MENÉNDEZ PIDAL Y SU EVALUACIÓN CRÍTICA SOBRE LOS ESTUDIOS CIDIANOS DE ANDRÉS BELLO
Boletín de la Real Academia Española
[BRAE · Tomo XCVIII · Cuaderno CCCXVII · Julio-Diciembre de 2018]
http://revistas.rae.es/brae/article/view/263
Resumen: Este estudio busca reconstruir la faceta crítica del filólogo español en torno a los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid, a partir de la publicación reciente de los Cuadernos de Londres, y proponer una lectura sobre el bellismo en Ramón Menéndez Pidal.
Palabras clave: Filología; Poema del Cid; Bellismo; Ramón Menéndez Pidal; Andrés Bello.
MENÉNDEZ PIDAL AND HIS CRITICAL EVALUATION ON THE STUDIES OF THE CID OF ANDRÉS BELLO
Abstract: This study seeks to reconstruct the critical facet of the Spanish philologist around the studies of Andrés Bello on the Poema del Cid, from the recent publication of the London Notebooks, and to propose a reading on Bellism in Ramón Menéndez Pidal.
Keywords: Philology; Poem of the Cid; Bellism; Ramón Menéndez Pidal; Andrés Bello.
La reciente publicación de los Cuadernos de Londres, de Andrés Bello (1781-1865), reabre la discusión sobre la evaluación que Ramón Menéndez Pidal hiciera en torno a la contribución del gramático y filólogo venezolano-chileno a los estudios sobre la poesía medieval española, en especial a los relativos al Poema del Cid. Por otra parte, la conmemoración del cincuentenario de la muerte del filólogo e historiador gallego, padre de los modernos estudios cidianos, y los 150 de su nacimiento ofrecen el marco perfecto de motivaciones para proponer relecturas que determinen el tono exacto de los acuerdos y las diferencias que existieron entre estos sabios sobre una materia tan determinante para el conocimiento de los orígenes de la lengua española. Reconstruir la faceta crítica de Menéndez Pidal en torno a los estudios cidianos de Bello permitirá auspiciar un nuevo campo de fertilidades y trasvases que haga posible encuadrar con definitiva objetividad lo que esta materia le debe a cada uno de estos autores.
Como se sabe, Bello dedicó mucho tiempo y esfuerzo a su edición del Poema del Cid. Ciertamente, sus investigaciones cidianas se remontan a sus primeros tiempos londinenses, año 1810, y ocupan toda su vida; pues trabajaba en ella todavía durante sus últimos años. Se trata de una de las dedicaciones más constantes y productivas en el mundo hispánico en relación con la épica medieval castellana y sobre su obra más representativa. Lamentablemente, Bello no publicaría en vida esta edición, que se conocerá al incluirse en el tomo segundo de la primera edición de las Obras completas del sabio, aparecidas en Santiago de Chile, el año 1881.
En parte, esta circunstancia vino a significar que los trabajos de Bello no fueran percibidos con la importancia que tenían por los estudiosos decimonónicos del poema y que solo, muy tardíamente, se reparara en la capital trascendencia que ellos reportaban. Es probable que buena parte de esta inadvertencia, además de la tardía divulgación de la obra, sea responsabilidad de Manuel Milá y Fontanals (o al menos, así lo señala Menéndez Pidal), quién aun apreciando mucho a Bello, lo deja inerme frente al desamparo crítico, al citar solo el artículo que este escribe en 1827 sobre la asonancia, en su recuento de 1874 sobre los estudiosos de la poesía heroico-popular castellana.
Igual situación de inadvertencia se reproduce en los muchos artículos y estudios que publica Bello a lo largo de su vida y que tienen por tema la poesía medieval, en donde las menciones al texto cidiano son abundantes, y que estuvieron desperdigados hasta la llegada de las distintas ediciones de sus Obras Completas. Pedro Grases, en su fundamental libro La épica española y los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid, lamenta que Bello nunca reuniera en un volumen estos estudios. Esta sería, quizá, una causa más para que la presencia de Bello en la filología cidiana no haya sido suficientemente destacada, según opinión del bellista hispano-venezolano. Grases, además, hará explícitas las razones de mérito que justificarían el reclamo vindicador que la obra cidiana de Bello exigía, dibujando una parábola de relación que incluye al venezolano y a Menéndez Pidal:
«En la historia de las investigaciones literarias de la Edad Media castellana, el brillantísimo lugar que se debe a Bello ha sido por lo general injustamente preterido, y no estimo ociosa la tarea de ordenar el pensamiento de Bello en la restauración del Poema del Cid y en el planteamiento y dilucidación de los principales problemas de crítica literaria que el cantar castellano presenta y que, a lo largo de más de un siglo, han ido resolviendo los eruditos en literatura medieval castellana, hasta llegar a la obra ingente de don Ramón Menéndez Pidal»1.
En el mismo sentido, Marcelino Menéndez Pelayo haría algunos correctivos que reencauzarían la materia bellista y que le ofrecerían un marco moderno de apreciación crítica. Además de debérsele al sabio santanderino el rescate de la figura de Bello y el restablecimiento de su lugar en la poesía hispanoamericana, sobre el tema cidiano-bellista hará también su contribución al destacar las refutaciones de Bello a Durán, a Ticknor y a Amador de los Ríos. Los errores cometidos por estos autores se seguirían repitiendo en tiempos más modernos sin tomarse en cuenta las rigurosas enmiendas señaladas por el estudioso caraqueño.
Vendría luego la consideración de Menéndez Pidal, quien oscilaría entre una apreciación temprana muy crítica y poco favorable a las investigaciones cidianas de Bello y, otra tardía, en donde, casi a modo de reconocimiento, se desdeciría de muchos de sus juicios o los suavizaría ostensiblemente, ordenando una valoración más equilibrada y justa. Serían las primeras, claro está, las que constituirán el punto de quiebre con algunos bellistas modernos que no han podido entender la rudeza de la crítica pidaliana y, menos, la no aceptación de los argumentos ofrecidos por el maestro americano en sus muchos análisis dedicados al tema del Cid. El presente estudio está motivado por esa oscilación de la que antes hablábamos entre un autor tan armonioso y sabio y sus inclementes juicios bellistas, cuyas reacciones en su contra no se hicieron esperar.
La más contundente de todas, la del hispanista y medievalista británico Colin Smith. En 1985, publica en español su libro La creación del Poema de Mio Cid. En esta obra de síntesis, el autor reasume su posición crítica a favor de los estudios cidianos de Bello, vindicando abiertamente su gestión de primer especialista y ofreciéndole máxima perdurabilidad. No tiene reparos en cuestionar la figura canónica de Menéndez Pidal por el tratamiento parco que hace de los estudios medievales de Bello y por su velada displicencia hacia sus aportes, debido a la no aceptación por parte de Menéndez Pidal de la hipótesis sobre la influencia de la épica francesa en la épica castellana, como sostenía Bello. Indica que el filólogo gallego procedió de manera sesgada con la idea, no solo de derrumbar el galicismo épico de Bello y de otros autores, sino de cerrarle el paso a cualquier interpretación y documentación que pretendiera relacionar el Poema del Cid y su dependencia de la épica francesa. Enumera, a estos efectos, las acciones que se atrevió a realizar:
«Pero Menéndez Pidal subrayó en su larga serie de brillantes estudios la relativa (no total) independencia de la épica castellana y de otros géneros, acrecentó el volumen del género épico con suposiciones de poemas inexistentes, y cuando existían textos teóricamente datables, les asignó fechas desmesuradamente tempranas»2.
Refiere, finalmente, la censura impuesta por algunos críticos a su propia edición del poema, publicada en inglés en 1972, en la Oxford University Press, y en español en 1987, en la editorial Cátedra, debido a su reiterado elogio al trabajo cidiano de Bello. Smith es del parecer que estas reacciones, tanto como la posición de Menéndez Pidal a no reconocer el influjo francés se deben a razones patrióticas y nacionalistas.
Más recientemente, y en la misma línea de Smith, el catedrático Juan Antonio Frago, de la Universidad de Zaragoza, volverá a la carga contra Menéndez Pidal en relación con su crítica al Bello cidiano. Su trabajo, con el título «Andrés Bello, historiador de la lengua. Sobre el Cantar de Mío Cid», aparecerá en el prestigioso Boletín de Filología, de la Universidad de Chile, el año 2015 (tomo L, número 1, págs. 107-134).
A finales del año 2017 se presentaron en la Biblioteca Nacional, en Santiago de Chile, los Cuadernos de Londres. La obra contiene la transcripción de los trece cuadernillos con las notas manuscritas que Bello tomó en la biblioteca del Museo Británico durante al menos nueve años (de 1814 a 1823), de los diecinueve en que se prolongó su estadía en la capital de Inglaterra (de 1810 a 1829). El ambicioso proyecto fue llevado a cabo por un conjunto de profesores chilenos coordinados por los investigadores Iván Jaksić y Tania Avilés, quienes se encargaron de la edición, el prólogo y las notas.
La sola aparición de estos materiales, que debemos considerar obra acabada aun en su estado desestructurado y fragmentario (algo similar a la consideración de El libro de los pasajes [1927-1940], de Walter Benjamin, en donde la citación representa el principio organizador), renueva el conocimiento de la obra de Bello, permite llenar el vacío de la etapa londinense de su biografía (para uno de sus biógrafos, el bellista venezolano Rafael Caldera, su estadía londinense resultaba «incomprendida») y, principalmente, transforma la materia cidiana en Bello al descubrirnos nuevos datos, nuevas fuentes, nuevos intereses y nuevos asideros para las conclusiones a las que llegó en sus investigaciones sobre literatura medieval española. El trabajo de los editores de esta nada divulgada obra de Bello está en conexión directa a lo que la primera edición caraqueña de las Obras completas hizo con los «borradores de poesía», segundo tomo al cuidado del jesuita Pedro Pablo Barnola, y en donde se reconstruye el proceso de creación escrituraria del Bello poeta, a partir de materiales carentes de forma como son las anotaciones, enmiendas, adiciones y supresiones.
En cuanto a la materia cidiana, hay que decir que el casi millar de páginas que componen esta nuevo volumen se constituyen en evidencia de cuáles eran los insumos por los que Bello se interesaba en su minucioso rastreo documental. Buscaba sustentar sus teorías centrales sobre la influencia francesa en la épica española y sobre la significación de la rima asonante en relación al origen de los romances y el claro parentesco métrico de estos con las epopeyas medievales.
Bello emprende en la célebre biblioteca londinense un ingente proceso de pesquisa considerando los tipos más variados de obras, antiguas o modernas. Historias, crónicas, cartularios, romanceros, cancioneros, florilegios, biografías, legislaciones, himnarios, diccionarios, lexicones, enciclopedias, disertaciones, epistolarios, genealogías, memorias y un largo etcétera genérico, son motivo de sus eruditos análisis para comprender el asidero francés de la épica cidiana y la vasta reconstrucción que el fenómeno le demanda.
Esta diversidad documental resulta un logro metodológico en donde Bello se adelanta a la moderna historiografía y contribuye con ella. En este sentido, el amplio radio de acción hace que se distancie de las fuentes archivísticas legales que eran tradicionales en historiografía y que, aun sin desconocerlas, las haga dialogar con esa otra paleta genérica, especialmente las de naturaleza literaria, que tanto prestigio tendrían en tiempos más modernos. Observo en esta práctica, un empeño de Bello que se vincula con el pensamiento que un siglo más tarde sostendría la investigación medievalista europea y la historiografía cultural en general. Simétricas en más de un sentido, algunos principios del código teórico de Johan Huizinga o de George Duby, entre otros, parecen calzar con los que el propio Bello ejecuta en sus cuadernos londinenses.
En La ciencia histórica (1934), Huizinga postula el acierto metodológico con un ánimo que Bello, conocedor también del mundo clásico, no hubiera rechazado:
«En lo que toca a la perfección del método, es imposible separar la Historia de la Filología […]. Pero solo el siglo xix introducirá la gran renovación y perfección metódicas de la Historia antigua desplegando de lleno los medios de conocimiento de la Epigrafía y de la Arqueología al lado del tratamiento filológico-histórico de la tradición literaria […]. La investigación científica de la Edad Media, que no tomó gran vuelo hasta después del año 1800, desde un principio aprovechó esa combinación de métodos histórico, filológico y arqueológico, que los estudios clásicos habían creado»3.
En La historia continúa (1991), Duby deja asentado el principio que perfectamente hubiera podido firmar Bello:
«Por eso es por lo que ahora le presto más atención a las narraciones, por muy fantasmagóricas que sean, que a las referencias objetivas, descarnadas, que se pueden encontrar en los archivos. Esos relatos me enseñan más, en primer lugar sobre el autor, por sus rodeos: lo que le cuesta decir, lo que no dice, lo que olvida, lo que oculta»4.
El resultado será un conjunto de piezas breves, de fragmentos textuales de obras mayores y de notas con las que Bello los antecede o resume (en algunos casos, auténticos ensayos o mini tratados) que tendrá por finalidad ser el punto de donde partan sus argumentaciones lingüísticas e históricas sobre el origen de la épica castellana medieval y sobre el Poema del Cid, libro cúspide del género. Su valor radica en su diversidad y en su selección. Aunque en ocasiones el hallazgo lo seduce, Bello escoge con criterio. Desde sus tiempos caraqueños ha sido fiel a las bibliotecas y, en Londres, además de las búsquedas en la muy celebre del prócer independentista y amigo personal Francisco de Miranda5, entrará en contacto con las de otros intelectuales españoles exiliados en Londres y, especialmente, en las de sabios ingleses como James Mill, mina para sus estudios filosóficos y gramaticales. En el Museo Británico la pesquisa estará focalizada hacia temas medievales que constituían el interés primordial del investigador: el nacimiento de las lenguas y literatura románicas y, en concreto, los orígenes del español; asimismo, el estudio de la rima asonante en el verso latino y romance (cuadernos i y iii) y el establecimiento del octosílabo de los romances como partición del verso de los poemas épicos. Todo este conjunto de importantes motivos de investigación vendrían a producir una conclusión cuya solidez vemos confirmada a cada paso en las páginas de los Cuadernos de Londres: la influencia de la poesía francesa en la poesía castellana, tanto como en otras europeas («La más antigua poesía italiana parece fundada sobre la provenzal»6), dada la universalidad de la lengua francesa y la circulación de la poesía trovadoresca.
El riquísimo corpus textual que reúne sería el asidero para arribar a las anteriores verdades y conclusiones y no al revés; es decir, Bello procede del documento al principio teórico y no del principio teórico al documento, método muchas veces puesto en práctica en la investigación filológica e histórica: buscar el respaldo textual para ideas preconcebidas. En este aspecto, Bello investiga como un positivista de primera generación (en conexión con el positivismo de los padres de la lingüística moderna, de Ferdinand de Saussure en adelante, y como el propio Menéndez Pidal).
La primera anotación expresamente cidiana de los Cuadernos de Londres que interesa por ser la primera, la encontraríamos al comienzo del cuaderno ix, en el sumario de obras revisadas: «Tiene relacion con la historia del Cid, pag. 104. Pag. 130»7. Sin embargo, más que por primera por fundacional, leemos unas páginas más adelante en el mismo cuaderno, unos romances tomados del Cancionero de romances en que están recopilados la mayor parte de los romances castellanos, que hasta agora se han compuesto. Nueuamente corregido, libro fechado en Amberes, en 1555. Relata un momento previo a la toma de Zamora por el Cid: «Del cabo que el Rey la cerca Zamora no se da nada/ Del cabo que el Cid la cerca Zamora ya se tomaba»8. El texto resulta de una versificación asonante regular. Este cuaderno cierra su repertorio cidiano copiando unos fragmentos de la Crónica del famoso cauallero Cid Ruy diez Campeador, editada por Juan López de Velorado, abad de Cardeña, en 1512, conocida como la Crónica particular9 y mencionada por Bello como Crónica de Velorado y Crónica de Cardeña; y con un breve cuerpo, de título: «Adiciones al Cid»10, algo crípticas.
Al cerrar los Cuadernos de Londres estamos realmente convencidos de que todo su contenido está subordinado, aunque este sea atravesado por otras líneas temáticas (v.g. el morbo gálico o la poética de Lope de Vega), a hacer fuerte la conclusión galicada y su influencia en la versificación del Poema del Cid. Será este, precisamente, el tópico en donde la hipótesis de Bello entrará en conflicto con la del propio Menéndez Pidal, dejando instalado el desacuerdo entre estos dos sabios, que estaban unidos en más de un asunto y por más de una razón.
La presencia de Bello en la obra cidiana de Menéndez Pidal resulta muy notoria. Aunque no siempre esa presencia se invoque en los términos más felices, está claro que para el filólogo español Bello constituía un autor de primera importancia en relación con las investigaciones cidianas. En más de una oportunidad lo señala como uno de los primeros estudiosos del xix en proponer una edición del Poema del Cid y esto, debemos verlo así, constituye un notable reconocimiento. Sin embargo, la crítica cidiana y, en especial la que se asume desde las filas del bellismo, resiente de un mejor trato para el sabio venezolano por parte de Menéndez Pidal, pues insiste en que este hizo aprovechamiento de materiales y asimilación de muchos principios que no reconocerá, cuando su fama de cidiano mayor quede asentada.
A pesar de la profusa citación bellista en la obra de Menéndez Pidal, este solo escribió un texto crítico sobre Bello y lo hizo en la oportunidad de ponderar los méritos de la primera edición caraqueña de las Obras completas del sabio americano. Titulado: «La nueva edición de las Obras de Bello», apareció en la Revista Nacional de Cultura (Caracas, N.º 106-107, págs. 9-17), el año 1954. Esta valiosa aproximación al Bello filólogo, se publicaría en dos ocasiones más, una en vida de Menéndez Pidal y otra después de su muerte: 1) En Homenaje a Bello, Caro y Cuervo. Madrid: Comisión Permanente del Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, 1956, págs. 423-429; y 2) En Pedro Grases (compilador). España honra a don Andrés Bello. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1972, págs. 251-255. Asimismo, circuló en edición separata: La nueva edición de las Obras de Bello. Caracas: Ministerio de Educación, 1954.
No es necesario señalar, por muy sabido, que el comentario crítico que este texto completa resulta de enorme importancia para la fijación moderna sobre la contribución de Bello a los estudios cidianos y a los de la lírica medieval española. La sabiduría del maestro español no deja lugar a dudas sobre la trascendencia de estos estudios, sino que sugiere hipótesis para entender por qué las investigaciones de Bello en este campo fueron inadvertidas o postergadas por mucho tiempo en la filología española. El artículo resulta una joya bellista tanto por lo que aporta como reflexión y por lo mucho que logra de reconocimiento a la labor del sabio americano, a raíz de la publicación de sus Obras Completas, en la edición de Caracas, cuya tarea valora con ajustado elogio.
Los momentos cúspide del estudio merecen recordarse, pues permiten establecer la cualidad del bellismo español moderno, que aflora con lucidez en el escrito del sabio autor de La España del Cid. Después de aplaudir la singular tarea de la comisión encargada de la edición de este monumento americano a la sapiencia, entra en materia para evaluar al medievalista, al editor y al estudioso del poema.
Con ánimo reparador, Menéndez Pidal comienza su propia vindicación responsabilizando a Milá y Fontanals por su olvido de la edición de Bello, pero reconociendo su valía y los méritos de una vocación por el Cid, que se prolongan durante toda su vida. Así resume la vocación del sabio venezolano:
«Después de Milá siguieron ignorados en Europa trabajos más tarde publicados, como los estudios sobre la leyenda del Cid, su edición y glosario del Poema del Cid, que son un mérito sorprendente en su tiempo. Los comenzó en las ricas bibliotecas de Londres hacia 1823; casi los daba por terminados en Santiago de Chile hacia 1834, aunque bajo una penuria bibliográfica grande, faltándole allí hasta la Crónica General del Rey Sabio; los retocó después varias veces. El elaboraba esta obra predilecta sin prisa y sin desfallecimiento, con amor indefectible a aquel tema del mayor interés para los lectores europeos; en 1852 volvía a tratar el tema cidiano, pensando siempre en publicar su trabajo juvenil (Obras, vi, 351), pero ya en 1863 escribía al secretario de la Academia Española, Bretón de los Herreros, desesperanzado de poder llevar a cabo la edición y comentario del viejo poema, pero enviando al académico secretario, que también era director de la Biblioteca Nacional, los trabajos cidianos, quizá buscando el que le animase a darlos a luz. Y todavía cuando, en 1864, Florencio Janer publicó nueva lectura del códice del viejo poema en el tomo 57 de la Biblioteca de Autores Españoles, Bello intentaba aprovechar esa reciente edición para hacer nuevas «observaciones que nos atrevemos, decía él, a presentar a nuestros lectores castellanos de uno y otro hemisferio». Pero Bello moría pocos meses después sin editar obra en que tanto y con tanto amor había trabajado. Para el, ilustrar la lengua del primer monumento de la literatura española era empresa esencial, complemento necesario de tantos trabajos suyos ilustrativos del idioma moderno»11.
Seguidamente, produce una primera valoración en la que aminora las críticas hacia Bello tomando en cuenta la escasez de sus «recursos eruditos» (que hoy, gracia a la publicación de los Cuadernos de Londres, vemos que no fueron tan escasos) y en la que se muestra admirado («impresionado») por la sensibilidad de Bello hacia el prodigio del poema castellano y por las muchas enseñanzas que de sus investigaciones todavía se desprendían, a un siglo de su publicación:
«Pues bien, en esa obra inconclusa es de admirar la magistral soltura con que el autor, disponiendo muy escasos recursos eruditos, discurre y se guía por entre múltiples cuestiones que con certera oportunidad suscita y esclarece. Es impresionante el ver, los que leemos un [p. 425] siglo después, cuánto nos enseñan aún aquellos comentarios basados en la aguda penetración de unos pocos documentos diplomáticos y cronísticos, así como en la pertinente utilización de las notas tomadas en Londres sobre poesía francesa medieval. Y no falta alguna vez, en el estilo bellista, la inspiración crítica, creadora de nueva emoción artística, dejándonos ver cómo la sensibilidad del autor, formada en un mundo totalmente nuevo, se compenetra con la poesía primitiva del viejo mundo para admirar, entre recuerdos del Taso, la escena legendaria de la jura de Alfonso VI en Santa Gadea de Burgos, juzgando por conclusión: «esto es grande, sublime», altos calificativos que hasta entonces nadie osaba aplicar a las formas poéticas medievales. Todavía Florencio Janer no veía en el Poema del Cid sino un mero «ensayo de poesía, palabras sencillas y desaliñadas, pero enérgicas y heroicas», mientras Bello, al recibir ese tomo, notaba en la gesta «la belleza y sublimidad de no pocos pasajes»12.
Para don Ramón, sin embargo, la reflexión debía orientarse no tanto hacia la materia cidiana, sino hacia los aportes alcanzados por el caraqueño en torno a la épica en general. El comentario señala a Bello como un investigador original y libre, capaz de construir sus propias teorías, aunque estas estén en dirección contraria a la de sus predecesores o sus contemporáneos. Sus ideas quedan resumidas por Menéndez Pidal, así: 1) la desconexión de la épica medieval de la épica clásica («cree que la epopeya muy probablemente procede de los cantos nacionales con que los germanos celebraban las acciones de sus antepasados»13); 2) los romances viejos son transformación de los cantares de gesta y no al revés, como se creía en su tiempo («un hecho entonces negado por todos los hispanistas más especializados y por todos los grandes críticos románticos, que afirmaban ser los romances lo mismo que las baladas y las cantilenas, productos anteriores en fecha a los poemas extensos y germen de éstos»14); 3) el pensamiento independiente de Bello («Bello, libre de todo prejuicio doctrinal, aplicando un buen sentido histórico a la cuestión, afirma resueltamente, sin concesión ninguna a las teorías dominantes […] Bello, manteniendo la absoluta independencia de su juicio, acertaba a concebir una idea muy exacta del desarrollo que la épica tuvo en los siglos xii y xiii»15).
La conclusión a la que llega Menéndez Pidal no puede ser más elogiosa y justa sobre el estudioso cidiano que fue Bello en alto grado:
«No hubo erudito en su tiempo, ni mucho después, que con más clara luz filológica esclareciese la poesía y el lenguaje del viejo texto; en esa reanimadora labor él desarrollo observaciones de alto sentido histórico y estético, él adujo las referencias a los antiguos textos más oportunas, aún hoy muy útiles, y es de bien notar que no hubo entonces autor, hispano ni extranjero, que manejase mejor que Bello la literatura medieval francesa (a veces en textos manuscritos) en relación con el poema comentado»16.
El tono ponderado y admirativo de este texto crítico tardío, no estará presente en muchos de los otros estudios cidianos previos de Menéndez Pidal, en donde el nombre de Bello no será siempre tan bien tratado. Repasemos los casos más representativos del crítico menos amable.
Dos años después de su muerte, la editorial EDHASA, publica el libro antológico En torno al poema del Cid, en el que se reúnen ocho estudios de Menéndez Pidal sobre la materia que lo acompañó durante su larga vida. El nombre de Bello y su edición del Poema del Cid aparecen citados en varios lugares de este libro. A los efectos de su reseña y cuestionamiento sobre algunas de las ideas del caraqueño, resulta particularmente capital el primero de los textos: «El poema de Medinacelli», publicado en 1913.
Aunque en la recapitulación final del libro se leen palabras de encomio hacia Bello, hay que destacar que en el primero de estos estudios se lo trata con dureza, al refutar las teorías encontradas en relación al influjo francés en la épica castellana. Quizá por exceso de nacionalismo o porque realmente así lo creía, Menéndez Pidal sería incapaz de aceptar, ni parcialmente, alguna de las tesis galicistas de Bello, que este ha confirmado en sus pesquisas documentales en el Museo Británico y de las que dan cuenta notable sus Cuadernos de Londres, como insistimos. Dirá, Menéndez Pidal:
«Pero tampoco exageremos la influencia extranjera en el Poema del Cid hasta el punto de los que lo creyeron escrito en una jerga medio provenzal o medio francesa, o de los que en cada episodio, en cada pormenor, en cada frase del Poema sienten latir la vida de las chansons»17.
Menéndez Pidal cerrará su libro con una nota de sobrio reconocimiento: «El venezolano Andrés Bello, buen conocedor de las chanson de geste, hacía un muy valioso estudio del Mio Cid (hacia 1830), estimando en él la grandeza homérica de algunos personajes»18.
Sin embargo, aquí no termina la relación de Bello y Menéndez Pidal. Al contrario, el crítico cederá la palabra, ahora, al lingüista y al gramático histórico cuando se valga de la edición del Poema del Cid preparada por Bello, cuando el estudioso sabio se interne en la investigación cidiana total que culminó en su edición del Cantar de Mio Cid, su gramática, su texto crítico y su vocabulario.
Como comprobación de lo aportado por Bello a las investigaciones cidianas de Menéndez Pidal y del aprecio y reconocimiento sobre la significación de esos aportes, proponemos revisar el tomo tercero de su edición del poema, el dedicado a estudiar el vocabulario del texto. En cuenta de que hubiera podido hacerse la misma revisión en el tomo dedicado a la gramática, creemos que el apartado lexicográfico de esta obra nos permite calibrar más consecuentemente el mayor o menor aprecio que reflejan las referencias al trabajo cidiano de Bello.
Serían tres los tipos de comentarios críticos pidalianos que pueden determinarse en el vocabulario que completa en su estudio del poema: 1) las referencias objetivas a señalamientos de Bello sobre distintos aspectos del texto, su lingüística y su edición; 2) las referencias cuestionadoras de las opiniones y planteamientos de Bello (numéricamente las más abundantes); y 3) las referencias afirmativas de apoyo a los señalamientos de Bello.
Seguidamente, se agrupan las apariciones de Bello de acuerdo a la anterior tipología.
Referencias objetivas:
«Bello escribe d’acá» (acá, Para las formas “en acá” y “á acá”).
«Bello, Obras ii p. 204 y 219, los toma [a Fernán Ruyz Minaya y a Alfonso Ruyz Minaya] por históricos, sin duda por hallar mención de ellos en Fr. Prudencio de Sandoval, Cinco Obispos 1634, fol. 99» (Álbar Fánez, ‘vasallo del Cid’).
«Bello, Obras ii, p. 233, cree que se trata “de la ciudad llamada de Elicant o Alucant, que segun el jeógrafo Nubiense, estaba a dos jornadas de Albarracin i era una de las principales de Alcratem, provincia mediterranea del reino mahometano de Valencia”» (Alucat, ‘lugar desconocido’).
«Sólo cuando ya la reparación está lograda, cuando ya todo peligro de ultraje está pasado, entonces el Cid se quita la cofia y suelta la barba del cordón, dando que admirar á todos al recobrar su fisionomía ordinaria 3492-3495. Esta es la explicación natural del pasaje, la que ya dieron D. Hinard y Bello [Nota a pie de página: D. Hinard, Poëme du Cid, p. 266, recuerda á propósito que, en la Chanson de Roland, Carlomagno y sus caballeros, cuando á vengar á Roldán, sacan la barba fuera de la loriga (Roland 3122, 3318) y lo mismo los sarracenos, cuando van á combatir á la desesperada: “li amiraill ad sa barbe fors mise” (Roland 3520), lo cual es signo de desafío, que indica que habitualmente había la precaución de ocultar la barba.- A. Bello, Obras ii 285: “He aquí lo que yo imajino: como la longura de la barba (aun prescindiendo del peligro de uso de las armas, era natural que los guerreros se la recojiesen i atrasen cuando iban a lidiar, i por consiguiente, el llevarla atada y recojida era señal de estar apercibidos para la lid; era una ameneza”]» (barba, ‘significa la persona del caballero, ora formando epítetos que le designan’).
«En 586 abuelta parece estar usado en absoluto (con los sos será régimen del verbo que falta; en vez de nadi rechazado por el asonante, léanse anda, ó como pone Bello: andaua), y entonces el significado es ‘revueltamente’» (buelta, «sólo usado en estas frases adverbiales: en buelta con 1761 ‘juntamente con’; abueltas con 3616, abueltas de 716 ‘unido á’; abuelta de los albores 238 ‘al mismo tiempo que los albores’, esto es: ‘al amanecer’»).
«En con myo Çid van a cabo 1717, parece a cabo ‘al lado, de su parte’; Bello interpreta “a cabo, locución adverbial, ‘cerca’”» (cabo, ‘parte externa’).
«En 1329 nómbrase á Casteión entre las conquistas del Cid en el reino de Valencia, y en el pasaje correspondiente, la Prim Crón Gral, 593 b 40, omite ese nombre, como si se tratase de un ripio en que la asonancia hubiese hecho mentar fuera de propósito el Castejón de Henares; pero la Crónica de Veinte Reyes conserva aquí el nombre de “Castrejón”. Creo que se trata de alguna de la poblaciones Castellón de la Plana ó Castellón del Duc, pronunciando su nombre con arreglo á la fonética castellana (lo mismo dicen Bello, Obras ii p. 260, y Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, p. 63 n.)» (Casteión, ‘Castejón de Henares’).
«hablando de un perro enfermo: “Ya no muerde ni escarmienta A la gran loba hambrienta, Y aun los zorros y los osos Cerca dél ya dan mil cosos” Mingo Revulgo (en Bello, Obras ii 235)» (cosso, ‘carrera’).
«Bello interpreta [delibrar ‘rompre a hablar’]: ‘pronunciar sin embarazo, no tartamudear’; Sánchez: ‘razonar, hablar, deliberar’; D. Hinard: ‘délibérer’» (delibrar, ‘acabar, concluir, despachar’).
«Sánchez creyó que encamar [RMP: “‘acostar, ladear’, hacer perder el equilibrio á lo que está vertical, de la siella lo encamó 3685”] era “como si dixéramos emcambar, torcer, encombar”, y le siguen Bello, al darle por significado ‘encorvar, torcer’, y Diez, EWb 154-155, comparando el verbo “encambar” á “camboisser”, ‘krümmen’, usado en Berry» (encamar, ‘acostar, ladear’, hacer perder el equilibrio á lo que está vertical).
«Bello da para el citado verso del Cantar [‘estrellos aya espaçio’] la acepción de ‘demora, paciencia’» (espacio, ‘solaz, consuelo’).
«Bello, Obras ii 378, dice que en 728 hay acaso que leer tanta loriga falsar e desmanchar» (falssar, ‘romper ó atravesar las armas defensivas’).
«Cornu, Rom xxii 531, propuso mando, que Lidforss acepta; Bello y Milá dejan mandado» (mandado, ‘mandato, orden’).
«¿Dónde se hallaba este castillo, que ni D. Hinard, ni Bello, ni Janer, ni Huntington pueden decir dónde estaba? Su nombre se ha transformado en el moderno Benicadell; la pronunciación de b que los moros daban al sonido para ellos extraño de la p, y el gran número de nombres de pueblo que en Valencia empiezan por el plural árabe “beni”, nos explican esa transformación» (Peña Cadiella, ‘castillo ganado por el Cid’).
«Igual sentido tiene la frase equivalente: aver pro a uno 1380, 2130, 2734, 3560, 3639, Loor 203 d; según esta construcción, Restori, Lidforss y Cornu, Zeit xxi 506, leen aver vos [han] grant pro 2481, corrección que me parece aceptable, aunque acaso haya que ampliarla leyendo nos en vez de vos (D. Hinard: avernos gr. pro); Bello leyó aver nos ha grant pro, y Cornu, Rom x 92, no alteró nada» (pro, ‘provecho’).
«Bello traduce ‘juicio, causa’» (razón, ‘suceso, trance’).
«Don Remond era conde de Amous en Borgoña; era hijo cuarto de Guillermo I Têtehardie, conde soberano de Borgoña, desde 1057 á 1087, y de Etiennette de Vienne [Nota a pie de página: (…) Aquí se verá que Etiennette no era de la casa de Barcelona. Otros dijeron que la madre de nuestro Ramón se llamaba Gertrudi, y Bello cree que era nieta de un rey de Navarra]» (Remond, ‘el conde don Remont, es el principal de los jueces que en la cort de Toledo juzga el pleito entre el Cid y los de Carrión’).
«leeremos en consecuencia: despues que fue de noch 404, tomando el çenado del ms. Por simple corrupción gráfica del denoch [Nota a pie de página: Bello, Obras ii 217, Restori, Luidforss y Cornu, Zeit xxi, leen: despues que cenado fo, corrección aceptada impensadamente por mí, p. 414, contra lo que había escrito en Rev. Hispan v, 1898, p. 442; Coester, Rev Hisp xv 135, propone otra corrección violenta], y a él vino en vision 406 [Nota a pie de página: Bello leyó: en sueño le aparecio, y Restori el en sueño vio; ambas correcciones son inadmisibles, por omitir el perfecto vino, que se halla en el ms. de Per Abbat y en la Crónica. Lidforss admite en rima sueñó, «con acento repartido», véase p. 169]» (sueño, ‘acto de dormir’, ‘ensueño’).
«amos tred 142 (frase mal entendida; los editores aceptaron un todos interlineado en el siglo xv, y D. Hinard y Bello corrigieron: Vamos todos tres» (traer, ‘ir’).
«Bello: «vezarse, adornarse;… como derivado de vez, es natural que significase adaptarse, prepararse, adornarse para alguna vez u ocasión;… vezzo, en italiano, significa adorno, gracia i tambien costumbre»» (vezar, ‘avezar’).
«Vocación significó, no sólo ‘advocación’ y ‘santo titular’ (“Señor sant Sabastian, del logar uocaçion” SDom 195), sino también, ‘lugar dedicado a un santo’ (“Era su oratorio, en que solía orar, De la Gloriosa era vocaçion el altar” Milg 514); ¿pudo significar también ‘oferta hecha á un santo’? Bello, Obras ii 266, entiende que vocaçion designa la iglesia de Santa María nombrada en el verso 1668 (sentido del pasaje de Milg 514, que aduzco), pues dice en la nota al v. 1669: “el Cid dió la advocacion de Santa María de las Virtudes a una de las mezquitas de Valencia”, que en efecto ditó el Cid en el año 1098 (p. 879 y 875); este sentido es el más fácil de admitir, considerando la palabra aislada, pero hace del verso una glosa incidental, que, sin embargo, pudiera compararse al verso 3003, otra glosa del mismo estilo» (vocaçión, ‘voto, promesa’, ‘*votación’).
Referencias cuestionadoras:
«Sánchez cree se trata de la ciudad veneciana de Adria, que dio nombre al mar Adriático; “sería famosa en cendales en tiempos del Cid; ahora nada lo es”. D. Hinard, p. 290, objeta que las ciudades del Adriático no empezaron á ser famosas por sus telas de seda sino en el siglo xiii, mientras Alejandría ya lo era desde fines del siglo xi. Bello, Obras ii 268, tampoco se satisface con la explicación de Sánchez y sospecha si en vez de dadria habría el poeta escrito dalfaya, como en 2116; lo mismo dice Restori, Propugn. Yo, asintiendo á D. Hinard, creo que debemos suponer olvido de letras, efecto de una abreviatura: A[lexán]dria» (Adria, ‘lugar famoso por sus cendales’).
«guardar, custodiar, una cosa 1822 (Bello, Obras ii, p. 267, interpreta mal este verso, “esto es, dignas de ver”)» (aguardar, ‘mirar, observar’)
«Como reflexivo aparece agardando se ua 568, que Bello en su Glosario traduce por ‘precaverse, guardarse’, citando en apoyo Milg 377, 437; pero sin duda se ha de corregir alegrando se ua, pues así resulta un verso muy variamente repetido en el Cantar 1157, 1219, 1739, 2273, 2315, 2466, 2473, 2614, y si bien en la primera parte del Cantar el poeta no lo menudea, porque la narración no versa sobre grandes éxitos del Cid, sin embargo no es extraño tampoco á esta primera parte» (aguardar, ‘mirar, observar’)
«El mismo sentido parece tener en 1204, *non y auya hart, aunque Bello, Obras ii 355, traduce: ‘no había recurso’; y así creo traducen mejor D. Hinard: “Mon Cidl ‘assiège avec soin, sans employer la russe’’, y Huntington “My Cid he seiged it well nor trick employed”» (art, ‘ardid de guerra’).
«Bello, Obras ii 284, anotando el v. 3092 dice: “parece darse a entender que el Cid llevaba por divisa bandas de oro sobre campo rojo; Argote de Molina (Nobleza de Andalucía, i, cap. 120) dice que decian que las armas del Cid fueron en escudo rojo una banda verde con perfiles de oro… pero es dudoso que en tiempo del Cid hubiesen ya empezado a usarse estas divisas en los escudos i estardartes”. El Rodrigo, que las usa, es muy posterior al Cantar de Mio Cid: “estonce traya el conde a cinco vandas las armas, e las dos eran yndias e las tres de oro colado» Rodrigo 116”» (banda, ‘ceñidor’).
«y posaua es otra errata [Nota a pie de página: Ya leyeron pasaua tanto Bello, Obras ii, 207, como L. de Monge en 1887, p. 279; y G. Baist, en Zeit v, 69 n.]» (Burgos, ciudad).
«‘parte principal, cabeza’ la tienda… que de las otras es cabo 785, ‘que es la más rica de todas’ (como entiende bien D. Hinard: “qui de toutes est la principale”), siendo incomprensible cómo Bello, Obras ii p. 361, cita este verso como ejemplo de “cabo de, locución prepositiva ‘cerca de’ (cabo, ‘parte externa’).
«Al abandonar su casa el Cid, dejaba los postigos sin cerradura; Bello (Obras ii 199) halló esto poco claro, y leyó: uzos sin estrados, fundándose en la Crónica Particular del Cid (v. p. 132, 133); pero véase s.v. uço, un texto que habla de la “serradura” del “uzo”. Por otra parte, un ilustre romanista me proponía interpretar cañado de cannatu, ya que en España se conserva aún la cancela de reja, sucesora de los “clathri” romanos. Pero el sentido de ‘ceradura’ es indudable» (cañados, ‘cerraduras, candados’).
«dauan sus corredores 1159; Bello, Obras ii p. 123 y 365, lee: adoban sus corr., y traduce: corredores ‘caballos’; pero el pasaje pide aquí otro sentido: ‘soldados que hacen correrías para coger presa’, y con esta acepción, hallamos “corredores” Biblia Escur 7» (corredor, caballo corredor).
«Véase adelante el verbo dar, que tampoco admite Bello, y está bien justificado, sin que deba leerse [an]dauan sus corr. ó [man]dauan, ni dauan sus correduras, como cualquiera pudiera creer» (corredor, caballo corredor).
«‘fuerzas, vigor físico de la persona’; este es el sentido que se desprende de la frase sin cosimente son 2743, aplicada á las hijas del Cid maltratadas; esa frase no quiere decir que ‘estén sin sentido ó conocimiento’, como interpretan D. Hinard, Poëme p. 100, y Bello, Obras ii p. 365, empeñados en una falsa asimilación á “conocimiento”, pues admitida esta acepción, no tendría razón de ser el que más adelante nos dijese el poeta que las dueñas hay non pueden fablar 2747» (cosiment[e], ‘merced, favor’).
«Bello lo creyó sustantivo [se refiere al adjetivo ‘criminal’], sin apoyo alguno» (criminal, ‘pecado criminal’).
«Ignorando esta acepción [‘enviar, despachar’], D. Hinard, Poëme p. 81 n., vió en el v.1159 del Cantar el sentido de ‘aller’, y Bello propuso una mala corrección que indicamos s.v. corredor» (dar, ‘donar’).
«No se justifica de ningún modo la interpretación de Sánchez: “dulce, adjetivo que se aplicaba á la espada bien afilada”, ni la de Bello: “dulce, dícese metafóricamente de la espada que corta i rebana blanda i suavemente, con poco esfuerzo de la mano”; respecto del filo de la espada ya dice el verso citado que son taiadores, de modo que no habría razón para tomar el otro adjetivo como inñutil equivalente de ‘afilado’, aunque no se conservase modernamente la aplicación de dulce á la elaboración del metal» (dulçe, ‘dulce, grato’, aplicado al sueño).
«En el sentido restricto de ‘tierra de labor’, heredades 460, estropea el asonante (aunque Bello y Lidforss lo dan por bueno; Cornu, Litbltt, lo rechaza, con razón)» (heredad, ‘propiedad teritorial rústica’).
«el falso criminal 342; hoy es de uso familiar, “le levantó un falso”, “no levantó falsos”, lo mismo en España que en América (véase J. García Icazbalceta, Vocab. De Mexicanismos, 1905, p. 210 b); no obstante, Bello lo ignoraba, cuando, en la frase de El Cid, tomó criminal por sustantivo equivalente á ‘acusación, calumnia’, Obras ii 366» (falsso, ‘falso testimonio’).
«Bello, Obras ii 378, cree que acaso hay que leer fasta l’alba, como lo indica el verso siguiente; pero no es preciso cambiar la preposición, pues faza significa ‘hasta’ y ‘hacia’ en un mismo documento Toledano» (faza, ‘hasta’, ‘hacia’).
«El sentido de ca todos fechos son 3233 es incomprensible [Nota a pie de página: D. Hinard tradujo, sin más, “car ils sont tous faits”, y en nota al v. 3231, dice que relacionando este pasaje con el del v. 2103 y siguientes, se siente uno tentado á ver aquí un malicioso epigrama. Restori, Le Gesta, p. 227, manda traducir fecho por ‘pronto’ (así Huntington: “are all prepared”); y Bello, Obras ii 378, traduce fechos por ‘completos, enteros’, equivalentes que ni siquiera hallo propios al pasaje]» (fazer, ‘arruinado en la hacienda’).
«Las etimologías propuestas hasta ahora están reunidas y rebatidas por K. Pietsch, The spanish particle He, Diez lo deriva de vide, Ascoli de ad fĭde, como aseveración; Bello (Obras ii, p. 350 y 378), y Ford, de habete; el mismo Bello,Gram § 581, de habe, opinión seguida por Pietsch, pero rechazada por Cuervo, nota 80 á Bello. La forma antigua ora con f, ora con h, no queda exlicada con la comparación del aislado “finchir” (ya que “farre!, fola, finojo” tienen una aspiración ó una analogía que no cabe invocar para habe). En cuanto al uso sintáctico, Bello, pensando en habete, creyó que afe «se usó siempre como segunda persona del plural i nunca se dirijió á persona que se tratase de tú, pues en este caso se decía evas habeas», lo cual es inexacto» (fe, ‘adverbio demostrativo he’).
«No sé con qué fundamento, Bello interpreta en su glosario “lumbres ‘teas’”» (lumbre, ‘luz, como cirio ó vela’).
«un mal dístico con las asonantes plata: minguaua, es admitido por Bello, Restori y Lidforss» (menguar, ‘faltar’).
«Y el cauallo asorrienda e mesurandol del espada, sacol del moion 3666, hemos de traducirlo: ‘refrenó el caballo, y apartándolo para resguardarlo de la espada, lo sacó del mojón’; el sujeto de los tres verbos es evidentemente Diego, como interpreta D. Hinard, no Martín, como sin comprender el pasaje, supuso Bello, Obras ii 203, quien además traduce: “mesurándol quiere decir ‘midiendo al infante’”. No; el juglar dice que Diego siente gran miedo de la espada Colada, y por retirarse de ella, él mismo se sale del mojón, sin que le eche fuera su contendedor» (mesurar, ‘medir’).
«eran, probablemente, las lanzadas de cuero que ataban el yelmo al almófar [Nota a pie de página: Sigo la opinión de D. Hinard (“les courroies du heaume”), más fundadamente expuesta por Restori, Le Gesta, p. 248. Sánchez había puesto “monclura, guarnición de arma, acaso viene de munire”. Bello: “es voz dudosa; cierta parte o adorno del yelmo”. No creo se trate de algo que equivalga á las carbonclas del yelmo de los moros, porque éstas se echan á parte 766 ó se tuellen 2422, pero no se cortan como las moncluras» (moncluras, ‘cortadas de un tajo; eran, probablemente, las lanzadas de cuero que ataban el yelmo al almófar’).
«pero no es admisible el significado de ‘magestuoso’ que da Bello, Obras ii 401, ni hace falta corregir *ledos como hace De los Ríos, Rev. De Esp. t. 71» (quedo, ‘comedido, humilde’).
«En el verso 230 Bello lee si el rey lo mio quisier tomar, pero no es necesaria una corrección, pues se trata de un lo neutro sin antecedente» (tomar, ‘coger, quitar’).
«la Crónica de Veinte Reyes nos ofrece, en el lugar correspondiente, el nombre Quarto, y con éste queda satisfecho el asonante del verso 1711 [Nota a pie de página: Todos los críticos reconocieron como evidente que este verso debe estar asonantado en ao. Bello, Restori y Huntington trasponen sus hemistiquios: Por las torres de Valencia salidos son (todos) armados; Lidforss hace lo mismo, pero manteniendo todos. Esta corrección me parece, en rimer lugar, más violenta que la mía; después hallo enteramente imprecisa é inaceptable la expresión torres de Valencia, tratándose de una ciudad que tenía tantas puertas; en fin, la errata Vançia (desconocida de los críticos anteriores) nos sugiere que en esa palabra precisamente está el error del copista, y á remediar ese error viene la Crónica de Veinte Reyes con el nombre Quarto]» (Valençia, ciudad).
«Este verso resulta largo [No las deuiemos tomar por varraganas si nom fuessemos rogados], y Bello, Obras ii 281, dice “por barraganas es, a mi parecer, interpolacion, porque nadie pudo rogar a los infantes que tomasen a las hijas del Cid por barraganas”. Restori, Lidforss y Coester hacen la misma supresión que Bello. Pero téngase en cuenta que el juglar quiere hacer decir á los infantes una gran fanfarronada, y que la supresión de por barraganas dejaría sin sentido el verso 2761, y haría á este pasaje perder su paralelismo con 3276-3277» (varragana, ‘manceba, concubina’).
Referencias afirmativas:
«De campear, p. 242, y éste de campu. R. Dozy, Recherches ii 58, sienta como fuera de discusión que campeador nada tiene que ver con campus, sino con el teutónico champh ‘duellum’; nada más que porque el antiguo significado del aleman Kampf ‘duelo’, opuesto á “lantstrit” satisfacía mucho á su teoría, que acabamos de desechar. Pero esto á nadie convenció. “No veo la necesidad de ir á buscar en el alemán, como lo hace larga i eruditamente M. Dozy, lo que nos tenemos en casa”, dice Bello, Obras ii 77» (campeador, ‘batallador, vencedor’, usado sólo como epíteto del Cid).
«En el verso Moros en paz, ca escripta es la carta 527, la índole propia de tal carta es sin duda la de ‘escritura, capitulación por escrito’, entre los moros y el rey, como intepreta Bello, Obras ii 362, apoyándose en la Tercera Crón Gral fol. 303 c» (carta, ‘pergamino’).
«Nota a pie de página: Sánchez interpretó “Deprunar, Pasar, transitar”, y D. Hinard ‘descendre’, creyendo que “ce mot deprunar (peut-être altéré par le copiste) me semble venir du provençal deburar (verser)”. Bello dio ya la buena interpretación» (deprunar, ‘bajar una cuesta’).
«‘quitar algo que cubre una cosa’, ¿a quem descubriestes las telas del coraçon? 3260, construcción elegante, nota Bello (Obras ii p. 288), análoga á la del verso 3099; como se decía “ubrir un manto a uno», por ‘cubrirle con un manto’, á semejanza de «ceñir la espada a uno”, por ‘ceñirle con ella’, se decía “descubrir un manto a uno” por ‘quitarle el manto de encima’, á semejanza de “desceñir a uno la espada”, por ‘quitársela’» (descubrir, ‘revelar lo que estaba secreto’).
«meçió myo Çid los ombros e engrameó la tiesta 13; creo que tiene razón Bello, Obras ii 201, al interpretar este verso: “el ademán que se describe es semejante al que usaban los romanos para rechazar los malos agüeros: nec maximus omen abnuit Aeneas” (Aeneid v 531). El significado que damos al verbo es indudable [Nota a pie de página: Bello lo conoció, al interpretar ‘sacudir, menear’]» (engramear, ‘sacudir, menear’).
«En la crónica arábigo-marroquí, Alholal Almauxíya, escrita en España el año 1381, se habla de tiras o bandas de “excarí” (x árabe, igual á s castellana), donde otros códices ponen “excarlath” Simonet, p. 190. Esta confusión de las dos voces no creo apoye la caprichosa interpretación de Sánchez “escarín tela fina de color de escarlata, acaso lo mismo que escarlatín”. D. Hinard, Poëme, p. 301, lo compara al “escarimant” que se halla frecuentemente en las novelas caballerescas francesas, y que se supone fuese una tela de seda de color de púrpura. Contra todo esto objeta con razón Bello, Obras ii 375, que la cofia de escarin que llevaba el Cid era blanca commo el sol 3493, como blancas eran las que llevaban los caballeros franceses, “une coife qui tout iert blanche”, simbolizando, decíase, la limpieza del alma» (escarín, ‘tela muy fin de lino’).
«No ha sido comprendido así el pasaje [‘en Medina todo el recabdo está’]: Sánchez pone dos puntos al final del v. 1493, “deprunar”, y Vollmöller como, donde se ve que toman el sustantivo recabdo como significativo de toda la gente de Muño Gustioz y Abengalbon; lo mismo Bello, que aclara más la idea leyendo: E [ya] en Medina todo el recabdo está» (estar, ‘existir’).
«En el Cantar no se nombran los gallos de media noche, sino los segundos gallos: a los mediados gallos, antes de la mañana 1701, Passando ua la noch, viniendo la man, A los mediados gallos pienssan de caualgar 324, y Bello interpreta acertadamente “a los mediados gallos, al tercer nocturno, a las tres de la madrugada”» (gallo, ‘El canto de los gallos marca las horas de la noche’).
«Lidforss se opone, con razón, á suprimir de la gan. en 165, según pretende Restori; para acortar algo el hemistiquio, quisiera Lidforss suprimir el artículo, y Cornu, Litblatt, aprueba; Bello había hecho ya esa supresión, que acepto por mi parte, y desecho cualquier otra corrección violenta que se pudiera idear, como Non les dies de la gan. myo Cid un dinero malo» (ganançia, ‘interés’, opuesto a capital).
«Como el señor alimentaba á sus vasallos en las expediciones (249), el gasto hecho en la comida indica el número de expedicionarios, y así por que creçio en la iantar 304 es sinónimo de quel creçe compaña 296, como entendió Bello, Obras ii 214: ‘se le agregaron nuevos partidarios, (mientras D. Hinard y Lidforss corrigen creçió en laiuntar)» (iantar, ‘comida’ especialmente del mediodía).
«Esta significación (dada por Bello, Obras ii 402, y por D. Hinard, Poëme, p. 39) me parece evidente, aunque Sánchez quiere que quiñonero sea ‘quiñón, parte de algún repartimiento’» (quiñonero, ‘repartidor del botín’).
Si se observa con objetividad el repertorio anterior, se verá que son pocos los momentos en donde con abierta consideración el filólogo español rompa lanzas en favor de Bello o en el que se destaquen con rotundidad los logros, atisbos, vislumbres y genialidades del caraqueño en materia tan difícil como es la relativa al Cid. Bello no disponía de las obras y de otros materiales documentales con los que hoy trabajamos. Menéndez Pidal, no siempre matiza suficientemente esto y luce muchas veces reacio a aceptar lo que Bello había postulado. En líneas generales, lo corrije, lo cuestiona y lo deja mal parado cuando no existe acuerdo entre lo señalado por Bello y lo afirmado por él mismo. Era, por otra parte, el habitual procedimiento de una ciencia que despersonalizaba sus juicios cada vez con más firmeza. Quizá la referencia más reveladora de lo dicho sea la que se consigna en el artículo de la voz falsso, en donde parece reclamar a Bello que no acertara en la dirección del lexicógrafo mexicano Joaquín García Icazbalceta, por el solo hecho de ser hispanoamericano y por tratarse de un uso hispanoamericano recogido por el padre de la moderna lexicografia mexicana:
«el falso criminal 342; hoy es de uso familiar, “le levantó un falso”, “no levantó falsos”, lo mismo en España que en América (véase J. García Icazbalceta, Vocab. De Mexicanismos, 1905, p. 210 b); no obstante, Bello lo ignoraba, cuando, en la frase de El Cid, tomó criminal por sustantivo equivalente á ‘acusación, calumnia’, Obras ii 366»19.
En cuanto a las valoraciones positivas, debe subrayarse el hecho de la profusa citación, cosa que indica el lugar destacado y la importancia en que Menéndez Pidal tenía la edición trabajada por Bello, que, lo diga así o no, siempre lo inspiró al punto de poderse encontrar algunos paralelismos entre la concepción general de su investigación y los informes que la reportan. En deprunar y gallo encontramos los mejores sintagmas de afirmación, respectivamente: «Bello dio ya la buena interpretació»20 y «Bello interpreta acertadamente»21.
Una conclusión debe desprenderse del análisis ponderativo que hemos hecho sobre la crítica de Menéndez Pidal hacia Bello, que trascienda el puro detalle y que evalúe con miras más altas las reflexiones del filólogo gallego. No es otra que verlo en relación con el bellismo22, esa corriente de seguimiento de sus aportes a la comprensión de la lengua, bien desde la lengua misma (como en la gramática castellana23), o bien desde la literatura (como en su filología cidiana)24.
En el citado artículo, escrito a raíz de la publicación de la edición caraqueña de las Obras completas, el año 1951 (la reseña de Menéndez Pidal aparecerá en 1954), se asienta el bellismo de un Menéndez Pidal que ronda los 85 años, y que es capaz de evaluar y venerar con generosidad el aporte del sabio caraqueño.
Como un bellista consagrado, produce una síntesis sobre la importancia que reporta la edición caraqueña de las Obras completas:
« La aparición de los primeros tomos de una nueva edición de Obras Completas de Bello es un verdadero acontecimiento cultural. La Comisión Editora ha desplegado la más celosa actividad en acoplar nuevos manuscritos e impresos de esas obras, así que la nueva edición, a juzgar por lo ya publicado, contendrá bastante inédito y todo mejor publicado que en la edición aparecida en Chile entre 1881-1893. Tendremos una renovación total de la bibliografía bellista. Además los tomos aparecidos van acompañados de estudios especiales encomendados a personas de altura y de especial competencia (bastan sus insignes nombres: Fernando Paz Castillo, Juan David García Bacca, Amado Alonso, Ángel Rosenblat), que renuevan la crítica sobre las obras publicadas, tarea bien necesaria, ya anticuados los estudios preliminares de las diversas obras en la edición chilena, y siendo necesario situar de nuevo la obra de Bello en el ambiente cultural de cuando se produjo y en el de los lectores de hoy»25.
Finalmente, se aventura con justicia a una valoración definitiva. Destaca la universalidad de Bello, como el mayor emblema de la cultura de Hispanoamérica, calificándolo en ella de genio. Para Menéndez Pidal son tres las cualidades que hacen grande a Bello: la vastedad de su curiosidad investigativa y de estudio, la altura de su visión y la serena ecuanimidad en sus juicios. En definitiva, he aquí las palabras con las que se cierra la crítica de uno de los más destacados bellistas españoles de todos los tiempos:
«Grande es la importancia de la empresa. La docta Comisión Editora insiste con acierto en que Bello no pertenece solamente a Venezuela, que le dio el ser, ni a Chile, que le dio segunda patria, sino a toda Hispanoamérica, desde Méjico a Buenos Aires. Esto es indisputable. Y Bello no es sólo una magna figura en las letras de América; es, por decirlo así, el genio epónimo de la cultura hispanoamericana en el siglo de la independencia. Lo es, por el vasto campo a que su atención se extiende, por la constante alteza de su visión y, sobre todo, por la serena ecuanimidad que alienta siempre en sus juicios; en medio del hervor revolucionario mantiene una firme moderación que le valió la acusación injusta de exaltados o envidiosos; en el más absoluto triunfo de una corriente literaria se sitúa sencillamente aparte, sin buscar en ello el halagüeño ruido de una polémica»26.
Francisco Javier Pérez
Asociación de Academias de la Lengua Española
Academia Venezolana de la Lengua
Pedro Grases, La épica española y los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid, Caracas-Barcelona-México, 1981, i [Obras. Estudios sobre Andrés Bello i. Investigaciones monográficas], pág. 338.↩
Colin Smith, La creación del Poema de Mio Cid, Barcelona, Editorial Crítica/ Grupo Editorial Grijalbo, 1985, pág. 62.↩
Johan Huizinga, La ciencia histórica, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2018, págs. 77-78. Introducción: Manuel Moreno Alonso. (Biblioteca histórica, 33)↩
George Duby, La historia continúa, Madrid, Editorial Debate, 1991, pág. 112.↩
“Allí Bello pudo disponer para sus estudios –y eficazmente dispuso–, de la valiosa biblioteca mirandina” (Carlos Pi Sunyer, Patriotas americanos en Londres, Caracas, Monte Ávila Editores, 1978, pág. 189. Edición y prólogo: Pedro Grases).↩
Andrés Bello, Cuadernos de Londres, Santiago de Chile, Editorial Universitaria/ Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/ Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2017, pág. 170. Prólogo, edición y notas: Iván Jaksić y Tania Avilés. Colaboración de: Miguel Carmona Tabja, Claudio Gutiérrez Marfull y Matías Tapia Wende. Epílogo: Hans Ulrich Gumbrecht.↩
Ibid., pág. 405.↩
Ibid., pág. 407.↩
Ibid., págs. 452-454. Otras citas a esta obra aparecerán en los cuadernos x, vi (aquí se citará, además, la Crónica del famoso et inuencible cauallero Cid Ruy Diez Campeador. Agora nueuamente corregida y emendada, impresa en Medina del Campo, el año 1552, por Juan María de Terranova y Jacome de Liarcari, págs. 609-613, 621-623 y 625-631, conocida, también, como Crónica de Medina; y la Crónica de Sevilla, págs. 613-615). En el cuaderno xiv, se cita extensamente la Crónica de Medina (págs. 691-702).↩
Ibid., pág. 457.↩
Ramón Menéndez Pidal, «La nueva edición de las Obras de Bello», España honra a don Andrés Bello, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1972, pág. 424.↩
Ibid., págs. 424-425.↩
Ibid., pág. 426.↩
Ibid., pág. 426.↩
Ibid., pág. 427.↩
Ibid., pág. 428.↩
Ramón Menéndez Pidal, En torno al poema del Cid, Barcelona, EDHASA, 1970, pág. 34. Algunos estudiosos, sin entrar en las diversas posiciones, han considerado como una vía más de estudio la propuesta de Bello. Sería el caso de Humberto López Morales quien, al momento de destacar las hipótesis sobre el origen francés de la épica castellana, establece el lugar de Bello en esta vertiente de la investigación. Asimismo, se refiere la influencia de Bello en el romanista Gaston Paris, no declarada expresamente por este último: “El origen francés de la epopeya castellana fue apuntado por Andrés Bello en 1834, y de nuevo en 1841. Aquí, al igual que en otras ocasiones, Gaston Paris repitió sin comillas los juicios críticos del venezolano, aunque ahondando más tarde en la teoría. Cf. su Histoire poétique, pág. 203” (Humberto López Morales, Historia de la literatura medieval española, Madrid, Hispanova de Ediciones, 1974, tomo i, pág. 68).↩
Ibid., pág. 232.↩
Ramón Menéndez Pidal, Cantar de Mio Cid. Texto, gramática y vocabulario, Madrid, Espasa-Calpe, 1954, tercera edición, iii [Vocabulario], pág. 682.↩
Ibid., pág. 620.↩
Ibid., pág. 700.↩
Habría que recordar que la voz “bellista” se incluyó en la décimo octava edición del Diccionario de la lengua española, el año 1956, a sugerencia de Pedro Grases y por empeño de Menéndez Pidal, durante su segundo mandato como director de la Real Academia Española, para designar, en sus dos acepciones, a lo: “Perteneciente o relativo a la vida y obras del escritor venezolano Andrés Bello. Dedicado con especialidad al estudio de las obras de Andrés Bello y a cosas que le pertenecen” (Pedro Grases, Algunos temas de Bello, Caracas, Monte Ávila Editores, 1978, p. 151).↩
Menéndez Pidal se adelantaba a señalar en una epístola-ensayo de 1917, que dirige a Aurelio M. Espinosa y a Lawrence A. Wilkins, y que al publicarla después la titularía como “La lengua española”, el acierto benéfico que las censuras gramaticales de Bello habían tenido sobre el uso popular del español en Chile, en sintonía con el uso culto y su práctica de consultar la gramática y el diccionario. Para Menéndez Pidal es Bello el hacedor del prodigio: “una muestra más popular de los resultados de esta misma tendencia la tenemos en el hecho de que las incorrecciones de lenguaje, que Bello censuraba a los chilenos en 1834, se hallen hoy desterrados por la mayor parte, gracias a la enseñanza gramatical” (Ramón Menéndez Pidal, La lengua de Cristóbal Colón, El estilo de Santa Teresa y otros estudios sobre el siglo xvi, Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1942, p. 111).↩
Grases completa una aproximación al bellismo en Menéndez Pidal, en la necrológica que escribe a raíz del fallecimiento del sabio de Chamartín, el año 1968, proponiendo un cuadro de relaciones con la sabiduría de su tiempo: «Si don Ramón no abarca la sobrecogedora y ancha dimensión de temas y tareas de polígrafos como Bello, Milá y Fontanals y Menéndez Pelayo, en cambio logra mayor perfección monográfica en los asuntos más especializados a que dedicó su poderosa capacidad de estudio. Bello estuvo requerido por la necesidad de dar educación integral, en todas sus facetas a los pueblos hispanoamericanos independizados políticamente; Milá y Fontanals y Menéndez Pelayo cumplieron tareas de extensión equivalente con la revisión de todo el caudal de temas de la civilización hispánica. Don Ramón, si bien redujo el ámbito de sus labores, gana en profundidad, pues logra ahondar hasta las raíces en los campos de sus investigaciones preferidas. Pero todos ellos son valores gigantescos en la continuidad histórica del pensamiento hispánico de los siglos xix y xx» (Pedro Grases, “Evocación de don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)”, 300 años de la Real Academia Española. Homenaje de la Academia Venezolana de la Lengua, Caracas, Academia Venezolana de la Lengua, 2014, pág. 51. Selección, compilación, presentación y notas: Francisco Javier Pérez.↩
Ramón Menéndez Pidal, «La nueva edición de las Obras de Bello», ob. cit., pág. 423.↩
Ibid., págs. 423-424.↩