igualmente dedicó su vida a transmitir el legado intelectual recibido.

En principio modestamente en Madrid, en el Aula Nueva de preparación universitaria, ubicado en la calle Serrano; después de forma oficial en algunas Universidades americanas (California, Harvard, Yale) y siempre como escritor, el pensador se dedicó de manera independiente a continuar y completar la filosofía de la razón vital, una superación del idealismo y el vitalismo, que a juicio de Ortega, era «el tema de nuestro tiempo» y la herramienta que permitiría a los españoles saber a qué atenerse en una situación de desorientación.

Autor de Historia de la filosofía (1941), La Filosofía del Padre Gratry (1941), Miguel de Unamuno (1943), Introducción a la Filosofía (1947), Filosofía española actual: Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri (1948), Ortega y la idea de la razón vital (1948), El método histórico de las generaciones (1949), Ortega y tres antípodas (1950), El tema del hombre (1952)1, etc., libros que sorprenden por su originalidad filosófica en la España de posguerra, no es extraño que Marías fuese promocionado para formar parte de una institución independiente él, gracias al apoyo de sus grandes amigos Laín Entralgo y Rafael Lapesa: «En octubre de 1964 fui elegido miembro de la Real Academia Española. [] Yo tenía mucha estimación por la Academia —lo cual no implicaba que la tuviese por todos los académicos—, por su función, su antigüedad y el hecho de que hubiesen formado parte de ella tantos españoles eminentes, aunque otros que no lo eran menos habían permanecido fuera. A raíz de la Guerra Civil, el gobierno destituyó a innumerables personas de todas las instituciones []»2.

Marías mismo había experimentado la indiferencia social, y a la vez había admirado la independencia de la institución que en ese momento le recibía: «Todos ellos fueron sustituidos, con una sola excepción que me conste: la Real Academia Española. En su Anuario, tras la letra correspondiente a cada silla, se podía leer: “Declarada vacante por orden ministerial de tal fecha”. La Academia dejó las plazas sin cubrir hasta la muerte del académico destituido, y entonces la convocó, cubrió, y el entrante hizo el elogio reglamentario de su antecesor. Esta muestra de dignidad me hacía particularmente atractiva la pertenencia a esta institución»3.

Atractivo, entusiasmo, ilusión fueron sus expectativas ante la pertenencia a la RAE. Su mujer, Dolores Franco, profesora y escritora como él, asimismo discípula de Ortega, consideró este gesto como una buena señal del cambio de mentalidad en la sociedad española, pues la cercana relación de Marías con Ortega y su abierto rechazo a la Dictadura de Franco se habían pagado con muchos desplantes oficiales a su excelencia humana e intelectual. Así, diría Marías al ingresar:

«Tengo que agradecer, ante todo, la absoluta y generosa espontaneidad con que me habéis llamado, invitándome a salir del completo retiro en que he vivido durante la totalidad de mi vida intelectual. No puedo olvidar que vuestra cordialidad de hoy para conmigo tiene un ya lejano antecedente que le da nuevo valor: la Academia concedió el Premio Fastenrath 1947 a mi libro Miguel de Unamuno, y no necesito subrayar lo que significó ese reconocimiento, en tal fecha, a tal autor y con tal tema»4.

Su primer «almuerzo del Director» fue, a su vez, el último de D. Ramón Menéndez Pidal, a quien el filósofo ha calificado como «una de las mentes más poderosas, pulcras y veraces de nuestro siglo»5, con el que aparece en una foto recogida en las memorias y que iba a cumplir noventa y seis años llenos de vitalidad. Sin embargo, Marías sí participó con un texto entrañable titulado «Nuestros viejos» en un homenaje a los 90 años de Menéndez Pidal6, en el que valoraba su entrega intelectual y su capacidad de crear escuela, simbolizando así la Generación del 98 laboriosa y científica.

Asimismo, el gran filólogo e historiador, que tanto hizo por esclarecer la etapa medieval de nuestras letras y que sentía devoción por los juglares, firmó —probablemente por última vez— el diploma de un nuevo académico.

La medalla, por enfermedad de Menéndez Pidal, le fue impuesta por el entonces director interino, Don Vicente García de Diego, quien había sido su profesor de latín en el Instituto Cardenal Cisneros, aunque Marías no dejó de recordar la figura del gran hispanista en su propio discurso: «[] tengo que decir que la Real Academia Española, precisamente en los años en que la he conocido, ha tenido ciertos refinamientos de dignidad, independencia y elegancia que no tienen equivalente fuera de ella, y que, aunque os pertenecen a todos, quiero simbolizar en la figura ejemplar, toda pulcritud, de nuestro Director, Don Ramón Menéndez Pidal, que convierte en alegría el honor de entrar en esta casa»7. Desde entonces Marías fue consciente del valor de la Academia:

«Llevo muchos años ya en la Academia, siempre vivamente interesado por ella, por sus trabajos y su figura; a veces, contento; otras, descorazonado; siempre con solidaridad y adhesión, con la evidencia de que se trata de una institución con más de un cuarto de milenio de existencia, cuya misión, en España y en América, es de la mayor importancia. Siempre he creído que la lengua española es una de las realidades más valiosas que existen y que merece nuestra atención y nuestros desvelos»8.

Una mirada filosófica sobre la lengua. Respuesta de Rafael Lapesa

El 20 de junio de 1965, recién cumplidos los 51 y contando ya con centenares de artículos y una treintena de libros sobre temas filosóficos, literarios, históricos, humanísticos, cinematográficos, de viajes, así como de otros dedicados al tema de España, Europa y Occidente, Marías ingresó en la RAE con el discurso «La realidad histórica y social del uso lingüístico», siendo desde entonces el ocupante de la silla «S», cubriendo la vacante de Wenceslao Fernández Flórez. Las ocupaciones del filósofo con la lengua y el lenguaje habían empezado muchos años antes, desde la traducción de la Teoría del lenguaje, de Karl Bühler en 1950, para la Revista de Occidente, y desde que fue profesor de Literatura española e hispanoamericana en Wellesley College (USA), sustituyendo a Jorge Guillén, gracias a la hispanista americana Edith Helman9.

En su discurso, Marías entronca el decir en el carácter interpretativo de la vida humana: la vida siempre existe como la que elijo proyectivamente, por lo que se puede hablar de la vida como una teoría intrínseca. Vivir es tratar con lo que está ahí, pero también con lo que no está, con lo futuro y todo esto no es posible si no se cuenta con el lenguaje. Vivir es, sobre todo, un decirse a sí mismo. Marías sostiene que en realidad, el lenguaje es uno de los componentes de lo que él ha llamado la estructura empírica, las determinaciones variables que pertenecen de modo estable y estructural a la vida humana, pero de carácter contingente y empírico, por lo que sería necesario apoyar la interpretación sociológica de la lengua en una antropología estricta, en una teoría de la estructura empírica de la vida humana. Así, afirma:

«La lengua es [] la primera interpretación de la realidad; o, si se prefiere, una de las formas radicales de instalación del hombre en su vida —otras formas son el sexo, la edad, la raza, la clase social como repertorio de usos y costumbres—. Cada lengua revela, y en cierto modo realiza, un temple vital. Si se considera la diversificación del latín en los diversos romances, se descubren otras tantas modalidades vitales, temples desde los cuales se vive y se habla. La historia de cada lengua es el depósito de las experiencias históricas de un pueblo, precisamente en cuanto son vividas e interpretadas desde ese temple originario, que es el núcleo germinal o principio de organización de la lengua»10.

Es decir, radica el fenómeno de la lengua en la realidad total de la vida humana, aplicando a los fenómenos de la lengua un esquema teórico adecuado, como ya había hecho en su obra La estructura social, de 1955: del mismo modo que ninguna estructura social es un hecho sino que se ha hecho, la lengua ha variado dentro de cada sociedad y son explicables los elementos de los que consta actualmente. Al igual que otras estructuras sociales, la lengua está constituida de pasado, presente y futuro.

Una de las categorías de esa obra que Marías aplica a la lengua es la de vigencia: lo vigens, quot viget, lo que tiene vigor. Ésta puede ser de cuatro tipos: la general si se extiende a una sociedad entera; la parcial si afecta a una parte de esa sociedad (por ejemplo, el español hablado con acento andaluz o mexicano; el hablado con un modo popular, intelectual, juvenil; o el registro del campo o del mar); la externa, que afecta a los miembros de un grupo cuando éste se afirma como tal ante los demás (se trataría, por ejemplo, de las vigencias de contenido exclusivamente masculino o femenino); y la vacante, la que deja de serlo, como la pronunciación de la ll distinta a la y o el leísmo.

Las vigencias lingüísticas son muy peculiares, porque dependen de un sistema de vigencias sociales, pero a la vez, el lenguaje es innovación y creación, como sostenían Menéndez Pidal y Ortega y Gasset. Sorprendentemente, la lengua es sobre todo cuestión de atención, pues al ser un fenómeno histórico, su perspectiva va variando y lo que estaba en un primer plano, pasa a estarlo en un segundo o se olvida; y lo que estaba oculto, de repente acapara la atención social. La lengua, al ser un dónde desde el cual se vive, un dónde proyectivo, es dinámica.

Merece la pena destacar un aspecto más del discurso de Marías: su interpretación del lema de la Academia, que es el multiforme de «limpia, pule y da esplendor»; cabría leerlo solo en sentido preceptivo, pero el filósofo ha encontrado una lectura más completa: «‘Limpiar’ no quiere decir forzosamente desechar, eliminar, proscribir, vedar. Significa más bien depurar, distinguir, aclarar»11, y sobre todo limpiar la lengua significa ejercer la creatividad, porque «la pasividad destruye la verdadera vida del lenguaje, y es menester sustituirla por la exploración, el ensayo inteligente desde el fondo secular del idioma, la invención individual, el peso de la autoridad personal o corporativa, la eliminación, hasta donde es posible, del azar»12.

‘Fijar’ requiere crear el suelo lingüístico desde el cual se pueda ejercer esa acción creadora, desde el que instalarse para seguir creándola; y «dar esplendor» se refiere a buscar la plenitud de la lengua: «El esplendor es necesario para la plenitud de la lengua, porque se trata de presentar las innumerables facetas de la realidad, sus múltiples escorzos, posibilidades, virtualidades, haciéndolos brillar al sol. Ésta es, por otra parte, la función de descubrimiento que corresponde a la verdad entendido como alétheia»13.

Contestó su discurso el prestigioso filólogo y académico Rafael Lapesa —quien también había estudiado en el excelente Instituto Cardenal Cisneros de la Calle de los Reyes en Madrid y después, en la Universidad Central—, recordando que la personalidad filosófica de Marías, un extremado artista de la palabra, se había fraguado en un mundo en crisis y por eso, su pensamiento está orientado a saber a qué atenerse; por otra parte, hacía constar que en esa fecha de 1965, el filósofo ya contaba con prestigio universal y tenía un optimismo contagioso, mantenido desde sus años de escritor de la precoz Historia de la Filosofía, que había servido de manual, ya entonces, a tres generaciones.

Hoy el nombre de Lapesa ha quedado ligado a la RAE mediante la Fundación Rafael Lapesa para el Nuevo diccionario histórico de la lengua española, petición que por cierto ya estaba también presente en el discurso de ingreso de Marías.

Precisamente para el año 2014, celebrando los 300 años de la RAE y los 100 del nacimiento de Marías, la institución ha tenido el acierto de anunciar la publicación de su discurso, así como el de Miguel Delibes, pronunciado en 1975.

El Académico que recibe y que recuerda

Marías fue el encargado de pronunciar las respuestas de recepción de cinco nuevos miembros de la RAE, en concreto D. Antonio Colino (1972), D. Miguel Delibes (1975), D. Salvador de Madariaga (1976), D. Manuel de Terán (1977) y D. José Luis Pinillos (1988), con algunos de los cuales le unían también lazos de amistad muy intensos. En todas estas intervenciones, se puede descubrir la enorme cultura de Marías y la capacidad de ofrecer, desde la filosofía, «maneras nuevas de mirar las cosas», como ya proponía Ortega desde sus Meditaciones del Quijote, su primera obra filosófica de 1914. De esta manera, ofrece una mirada atenta a las Ciencias, a la Geografía, a la Psicología, a la Literatura, viendo en los nuevos académicos grandes compañeros de trabajo y a sus aportaciones específicas, espléndidas posibilidades para el español.

En la respuesta al Discurso de recepción de Antonio Colino, dedicado a la vinculación entre Ciencia y Lenguaje y a la aceleración de las ciencias vividas en el siglo xx, Marías sobre todo señala la gran necesidad de la Academia de contar con científicos notables que, además, se caractericen por su atención a la precisión del lenguaje y por su conocimiento efectivo de las lenguas en las que se han hecho esas ciencias, sobre todo el inglés, ya que para volcarlas al español no solo es necesario saber traducir, sino repensar sus contenidos en español. Antonio Colino reunía todas esas características, como ya las mostraba en ciernes en sus tiempos de estudiante en el Instituto Cardenal Cisneros, cuando era compañero de clase de Marías. Y en la brillante carrera que vino después: número 1 en 1940 y Premio Extraordinario en la Escuela de Ingenieros Industriales, Doctor en 1960, Académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Profesor Titular de Electrónica, Profesor de la Cátedra Conde de Cartagena, vocal del Consejo de Investigación del CSIC, Presidente del Centro de Investigaciones Físicas «Leonardo Torres Quevedo», Director General de Marconi Española S.A., autor de varios libros de su especialidad. En este sentido, su labor era necesaria en la RAE:

«Ahora comenzamos a comprender por qué Antonio Colino ha sido elegido miembro de la Real Academia Española. Es un matemático, un gran físico, una de las primeras autoridades en electrónica. ¿Qué tiene esto que ver con las tareas de nuestra Academia? En ella han figurado tradicionalmente, al lado de los grandes escritores y los filólogos, lingüistas y gramáticos, representantes ilustres de las grandes disciplinas de la cultura. La misión de nuestra Academia es el estudio de la lengua española; ésta incluye en su cuerpo los vocabularios y los modos de decir de esas disciplinas, necesitamos técnicos que nos orienten sobre esas parcelas de la lengua común; pero para ello no basta la excelencia en esos campos del conocimiento, sino que hace falta el sentido lingüístico, la preocupación por la manera de expresar y comunicar esos saberes. Esto es lo que aporta Antonio Colino a la Academia. En la de Ciencias ha trabajado ya muchos años en los problemas del vocabulario; ha servido de enlace entre la Academia de Ciencias y la Española, mediante su participación en la Comisión de Vocabulario Científico y Técnico»14.

El propio Antonio Colino comenzó sus ocupaciones con la lengua en 1947, en el Instituto Nacional de Electrónica, tras la desclasificación de los documentos de la II Guerra Mundial, cuando se empezó a hablar de nuevos fenómenos, teorías, aparatos, que eran difíciles de comprender y traducir.

Incluso las palabras inglesas correspondientes que las nombraban habían sido acuñadas en inglés de manera precipitada por la premura del conflicto bélico. Fue en esa época en el Instituto Nacional de Electrónica cuando se despertó en Colino la preocupación por el léxico científico, acrecentada en la Real Academia de Ciencias.
Respecto a Miguel Delibes, la respuesta de Marías es uno de los mejores documentos en los que se trasluce la amistad entre ambos escritores y del trabajo en la Academia:

«Cada vez que un nuevo Académico va a ingresar en esta Casa, sentimos una alegría, una expectación y una esperanza. Contamos con un compañero más que se va a sentar entre nosotros alrededor de la gran mesa ovalada, tapizada de verde, bajo las lámparas discretas; que va a trabajar en las comisiones, inclinándose sobre papeletas y libros; que va a conversar en la mínima tertulia, tan sabrosa, que precede a las sesiones —lo que más añoraba Don Juan Valera desde sus Embajadas, que lo apartaban de la Academia tanto tiempo—. Sentimos que la composición de nuestra Academia va a cambiar un poco; que va a entrar en ella alguien irreductible a todos los demás, que representará una manera nueva de ver las cosas, de vivir nuestra lengua, de hablarla y escribirla —y escucharla—, de interesarse por las palabras, ese irreal alimento de la vida humana, una voz distinta, un nuevo personaje»15.

De hecho, Marías consideró este discurso de respuesta más como un abrirle las puertas de la Casa, como un «abrirle los brazos» a Delibes, como hace un amigo.

Recuerda también a otros admirables escritores vallisoletanos de los siglos xix y xx: José Zorrilla, Jorge Guillén16, Rosa Chacel, José María de Cossío, Antonio Tovar, que han realizado espléndidas posibilidades españolas.

Tras un elogioso repaso por la obra de Delibes, Marías la caracteriza con tres rasgos: en primer lugar, ha ofrecido una «versión nueva de la novela estrictamente narrativa, minuciosa, de técnica realista»; en segundo lugar, el gusto del escritor por los temas populares, rurales, entrañables, a los que retrata con su peculiar lenguaje; y en tercer lugar, un tema de enorme actualidad, su preocupación por los temas sociales y por los amenazantes problemas que coartan la libertad y la justicia:

«Delibes siente temor ante las desfiguraciones que está experimentando el mundo, ante la pérdida de tantas cosas bellas; siente el peligro que corren el paisaje, las especies animales y vegetales, las aguas, las formas urbanas. [] Delibes reflexiona sobre el hecho de que casi todos sus escritos se han preocupado por el progreso; lo ha deseado y lo ha temido; sobre todo, no ha estado seguro de que sea progreso todo lo que se llama así, o de que forzosamente haya de ir acompañado de la destrucción de tantas cosas valiosas. Esta preocupación, nacida de su amor a la Naturaleza y a las formas sencillas de la vida, es nobilísima, y la comparto plenamente»17.

El filósofo termina su exposición con unos bellos recuerdos, que enlazan el pasado, el presente y el futuro; en ese caso, los referentes a Valladolid, el presente de un nuevo miembro selecto en la RAE y el futuro —que para nosotros es hoy presente— de lo que han dejado a la cultura española:

«Yo viví en la calle de Colmenares, de Valladolid, desde que nací hasta los cinco años. Miguel Delibes nació un año después: no convivimos en la calle en que hubiéramos sido vecinos; el tiempo separó lo que la afinidad hubiera unido, lo que vino a juntar después en amistad profunda. Yo sé lo mucho que espera la Academia de Miguel Delibes: su fino talento literario, su sensibilidad humana, su fabuloso dominio de la lengua rural y de las formas del habla coloquial de Castilla. Permitidme una esperanza más: la convivencia cercana, la amistad frecuente. Que la Real Academia Española sea nuestra calle de Colmenares»18.

Entrañable es también la respuesta dada por Marías a Salvador de Madariaga, gallego de origen vasco y también estudiante del Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, perteneciente a la misma generación de José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna, etc. Ingeniero de Minas de formación y trilingüe gracias a sus estancias en Inglaterra, Francia, Suiza y América, se dedicó sobre todo a la Literatura y a la Diplomacia, como embajador de España en Washington y París y ocupando también los cargos de Ministro de Instrucción Pública y Justicia. Fue Premio Carlomagno en 1973.

Pero sobre todo, Madariaga fue un escritor prolífico, en tres idiomas, destacando el intenso españolismo de su obra, un españolismo liberal vivido desde el deseo de volver, pues Madariaga había pasado 40 años en el exilio, a juicio de Marías, porque se quería quedar no con un bando o con otro, sino con España entera. Lo cual ha tenido sus consecuencias positivas: «Al ver España desde lejos, ha tenido que verla entera no sólo en su historia, sino en su integridad real, quiero decir con América»19.

El caso de Madariaga era además único por la razón de que había sido nombrado académico en 1936 y la Guerra Civil con sus secuelas solo le permitieron tomar posesión de su cargo en 1975: La RAE le guardó su puesto durante cuarenta años.

En su discurso recuerda Madariaga los años de estudios en París, cuando descubrió a la vez la fascinación de la gran música europea y de la gran matemática europea —fue alumno en Francia de Henri Poincaré y de Henri Becquerel— y comparaba la genialidad de éstos con la de Bach, Beethoven o Mozart, pero como dos claves de expresión distintas, concluyendo que la belleza está a disposición de las cosas y puede ser descubierta por el hombre.

Peculiar es su idea sobre la «belleza científica», que le hacen reconocer que «en la misma matemática, desde la equivalencia entre las ecuaciones y las figuras geométricas hasta la mecánica celeste, la belleza intrínseca de las cosas se codea con la que atesora el Museo del Prado»20.

Marías deja paso al asombro cuando contesta al discurso de Salvador de Madariaga: «No creo que en la historia de nuestra Academia, ni en la de ninguna otra, se haya dado un caso semejante al de esta tarde: recibir a un Académico a punto de cumplir sus noventa años; para que todo sea extraordinario, a los cuarenta años de su elección; y por si algo faltara, al cabo de otros tantos de exilio []. Y hoy, con emoción y alegría personales y transpersonales, Académicos y como españoles, vemos a Salvador de Madariaga disponerse a ocupar, por fin, la silla que la Academia le había seguido guardando, la que lleva cuarenta años esperándolo, en esta España de las largas esperas»21. Y reconociendo que su propia postura durante los años de la Guerra Civil coincidían plenamente con la de Madariaga, aunque él hubiese optado por continuar su labor intelectual desde dentro de su país, refleja también su mismo crecimiento personal: «La Guerra Civil, la II Guerra Mundial al terminar la nuestra, significaron el hundimiento del mundo por el que Salvador de Madariaga se había esforzado tanto. La torpeza, la violencia, la discordia, triunfaron sobre la inteligencia, la cooperación, el entendimiento mutuo, la libertad. Estos tremendos sucesos empujaron a Madariaga hacia la vida intelectual ejercida en plenitud y la acción política sin apoyos institucionales, como “poder espiritual”, mediante el prestigio personal de su dignidad y su talento. Creo que las desventuras públicas de nuestro tiempo han hecho crecer la talla intelectual y moral de Madariaga, han hecho de él algo más importante y valioso de lo que hubiera sido en la bonanza»22.

Sobre todo, Madariaga no había perdido el tiempo, sino que había desarrollado una intensa vida intelectual a lo largo de tantos años de ausencia, que a su vuelta podía ofrecer como fruto ya maduro en su colaboración con la Academia.
También está lleno de optimismo el mensaje que contesta al discurso del geógrafo Manuel de Terán, sobre «Las formas del relieve terrestre y su lenguaje», en el que el filósofo recuerda la intensa trayectoria vital y académica del nuevo miembro: estudiante en el Cardenal Cisneros, Doctorado en Filosofía y Letras en 1927, sus ocupaciones con la lengua ya se muestran en su tesis doctoral Vocabulario artístico en los siglos xvi y xvii, dirigida por D. Manuel Gómez Moreno. Fue después cuando surgió la pasión por la geografía, entendida como la ciencia del paisaje, que consigue unir la perspectiva científica con la artística y la literaria. Profesor en el Instituto Escuela de Madrid y después de la Guerra Civil, en los Institutos Isabel la Católica y en Beatriz Galindo, compaginó esta labor con su actividad docente en la Universidad de Madrid. Años después, en 1956, Manuel de Terán consiguió la Cátedra de Geografía por oposición, a la que estuvo ligado muchos años y desde la que ha sido formador de generaciones de geógrafos.

Además de su labor en España, Terán fue también profesor de geografía de España y los países hispanoamericanos en el Middlebury College, además de Secretario y Director del Instituto Juan Sebastián Elcano del CSIC y de la Revista de Estudios Geográficos. Fue el encargado de la parte española del Vocabularium Geographicum del Consejo de Europa y representante de España en la Comisión de Léxico Geográfico de la Unión Geográfica Internacional.

En su currículum destacan también sus interesantes publicaciones y su labor como profesor del Rey Juan Carlos I, en los años de su plena españolización. Y, no menos importante, su gran amor por los viajes, que le han permitido un gran conocimiento efectivo de España, incluyendo las regiones insulares, y de Europa y América (Norte, Centro y Sur), habiéndose dedicado a estudiar a fondo la interacción de las culturas americanas con la española.

Precisamente Marías considera que Manuel de Terán es un pleno humanista, como muestra en su discurso, en el que trata sobre la diferente consideración del paisaje que se ha tenido a lo largo de la historia:

«Manuel de Terán es un geógrafo, uno de los grandes geógrafos españoles, admirable conocedor de nuestro territorio también —lo que para esta Academia tiene particular valor— del Continente americano. Por eso no me atrevería a decir que es un “especialista”. Es un hombre de ciencia de amplísimo espectro, el reverso de lo que suelen ser los científicos de nuestra época, conocedores profundos de una angosta parcela de la realidad, con frecuente ignorancia de casi todo lo demás. Por ser un verdadero geógrafo, Terán ha tenido que estudiar disciplinas muy variadas, desde la astronomía hasta la etnografía y la sociología, pasando por la geología, la meteorología, la climatología, la botánica, la zoología, la minería, la agricultura, la ganadería, los oficios de las gentes de nuestro país, su economía, sus formas de mercado, sus tipos regionales, sus costumbres, sus estilos de construcción, sus formas urbanas. Sus conocimientos concretos del hombre circunstancial son amplísimos. En su trabajo profesional de tantos años ha tenido que conocer rocas, formas geográficas, hidrografía, todo el repertorio del relieve, plantas y animales, y sus partes y sus usos, y las técnicas de su cultivo, domesticación o explotación, y la variedad increíble de la vida humana en su realidad efectiva»23.

Todas estas condiciones son necesarias para una institución que vela por el español: «Es precisamente lo que necesita nuestra Academia, lo que reclama hace tiempo nuestro Diccionario: un hombre capaz de revisar el léxico de innumerables campos, de ponerlo al día, de enriquecerlo con nuevas aportaciones, de conservar el viejo vocabulario general de la lengua española, de sus regiones, de los países hispanoamericanos, y completarlo con las nuevas voces introducidas en el uso por los cambios en las formas de vida y por las ciencias y técnicas de nuestro tiempo»24.
Finalmente, el último discurso de contestación fue el dirigido a José Luis Pinillos, una gran personalidad de la Psicología española del s. xx, recientemente desaparecido, cuyo tema versó sobre «El lenguaje de las ciencias humanas».

Una vez más, era necesario para la Academia contar con un experto en psicología, capaz de volcar en español la gran cantidad de palabras nuevas de esa área:

«Desde hace muchos años necesitábamos con apremiante urgencia un psicólogo capaz de renovar en nuestro Diccionario el vocabulario de una disciplina que ha crecido y se ha transformado increíblemente en los últimos tiempos. Y no se trata solo del lenguaje técnico, propio de los estudios de psicología, sino que una parte considerable de ese léxico ha pasado a la lengua general, literaria y coloquial, muchas veces con imprecisión o manifiesta inadecuación. Es decir, que es la lengua española sin más la que reclama que alguien, con amplios conocimientos de psicología, con dominio de su léxico en las principales lenguas, con experiencia de los intentos de traducción que se han hecho y circulan, con competencia lingüística y fino sentido literario, acometa la empresa de enriquecerla y a la vez depurarla en un campo cuya importancia no es menester encarecer. Por fortuna, el hombre capaz de llevar a cabo esta tarea está entre nosotros»25.

Porque precisamente Pinillos fue una de las personalidades más reconocidas en este campo: vasco de nacimiento, estudió Filosofía y se doctoró con una tesis sobre El concepto de sabiduría, ampliando sus estudios en Alemania e Inglaterra. A su vuelta se orientó a la Psicología, que entonces era un saber cultivado por muy pocos en España, llegando a ser profesor de Psicología Experimental desde 1955 en la Universidad de Madrid y después en Valencia, donde ha sido el maestro de varias generaciones de psicólogos. Es autor de algunos libros de excepcional éxito, sobre todo La mente humana y Principios de Psicología. También ha sido, entre otros, Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y Premio Príncipe de Asturias.

A diferencia de los otros miembros a los que Marías contestó con un discurso de bienvenida, a los que le unía una relación de amistad, camaradería en las aulas o la admiración por una personalidad mayor que él, en el caso de Pinillos se trataba de un miembro más joven y que además había sido alumno suyo en las clases de Filosofía que impartió en Aula Nueva. Recuerda igualmente el filósofo la gestación de otra de las obras de Pinillos, Psicopatología de la vida cotidiana, un libro «apadrinado» por Marías, ya que fue una petición expresa para la Colección Boreal de Espasa-Calpe y ha resultado ser:

«[] tal vez el libro más humano y dramático de Pinillos. En él se estudia al hombre de una manera concreta, teniendo en cuenta, no sólo sus estructuras psicosomáticas, sino ese otro elemento de su circunstancia que en nuestra época es decisivo: la ciudad, y muy especialmente, la gran ciudad. Estudia Pinillos en esta obra lo que es la ciudad, su evolución y sus transformaciones, las formas actuales; investiga la función de lo que llama “la semiótica urbana”, la estructura psicológica de esta forma de vida, secundaria gran parte de la historia, decisiva en nuestro tiempo. Con singular penetración estudia lo que es el hombre en la forma en que realmente vivimos casi todos los contemporáneos. La psicología se enriquece en este libro con las aportaciones de la antropología y la sociología, que intervienen para llevar a su verdadera concreción la situación real del hombre a fines del siglo xx»26.

En esta obra Pinillos no se queda en simples estadísticas, sino que ahonda en las verdaderas cuestiones humanas de las grandes ciudades, como la masificación, el esfuerzo cotidiano, los transportes, el vandalismo, etc., pero a la vez, como es característico en él, con un horizonte de optimismo.

En el discurso de Pinillos, el cual defiende que el lenguaje da forma no solo a las experiencias de las cosas, sino a la experiencia del propio vivir, se trasluce cómo el psicólogo se había dejado influir profundamente por la obra filosófica de Ortega y Marías y cómo muchos de los conceptos y enfoques utilizados por éstos son también fructíferos para la Psicología; de este modo, hace alusión al texto de Ortega Pidiendo un Goethe desde dentro para ejemplificar que precisamente esto es lo que necesitan las ciencias humanas: un hombre desde dentro, una perspectiva de dentro a fuera, un enfoque que responda a los problemas fundamentales de la vida humana: «Fui en Alemania discípulo de un discípulo de Dilthey, y soy de los convencidos de que la condición humana se teje en la rueda de Clíos. Por ello no puedo sino aplaudir el que Ortega, harto quizá de tanta navegación de superficie, reclamara un día a sus amigos alemanes el Goethe desde dentro que estaba y sigue por descubrir. Fue una señal de alarma frente a la trivialidad de unas ciencias humanas —la psicología muy entre ellas— que eran capaces de declarar superflua la interioridad, que por cierto no hay que confundir con una vuelta a posiciones subjetivistas trasnochadas»27.

Pinillos se decanta, pues, por este enfoque revelado por Ortega: «Estoy sugiriendo, pues, que junto a las ciencias humanas de fuera adentro, que son las que hoy se cultivan más, es menester promover también unas ciencias humanas de dentro a fuera. Si no se hace, las ciencias del hombre seguirán cerrándose ellas mismas las puertas a un aspecto capital de la propia realidad humana que pretenden conocer»28. Incluso llega a afirmar explícitamente la necesidad de contar con la filosofía española del siglo xx para hacer una psicología a la altura de los tiempos: «[] a mi me parece que sí es posible llevar a cabo una demarcación racional que distinga las humanidades de las ciencias. Creo también que las ciencias humanas pueden hacer uso de un lenguaje menos débil y más apropiado a sus tareas que el que tantos “científicos humanos” se empeñan en usar en exclusiva, con ocasión y sin ella. Y lo creo [] porque sencillamente me niego a prescindir de un pensamiento español, como el de Ortega, Marías o Zubiri, que contiene elementos sumamente importantes para reconducir esta cuestión a desarrollos más equilibrados y fecundos que la mayoría de los que conozco»29.

Igualmente, recuerda el psicólogo el Breve tratado de la ilusión de Marías, y considera este fenómeno como la cara positiva de la menesterosidad humana, de la condición necesitante del hombre, concluyendo su discurso con unas preguntas decisivas para las aportaciones de un psicólogo a la Real Academia Española: «La vida humana, y cito aún a Marías, se nutre de ilusiones. Y es cierto. La tierra está llena de obras que se hicieron realidad desde la ilusión de algún soñador. ¿Qué sería del mundo, si alguna palabra de esperanza no alegrara los trabajos y los días de los hombres? ¿Y qué podrían hacer por ellos unas ciencias humanas que no contaran en su léxico con palabras como esperanza, como ilusión, como entusiasmo?»30.
En cualquiera de las cinco respuestas preparadas y pronunciadas por Marías se reflejan las grandes posibilidades de aplicación de una filosofía de la razón vital abierta y en conexión con otros saberes y sobre todo, la potencialidad filosófica del español.

En relación con estos cinco discursos está también el homenaje a Gregorio Marañón, el médico liberal y humanista, que se realizó en la Real Academia en 1970, a los diez años del fallecimiento del gran intelectual.

En él, Marías resumía la pérdida de Marañón con solo tres palabras: España ya no puede «llamar a Marañón», es decir, no puede pedir su consejo ponderado e inteligente, sereno y autorizado en tantas cuestiones, las médicas como las políticas, históricas o morales. Algunas de estas palabras, del Académico que recuerda, podrían aplicársele a él mismo:

«Encontré a Don Gregorio Marañón al entrar en el mundo histórico: su nombre significaba eso que hoy es tan difícil tener: prestigio. Creo que empecé a leerlo hace cuarenta años, apenas entrado en la adolescencia. Pero no lo conocí hasta después de su vuelta a España, tras sus años de destierro, sus melancólicos, nostálgicos, fecundos años de “español fuera de España”, que invirtió en poner a España cada vez más dentro. Un día, deseoso de conocerme, me llamó a su casa; tuvimos una larga conversación desde muy cerca, desde muchas esperanzas, muchos desengaños, muchos dolores, muchas devociones compartidas. Al cabo de un rato, éramos amigos. Creo que puedo decir que seguimos siéndolo, porque nunca puedo hablar en absoluto pretérito de los muertos queridos [] Marañón representó siempre el espíritu de continuidad, de conciliación, de paz —la verdadera paz activa y creadora—»31.

La Comisión de Textos Litúrgicos. Amistad con el Cardenal Tarancón

Otro de los cometidos del filósofo en la Real Academia Española fue la participación en la Comisión de Textos Litúrgicos, a raíz de los cambios producidos por el Concilio Vaticano II, que significó una renovación y puesta al día de muchos aspectos eclesiales, entre ellos la posibilidad de celebrar los Sacramentos en los idiomas locales de cada Iglesia, con lo cual había que realizar una delicada labor de traducción y adaptación de los textos latinos al español.

El propio Marías estuvo presente en otoño de 1964 en algunas sesiones del Concilio en Roma, invitado por Monseñor Benavent, antiguo amigo32.

En la vida cotidiana de la Academia, esta nueva ocupación implicó colaborar con un miembro reciente:

«En mayo de 1969, la Real Academia Española eligió miembro al Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, a quien todo el mundo nombraba por su segundo apellido. Era arzobispo de Toledo, pero luego fue designado para la diócesis de Madrid. Era una figura de la iglesia bien conocida, especialmente desde que había sido arzobispo de Oviedo; era un hombre de sesenta y dos años, de fuerte personalidad, sin rastro de la untuosidad frecuente entre los eclesiásticos, directo y claro, alto y varonil»33.

Marías fue designado por el director de Gaceta ilustrada para hacerle una entrevista, una conversación entre académicos, para tratar los más diversos temas.

«Una de las palabras más repetidas fue “libertad”, no muy de en aquellas fechas. La revista transcribió la conversación y la publicó; resultó muy extensa, pero creo que extremadamente interesante, por la inteligencia y sinceridad del Cardenal, y acaso fue una muestra de lo mucho que iba a venir pocos años después»34.

Marías ha narrado algunos de esos jueves de trabajo, que en las ocasiones que no podían ser presididas por el Cardenal Tarancón, lo eran por uno de sus vicarios: «Los más celosos del rigor teológico y del latín éramos, creo, Lapesa y yo, que no pasábamos fácilmente por algunas traducciones que nos venían propuestas. Recuerdo que una vez se había traducido una frase de una manera que nos parecía inadecuada. Yo le dije al representante del Cardenal: ``Pero, Padre, aquí lo que dice es ‘poder’``. Me contestó: “Sí, es cierto, pero usted sabe que la palabra ‘poder’ no gusta mucho”. Le dije: “Yo tengo muchos reparos al poder de Franco; pero al de Dios, ninguno”»35.

Parecería que situaciones como esta son meras discusiones de Academia, pero en el fondo, en ese tipo de respuestas, Marías no solo deja ver su gran personalidad y su mente clara, sino además, su atención a la precisión de las palabras, lo cual es un buen referente en el currículum de un académico.

Representando a la RAE en Puerto Rico y Nueva York

Quien vea por primera vez el edificio madrileño de la RAE, el palacete adornado con ilustres nombres españoles, lo juzgará pequeño en comparación a otros grandes edificios culturales del Paseo del Prado, como el Palacio de Cibeles, el Museo del Prado o el Thyssen-Bornemisza, y seguramente no se hará idea de que este lugar es decisivo para casi 500 millones de personas, que actualmente nos comunicamos en español.

No en vano, la RAE trabaja estrechamente con la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), en la que están presentes cada uno de los países americanos cuya lengua es el español y Filipinas.

Las 22 Academias han publicado conjuntamente algunas obras como la Ortografía de la lengua española (2010), la Nueva gramática de la lengua española (2011) o la Ortografía básica de la lengua (2012).

Ya decía Laín Entralgo en su espléndido ensayo «Tríptico de Madrid» que esta ciudad es la capital de España, y también una ciudad de Europa y una «concapital de la lengua castellana»: «Concapital, porque de ese mundo son también capitales Buenos Aires, México, Santiago de Chile, Bogotá y quince ciudades más. A su condición de capital de España y de ciudad de Occidente, Madrid une la que le confiere el idioma que sus gentes hablan»36.

Y esta gran extensión del español por los dos hemisferios implica ciertos deberes para quienes lo hablan: «Por lo pronto, uno: el de ser sensible a lo que histórica y humanamente representa el empleo habitual de su idioma; un idioma que de alguna manera configura el espíritu de ciento cincuenta millones de hombres. La nobleza fonética y semántica del castellano —la excelencia que su propia naturaleza le confiere— subsistiría idéntica aún cuando solo lo hablasen, como en tiempos del Conde Fernán-González, los habitantes de “un pequeño rincón” de Iberia; pero además de esa intrínseca nobleza, perceptible cuantas veces se le oye dignamente pronunciado, posee otra de orden histórico, la que a lo largo de casi cinco siglos le ha añadido su creciente extensión universal»37.

Marías experimentó esta gran importancia de la Academia madrileña y su influencia en el español de todas las latitudes; y no solo por los viajes como conferenciante a América, sino por labores de representación como académico.

Así sucedió en 1969, cuando estuvo en un Congreso de Lexicografía en Puerto Rico, esa tierra de «belleza extraordinaria» y de simpatía sin igual38, donde afirmó que, estrictamente, no se puede decir que Puerto Rico sea bilingüe, sino que la lengua propia de Puerto Rico y los portorriqueños es el español y muchos de ellos saben además inglés.

A pesar de su claridad, su exposición fue malinterpretada y una minoría le quiso poner en aprietos, tanto en Puerto Rico como en España. El episodio demuestra una vez más su valentía y buen hacer en la Academia.

Al año siguiente, Marías estuvo en Nueva York, para la inauguración solemne del Spanish Institute. En esa ciudad, además, fue miembro de la Spanish Society of America desde 1964 y de la Society for the History of Ideas.

Donde nacen las palabras. Los vocablos para un mapa personal

Además de los discursos de respuesta a otros nuevos académicos, de la Comisión de Textos Litúrgicos y de las puntuales labores de representación, ¿cuál puede ser la aportación específica de un filósofo a su lengua? ¿Qué legado ha dejado Julián Marías como pensador en la Real Academia Española?

No solo el hecho de manejar soberbiamente el español —Marías había aprendido filosofía de quien probablemente sea el mejor escritor en lengua castellana, después de Cervantes—, sino una serie de cuestiones específicas que son muy interesantes para quienes fijan la lengua con el fin de que la hablen y la escriban (e incluso, como se ha visto, recen con ella) 500 millones de personas39.

Al desarrollar la filosofía de Ortega, Marías se había encontrado con algunos aspectos que necesitaban precisión. Una de ellos es el tema de la persona. En su Antropología metafísica de 1970, Marías la ha definido como «innovación radical de la realidad» o como «alguien corporal»40, la cual supera ampliamente la de Aristóteles o la de Boecio («animal racional» o «sustancia individual de naturaleza racional», respectivamente).

Incluso ha llegado a definir a la persona como «criatura amorosa». Pero lo cierto es que, al ahondar en el modo tan peculiar de existir de la persona, Marías se encuentra con un segmento de realidad que no está descrito en ninguna filosofía. Entre la «estructura teórica» descrita por Ortega y «mi vida» —la que constituyen el yo y las circunstancias— está lo que él ha denominado «la estructura empírica».

Una de esas condiciones es, como ya trató en su discurso de entrada, precisamente la instalación lingüística de la persona, el hecho de que la persona ha crecido en una o más lenguas y desde ésta se proyecta hacia la realidad.

En su libro Consideración de Cataluña, Marías ha analizado de modo muy inteligente la coexistencia del español y el catalán, como un ejemplo de una doble instalación lingüística, desde la cual la persona que las maneja se puede proyectar hacia el mundo: «Y yo me permitiré sugerir que la casa lingüística de la mayoría de los catalanes [...] tiene “dos pisos”: en el primero, aquel en que se hace la vida cotidiana, pasan muchas horas al día y ejecutan aquellas operaciones que son a la vez más elementales y más entrañables; pero suben con toda frecuencia y normalidad, muchas veces al día, al segundo, y cuando lo hacen, siguen en su casa. Este “piso lingüístico” tiene funciones peculiares, posibilidades propias, y significa una disponibilidad fundamental de la vida catalana tal y como se ha hecho en la historia [...]»41.

Otra es la denominada por él «condición sexuada», el hecho de que la persona esté instalada como varón o como mujer, pero a la vez abierta, proyectada hacia la otra dimensión sexuada. Marías ha enriquecido extraordinariamente la comprensión de la mujer y el hombre como personas femenina y masculina con la introducción de la palabra «sexuado» en español. En sus 300 años de historia, solo a partir de 1979, con la entrada de la poeta y dramaturga Carmen Conde, de la Generación del 27, la RAE ha aceptado el ingreso de académicas y Marías lo vivió con expectativa. Así lo demuestra un acto del año 1983, en el que, invitado por el Instituto de España, el organismo que unía las Reales Academias, eligió el tema «La interpretación de la mujer en la obra de Ortega», ofreciéndolo como un tema de gran actualidad para todas las Academias42.

Ha considerado decisiva para comprender a la persona su dimensión amorosa, siendo amor no un sentimiento o pasión, sino una variación ontológica de la persona, una transformación de la misma, porque su proyecto de vida es desde entonces otra persona. Tal consideración filosófica del amor proviene de las Meditaciones del Quijote, cuando Ortega y Gasset expresa que es afán de comprensión, de perfeccionar a lo amado. Esta relación ha de ser comprendida como efusión, y no como posesión; como instalación proyectiva y no como mero sentimiento.

Marías incluso ha hecho una interesante distinción, proponiéndola como nueva palabra a la Real Academia. Es el caso del término «enamoración», distinto a «enamoramiento»:

«El que piensa día y noche en una mujer, la tropieza en todas las esquinas de su mente, la asocia con todos los objetos de su imaginación, se vuelve a ella con todos sus sentidos, piensa que está enamorado de ella. Quizá, pero acaso no. Los síntomas son muy parecidos, la realidad difiere profundamente. Cuando pasa el periodo de enamoramiento, diríamos mejor, para ser más claros, de “enamoración”, en un caso se disipa esa obsesión, se ensancha esa angostura, se piensa en otras muchas cosas, se vuelve a la normalidad; en el otro caso, se encuentra uno enamorado, terminado y concluso ya ese proceso psíquico por el cual se llega a esa radical instalación; ya es otro; ya no está nunca sólo; ya se proyecta misteriosamente con esa otra persona inseparable, en presencia y en ausencia, con unos sentimientos o con otros, haciéndola objeto de muy variados actos, con holgura para atender a todos los innumerables contenidos de la circunstancia. Esta instalación consistente en estar enamorado es relativamente independiente de toda la psíquica, y afecta en cambio a la vida estrictamente biográfica y personal»43.

En realidad, ambas palabras, según Marías, expresan el «en-» de la instalación, pero una de ellas denominaría el proceso por el cual la persona se proyecta ilusionadamente hacia otra persona de distinta instalación sexuada y la otra, el estado en el que, después de ese proceso, permanece y es capaz de seguir proyectándose, habiendo incorporado a su realidad esa variación ontológica.

Y, precisamente con el término «ilusión», hemos tocado uno de los temas más apasionantes de la antropología de Marías, que encuentra hondas raíces en muchos pasajes de Ortega. Ya aludimos a él en relación con el discurso de ingreso de Pinillos.

El filósofo ha hecho notar muchas veces la gran paradoja que resulta el hecho de que existen muchas palabras para designar algunas realidades (por ejemplo, todos los sinónimos de «estar bebido») y muy pocas para referirse a estratos realmente decisivos para la vida humana, como sería el afectivo, el cual existen muy pocos (amor, cariño, simpatía, querencia, amistad y sus contrarios). Incluso ha hecho notar cómo la interpretación de algunas de ellas, como el concepto de Dios, la idea del saber y la realidad interior del hombre han marcado el curso de culturas enteras. En este sentido, él ha hecho un intento de exploración con su obra La educación sentimental, porque lo inquietante es que la falta de palabras revela una falta de matización en este nivel tan importante de la vida humana.

Y justamente con el concepto de ilusión, Marías ha hecho un descubrimiento apasionante. En su Breve tratado de la ilusión, el filósofo muestra cómo en español —y no en otras grandes lenguas europeas— ha habido una variación importante respecto a ese término a partir del Romanticismo español y muy en concreto, de José Zorrilla y José de Espronceda, de tal manera, que lo que antes tenía un significado negativo (como engaño o imaginación sin fundamento) pasa a tenerlo positivo, como proyección del deseo con argumento y a revelar un resquicio que revela en qué consiste la felicidad humana.

En estrecha relación con el tema de la ilusión está lo que ha llamado, con otra espléndida palabra española, condición «futuriza» de la vida humana, el hecho de que la vida es una proyección constante hacia el futuro, aunque la llegada de éste sea insegura.

Hay otros términos, a los que Marías ha dado un nuevo significado, como «injerto», que en su filosofía ha significado un tipo de amistad entre hombre y mujer que se enriquece al convertirse en enamoramiento, sin perder lo mejor de la amistad; o también la relación de la sociedad española con el Nuevo Mundo desde el Descubrimiento de América (a diferencia del «trasplante» británico en Norteamérica). Otros términos han sido llenados de contenido filosófico por Ortega y Marías, como «ensimismamiento», un encuentro con el yo personal y el fondo insobornable.

En la antropología de Marías ha sido un factor decisivo el manejo del español para llegar a trazar un «mapa personal», es decir, la posición que ocupan cada uno de esos elementos en la vida humana, de manera análoga a los de un mapa geográfico (amistad, amor, familiaridad, cercanía, etc.). Acuñó por eso la palabra «necesitante» para explicar el carácter relacional continuo de la persona. Precisamente ha escrito un libro titulado Mapa del mundo personal sobre estas cuestiones.

Con la atención a las palabras, el filósofo ha profundizado en el conocimiento de la realidad radical que es la persona44.

Su interés por la lengua ha sido también aplicado a su «antropología cinematográfica»; así, ha escrito unas reflexiones tan interesantes como esta, referida al clásico My fair Lady: «Tan pronto como Eliza llega a estar “instalada” en la buena fonética, está en el buen camino personal. [...] Eliza va mirando el mundo de otra manera, se va sintiendo, interpretando, proyectando, como otra Eliza»45. Es decir, que cuanto mejor la persona se va instalando en su lengua, va siéndolo de un modo más logrado.

En otros fragmentos de sus artículos de cine, el filósofo ha escrito palabras como las siguientes, sembrando esperanzas para que exista un cine español de calidad:

«La realidad física de España, natural y urbana, es de extraña belleza y, por añadidura, de una variedad difícil de encontrar en otros lugares. Nuestra lengua es una de las más elaboradas y depuradas por una larga literatura milenaria, sin interrupciones, que ha dejado una ilimitada serie de interpretaciones dramáticas líricas, ásperas o refinadas, de la vida. No se olvide —y en el cine esto es esencial— la claridad fonética del español, que asegura su comprensión en todos sus amplísimos dominios, lo que no sucede con otras lenguas, incluso de las más ilustres. [] ¿No se podría aplicar esto a los que hacen cine y otras muchas cosas?»46.

Homenaje a la veracidad

Un año justo antes de la muerte de Marías, el 16 de diciembre de 2004, el Instituto de España le hizo un homenaje a la antigüedad académica, dada su pertenencia durante cuatro décadas a la Real Academia Española y la posterior de ellas —desde 1990— a la Real Academia de Bellas Artes, por su contribución al cine. En este último acto, invirtiendo los papeles, José Luis Pinillos hacía el elogio del filósofo y Marías contestaba brevemente, en uno de sus últimos actos públicos:

«Platón llamaba a los filósofos “amigos de mirar” y al pequeño Julián se le van ya los ojos tras las fotografías de las revistas ilustradas que andan por su casa. Más tarde escribirá que “mirando se hacen las tres cuartas partes de toda filosofía que no sea una escolástica”. Harold Raley, uno de los mejores conocedores de su pensamiento, ha escrito que “filosofar es para él mirar alrededor, sentir las cuestiones, las interrogantes que brotan de las cosas”. En Marías, como en su maestro Ortega, la mirada va a cumplir la misión teórica que le atribuyó Herodoto: theroríes heíneken hekdemeín, viajar para ver el mundo, por el afán de saber»47.

El psicólogo hace un repaso de toda la vida filosófica de Marías, reseñando los hitos marcados por algunos de sus libros y lo que han significado en la vida cultural de España. Las dedicadas a la obra Introducción a la filosofía son toda una hoja de ruta:

«Marías publica una Introducción a la filosofía en la que aclara la relación que hay entre su filosofía y la de Ortega: “inexplicable sin ella, dice, pero irreductible a ella”. En esa obra, mantiene la continuidad con el pensamiento de su maestro, pero hace notar que “continuidad” significa justamente “necesidad de continuar”, de seguir actualizando la filosofía de la razón vital, en un clima político cada vez más indiferente a la verdad. De ahí que obras de Marías como Ortega. Circunstancia y vocación y Ortega. Las trayectorias fueran decisivas para sistematizar un pensamiento a veces disperso en prólogos ocasionales, artículos de periódico o escritos de circunstancias»48.

En el mismo sentido, recuerda Pinillos momentos decisivos en la trayectoria filosófica de Marías, como la fundación del Instituto de Humanidades junto con Ortega y Gasset o el cambio de panorama que supuso el profesorado en Wellesley College: «Comienzan sus largas permanencias en las universidades americanas, entra en la Real Academia Española, su facilidad para los idiomas le convierte en un conferenciante plurilingüe de ámbito internacional, escribe en los periódicos, publica un libro cada año, a veces más, su Historia de la filosofía es ya un best seller, traducido a otros idiomas, le llegan los reconocimientos de todas partes, del Institut International de Philosophie, de París, de la Hispanic Society of America, de la International Society for the Study of Ideas»49.

También se refiere a la serie de nombramientos españoles que llegaron con la Transición hacia la democracia, como el de senador por designación real para contribuir a la elaboración de la Constitución Española, la Cátedra Ortega y Gasset de la UNED, la fundación del Colegio Libre de Eméritos en 1987, el Premio a la trayectoria literaria de Valladolid en 1995, el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1996, etc.

Termina Pinillos su discurso haciendo ver que todo lo que ha dicho no es mero pasado, no es un pensamiento hecho y concluido, sino que es necesario continuarlo y completarlo: «Quiero recordar, en fin, que los muchos libros y ensayos que Marías ha publicado sobre temas de actualidad tienen, como todo su pensamiento, una dimensión futuriza. España inteligible (1988) y La España real (1976), vaya por caso, son hoy más actuales, si cabe, que cuando vieron la luz por primera vez. La antigüedad académica de Julián Marías no es una antigüedad cerrada, es una antigüedad fecunda que seguirá abriendo nuevos horizontes a la filosofía»50.

En este acto académico, se podría decir que de despedida (el filósofo ya contaba con 90 años), Marías hace ver que lo que ha intentado reflejar en toda su obra es la lealtad a la veracidad y esta clave es la que puede explicar toda su trayectoria:

«Desde ese supuesto, me he esforzado siempre por entender. La realidad es problemática, se presenta como una interrogante; hay que hacer un esfuerzo tenaz por iluminarla, aclararla, verter sobre ella una luz que procede del pensamiento. Es la condición de toda vida intelectual que merezca este nombre. Si se ve que esto es una exigencia inexorable, de ello se deriva una responsabilidad intelectual que es la medida de la autenticidad del pensamiento. Que está expuesto ciertamente al error, pero enderezado siempre por esa insobornable responsabilidad que es la veracidad. Esta situación es un ejemplo particularmente importante y grave de lo que llamo desde hace mucho tiempo las raíces morales de la inteligencia»51.

Nieves Gómez Álvarez

Doctora en Filosofía (UCM)
Personal docente e investigador en
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), España


  1. Se puede consultar una referencia mía a la biografía y bibliografía completa de Marías en: http://www.personalismo.org/julian-mari%C2%ADas.

  2. Julián Marías, Una vida presente. Memorias, Madrid, Páginas de Espuma, 2008, 2.a ed.: «La Academia», pp. 433-434.

  3. Ibídem, p. 434.

  4. Julián Marías, La realidad histórica y social del uso lingüístico, Discurso de recepción del académico de número Excmo. Sr. D. Julián Marías y contestación del Excmo. Sr. D. Rafael Lapesa, sesión del 20 de junio de 1965, Madrid, Real Academia Española, 1965, p. 9.

  5. Julián Marías, Una vida presente: «Ramón Menéndez Pidal», p. 518.

  6. «Y para mí, los viejos, los grandes viejos públicos, los que por eso son de todos —por eso los llamo “nuestros viejos” —, tienen una función más sutil y más íntima, más importante también: la de darnos compañía. Don Ramón y don Manuel, don Pío, don Jacinto, Azorín… ¡cómo nos acompañan! Llevan tanto tiempo ahí, entre nosotros, dándonos sombra, como esos grandes cedros añosos que crecen junto al Museo del Prado. Los hemos encontrado ya al nacer; venían de antes, han perdurado a lo largo de todas las vicisitudes; son además algo que hemos tenido en común con nuestros padres, con nuestras nuevas devociones particulares y acaso polémicas. Nos ligan al pasado, son hilos que nos enlazan silenciosamente con el subsuelo de la historia en que estamos implantados, donde se hincan nuestras raíces» (Julián Marías, [Homenaje a Menéndez Pidal]/ [Madrid: s. n., 1954]. Debo al amable personal de la Biblioteca de la RAE la consulta de este documento, firmado por muchos intelectuales eminentes de los años 50, entre ellos Rafael Lapesa, Enrique Lafuente Ferrari, Fernando Chueca, Paulino Garagorri, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, José María Azcárate, José Manuel Blecua, Luis Díez del Corral, Emilio García Gómez, Joaquín Garrigues, José Hierro, Fernando Lázaro, Leopoldo Panero, Manuel de Terán, etc. y cuatro mujeres (María Rosa Alonso, Julia Churtichaga, Luisa Elena Portillo, María Riaza).

  7. Julián Marías, La realidad histórica y social del uso lingüístico, p. 10.

  8. Julián Marías, Una vida presente: «La Academia», p. 435.

  9. Julián Marías, Una vida presente: «Wellesley», p. 295.

  10. Julián Marías, La realidad histórica y social del uso lingüístico, p. 20.

  11. Ibídem, p. 61.

  12. Ibídem, p. 62.

  13. Ibídem, p. 64.

  14. Julián Marías, en: Ciencia y lenguaje, Discurso de recepción del Excmo. Sr. D. Antonio Colino López y contestación del Excmo. Sr. D. Julián Marías, sesión del 23 de enero de 1972, Madrid, Real Academia Española, 1972, p. 4.

  15. Julián Marías, en: El sentido del progreso desde mi obra, Discurso leído el 25 de mayo de 1975 en el acto de su recepción por el Excmo. Sr. Don Miguel Delibes Setién y contestación del Excmo. Sr. Don Julián Marías, Valladolid, Miñón, 1975, p. 63.

  16. Sobre Jorge Guillén también custodia la Real Academia un homenaje, donde Marías alaba la capacidad del poeta para iluminar los pasajes más oscuros de Góngora. Julián Marías, Homenaje a Jorge Guillén, Madrid, Real Academia Española, 1984, pp. 71-77.

  17. Ibídem., p. 76.

  18. Ibídem., p. 78.

  19. Julián Marías, en: La belleza en la ciencia, Discurso de recepción pública del Excmo. Sr. D. Salvador de Madariaga y contestación del Excmo. Sr. D. Julián Marías, sesión del 2 de mayo de 1976, Madrid, Real Academia Española, 1976, p. 28.

  20. Ibídem, p. 16.

  21. Ibídem, p. 23. También se puede consultar el apartado de las Memorias, Una vida presente, «Madariaga en la Academia», pp. 627-628.

  22. Ibídem, pp. 26-27.

  23. Julián Marías, en: Las formas del relieve terrestre y su lenguaje. Discurso de recepción pública del Excmo. Sr. D. Manuel de Terán y contestación del Excmo. Sr. D. Julián Marías, sesión del 20 de noviembre de 1977, Madrid, Real Academia Española, 1977, pp. 55-56.

  24. Ibídem, p. 57.

  25. Julián Marías, en: El lenguaje de las ciencias humanas. Discurso de recepción pública del Excmo. Sr. D. José Luis Pinillos y contestación del Excmo. Sr. D. Julián Marías, sesión del 18 de diciembre de 1988, Madrid, Real Academia Española, 1988, pp. 81-82.

  26. Ibídem, pp. 85-86.

  27. Ibídem, p. 43.

  28. Ibídem, p. 43.

  29. Ibídem, pp. 58-59.

  30. Ibídem, p. 77.

  31. Julián Marías, en: Homenaje a Don Gregorio Marañón, Trabajos leídos en la sesión pública celebrada el día 20 de Diciembre de 1970 (Tomo li. Cuaderno cxcii. Enero-Abril 1971), Separata del Boletín de la Real Academia Española, Madrid, Real Academia Española, 1971, pp. 21-22.

  32. «Yo estaba en una tribuna, escuchando con avidez. [] La Iglesia estaba recobrando su libertad, mostrando lo que realmente era, lo que de verdad quería, no lo que se suponía que era su voluntad, hábilmente interpretada y expuesta por unos cuantos. Escribí un largo ensayo, “Panorama desde el Concilio”, incluido en el libro Meditaciones sobre la sociedad española y luego en el volumen viii de Obras; después aconsejé a Miguel Delibes publicar una larga serie de comentarios sobre el Concilio en El Norte de Castilla, y así lo hizo, en contraste con la reticencia o el silencio puro y simple con que la prensa española había acogido casi todo lo más interesante. [] Se me quedaron grabadas unas cuantas afirmaciones que no se deberían olvidar. El cardenal Léger reclamó el derecho a la libertad de investigación en todas las ciencias, incluso en las sagradas, porque ninguna es posible sin libertad de investigación» (Julián Marías, Una vida presente: «El Concilio», p. 432).

  33. Julián Marías, Una vida presente: «El Cardenal Tarancón», p. 550.

  34. Julián Marías, Una vida presente: «El Cardenal Tarancón», p. 551.

  35. Ibídem, p. 551.

  36. P. Laín Entralgo, Una y diversa España, Barcelona, Edhasa, 1968, p. 131.

  37. Ibídem, pp. 131-132. Más arriba he escrito el dato actual sobre los millones de hispanohablantes, que ha crecido notablemente desde 1968. Laín Entralgo describe sus «cuatro máximas emociones de hispanohablante»: el español es levadura, es «huésped de la soledad cósmica», es agente de occidentalización y «aderezo familiar». En otro artículo del mismo libro, «Meditación de Teotihuacán», Laín ha hecho un inteligente análisis de la aportación española a los países americanos: España llevó a América, con aciertos y desaciertos, pero ante todo con su lengua, una posibilidad histórica, que es la de implantar en América el modo de existencia europeo, con su triple legado de la Antigüedad clásica, el Cristianismo y el germanismo.

  38. Julián Marías, Una vida presente: «La universidad de Puerto Rico», p. 377: «La belleza de Puerto Rico es extraordinaria; la simpatía de la gente, no sé si tiene comparación. La vegetación lo invade todo; los pájaros, las pequeñas “reinitas”, se posan en los muebles; las lagartijas se pasean confiadas; los coquís, diminutas ranitas casi transparentes, “cantan” con dos notas a las que deben su nombre, y deben de ser millones a juzgar por su sonido, sobre todo después de las frecuentes lluvias, varias veces cada día». Este pasaje es una buena muestra de varios aspectos: el español cristalino de Marías, sus ojos entusiasmados y atentos hacia cada paisaje —que se muestran especialmente en los libros de viajes— y la atención al español de América. Aspectos todos ellos de gran valor para su aportación a la Real Academia Española.

  39. En este sentido, se puede consultar mi artículo «El español como lengua filosófica», publicado en la Revista argentina Persona, n.o 17, agosto 2011, y disponible en versión digital en la página: http://www.personalismo.net/persona/sites/default/files/revista17_lenguaje2_0.pdf. Tanto Ortega como Marías han enriquecido el español filosófico al desarrollar las posibilidades del verbo ‘estar’ frente al de ‘ser’, a partir del cual está apoyada gran parte de la metafísica clásica.

  40. Julián Marías, Antropología metafísica, en: Obras X (Antropología metafísica. Ensayos), Madrid, Revista de Occidente, 1982, 3.a ed., p. 35.

  41. Julián Marías, Obras viii (Análisis de los Estados Unidos; Israel, una resurrección; Imagen de la India; Meditaciones sobre la sociedad española; Consideración de Cataluña; Nuestra Andalucía y Nuevos Ensayos de Filosofía), Madrid, Revista de Occidente, 1970, p. 357.

  42. Julián Marías, «La interpretación de la mujer en la obra de Ortega», en: Sesión conmemorativa de su fundación celebrada el día 25 de enero de 1983 en la Sede de esta Corporación. Resumen de las actividades del Instituto de España y las Reales Academias en 1982. La interpretación de la mujer en la obra de Ortega, por el Excmo. Sr. Don Julián Marías de la Real Academia Española, Madrid, Instituto de España, 1982, pp. 15-30.

  43. Julián Marías, Antropología metafísica, p. 158.

  44. Un simple vistazo a los artículos de Marías presentes en Internet sobre la lengua revela su gran capacidad para ofrecer a la Academia y a los hispanohablantes, «maneras nuevas de ver las cosas»: «El gran injerto: la lengua española», «El verbo de la ilusión: desvivirse», «I. Un secreto de la lengua española», «La palabra hablada y la palabra escrita», «La palabra pública», «La realidad y la palabra», «Lenguas de España», «Lo que se puede decir», «Palabras peligrosas», «Superación de Babel», etc. En: http://www.conoze.com/?accion=autor&autor=Juli%E1n+Mar%EDas (consultada en noviembre 2013).

  45. Julián Marías, El cine de Julián Marías, Volumen i. Escritos sobre cine (1960-1965), Barcelona, Royal Books, S.L. (Fernando Alonso, comp.), 1994, p. 436.

  46. Julián Marías, «Entre el temor y la esperanza», en: Blanco y Negro (09-02-1997).

  47. Homenaje a la antigüedad académica celebrado el 16 de diciembre de 2004 en honor del Excmo. Sr. D. Julián Marías Aguilera, Académico de las Reales Academias Española y de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, Instituto de España, 2004, pp. 4-5.

  48. Ibídem, pp. 8-9.

  49. Ibídem, p. 10.

  50. Ibídem, p. 14.

  51. Ibídem, p. 18. El actual ocupante de la silla S, Salvador Gutiérrez Ordoñez, también comenzó su andadura en la RAE con un recuerdo elogioso del filósofo: Salvador Gutiérrez Ordóñez, Del arte gramatical a la competencia comunicativa, Contestación del Excmo. Sr. D. Ignacio Bosque Muñoz, Madrid, Real Academia Española, 24 febrero de 2008, pp. 10-12: «En estos primeros compases de mi discurso, deseo realizar una cálida referencia a quien fue mi predecesor en el sillón “S” de esta Real Institución: D. Julián Marías Aguilera. Me será difícil no sentirme minúsculo en el lugar ocupado por uno de los intelectuales más relevantes del siglo xx. [] Su labor en esta Casa fue siempre reconocida y muy admirada».