Nota

NOTAS CRÍTICAS A LA POESÍA DE LOPE


Boletín de la Real Academia Española
[BRAE · Tomo XCVII · Cuaderno CCCXVI · Julio-Diciembre de 2017]
http://revistas.rae.es/brae/article/view/198


Me propongo comentar en este trabajo algunos pasajes de Lope que, a pesar del inmenso esfuerzo realizado por los precedentes editores y exegetas1, siguen reclamando explicación.

Filomena, 2.1014 (f. 51v)

En una enumeración de poetas aparecen los siguientes nombres:

«Phrasidemo y Antígenes»

Salta a la vista que Phrasidemo está corrupto. La enmienda más sencilla es corregir Thrasidemo: así se llama en la Ilíada el auriga de Sarpedón, según la vulgata (16.463; variante: Trasimelo). Ahora bien, ni Trasidemo ni Antígenes fueron poetas. Da la impresión de que Lope quiso burlarse del lector envolviéndolo en las sutiles redes de una onomástica poco común. Bien podemos imaginar las carcajadas homéricas del poeta, encantado de haber cometido una travesura erudita, al pensar los apuros que pasaría quien intentase buscar tales nombres en los magros repertorios bibliográficos de su tiempo2.

Filomena, La Tapada, 153-60 (f. 79r)

La abundancia de jabalíes en la finca del duque de Braganza trae a la mente de Lope la muerte trágica de Adonis, tan llorada por Venus. El poeta interpela a la diosa. De haber vivido el bello mozo en La Tapada,

153 Más presto de su sangre los rubíes
Que con tus ojos animaste tanto,
Fueran hojas de jaspes carmesíes,
Y cándidas aparte de tu llanto;
Tantos en ella son los jabalíes,
Que su tragedia te causara espanto,
Si verlos juntos te dejara ahora
El sol, que en dos crepúsculos te dora».

La coma del v. 155 está fuera de lugar: las «hojas de jaspes carmesíes y cándidas» se refieren a las anémonas, la flor en que se convirtió la sangre de Adonis, como refiere Ovidio (Met. 10.731-39). La construcción preposicional «aparte de» no me parece lopesca. A mi juicio, hay que entender «ay, parte de tu llanto», es decir, ‘causa de tu llanto’, aunque también cabe pensar en «ah», una exclamación más latina pero menos usada por el poeta.

Para facilitar la comprensión de los vv. 159-60, tal vez no sea inoportuno recordar que, si el sol dora a Venus en dos crepúsculos, ello se debe a que el planeta es tanto el Lucero vespertino como el matutino; y tanto al atardecer como al amanecer se distingue mal la piara de cochinos.

Filomena, La Tapada, 721-26 (f. 91r)

721 «Y aquí, señor, también que cuelgue es justo
la lyra a un roble deste verde monte.
Quien de tan alto sol (príncipe augusto),
Osó (si bien fue amor) morir Faetonte;
Otra mayor, mas no con mayor gusto,
Por vuestros altos cielos se remonte.

Sobra el punto (Blecua) o el punto y coma (Carreño) después de «monte». No hay señal prosódica alguna en la edición príncipe. Y con razón: el sujeto de «cuelgue la lira» –i. e., la acción que indica el término del canto– es la oración de «quien… osó»3. Lope intentó –por amor, no por rivalidad– imitar al duque (el sol, con quien don Teodosio es comparado numerosas veces), pero solo para perecer, como Faetonte, en el vano e insensato empeño. La idea es muy común en el poeta (cf. Filomena, Segunda parte, 22-23 [f. 31v] «las alas viles a intentar levanta / ser Faetón de su sol en desafío»). En el v. 725 «otra mayor» se refiere a la lira –épica– que en el futuro deberá cantar como se merecen las hazañas del Braganza.

Filomena, Ep. i 127-131

127 Lo que Roma leyó, lo que ha buscado
El forastero, estima el caballero
Y es del docto causídico alabado,
Tiene en su casa el senador severo,
Hurta el poeta; no es razón, Labulo,
Pierda por ti de su valor primero.

El punto y coma en v. 131 interrumpe el sentido. Hace falta poner solo una coma: «Hurta el poeta» es traducción de poeta carpit en Marcial (xi 24, 8), y a esta oración, tal y como sucede en latín, sigue la oración principal: propter te perit = «pierda por ti de su valor primero», cuyo sujeto es «lo que Roma leyó, ha buscado, estima, etc.»4.

Filomena, Epist. iv 31-34(f. 145v)

Las sales de Marcial y de Catulo
Allá las hurten páticos cinedos.

Aunque la construcción pleonástica pathicus cinaedus ‘bujarrón homosexual’ no se da en la literatura latina, sí aparecen juntas las dos palabras en Catulo (16.2 Aureli pathice et cinaede Furi y 57.2 improbis cinaedis, Mamurrae pathicoque Caesari), sin duda la fuente de Lope en este caso.

Amarilis a Belardo. Filomena, Epist. vi, 259-270 (f. 154v)

259 Y para darte más, no sé ni hallo.
Dete el cielo favores,
Las dos Arabias bálsamo y olores,
Cambaya sus diamantes, Tíbar oro,
Marfil Cephala, Persia su tesoro,
Perlas los orientales,
Rojo mar finísimos corales,
Balaxes los Zeylanes,
Áloe precioso Sarnaos y Campanes,
Rubíes Pegugamba, y Nubia algalia,
Amatistas5 Rarsinga
Y prósperos sucessos Accidalia.

En esta enumeración arquetípica de dones de las diversas tierras6 hay nombres que parecen sacados del Amadís; o, al menos, eso debieron de pensar los editores cuando mandaron a la imprenta el texto tal y como hoy lo leemos. Alguna duda, sin embargo, hubiera debido inspirarles la copulativa en el v. 268, una conjunción que interrumpe impertinentemente el esperado asíndeton. Y el caso es que, bien mirados, los aparentes monstruos lingüísticos comienzan a adquirir rasgos más humanos.

Cefala se corresponde con Sofala (Çofala en G. Correa y J. de Barros), una población situada en la costa oriental de África. Por Sarnau o Sornau (Mendes Pinto) se designó el reino de Siam, de modo que Sarnaos son sus habitantes. Otro etnónimo se encubre en Campanes, un error sin duda por Champanes, los habitantes de Champá (la Ziamba de Marco Polo, el actual Vietnam), a partir de un portugués champaas (así Mendes Pinto) o champães. En Pegugamba no es difícil reconocer y separar como es debido dos topónimos: Pegu (la capital de la Baja Birmania; Pegú es la acentuación normal) y Gambia, unida estrechamente a Nubia por la copulativa. Solo queda ya por corregir Rarsinga, que, sin esfuerzo alguno, se reduce a Narsinga, el nombre que, por su rajá Narashima, dieron los portugueses al reino de Vijayanagara (en portugués Bisnagá), que ocupó gran parte del Dekkán.

Dentro de su generalidad, los productos de cada tierra no están mal elegidos. Así, Sarnau y Champá exportaron áloe y sándalo; las dos Arabias, bálsamo e incienso; los mares orientales –las costas de Bahrein, la India y China–, perlas. El oro de Tíbar7 fue renombrado desde el siglo xv. El África tropical surtió a Europa de algalia, citada ya como mercancía codiciada en la Cronica dos feitos de Guiné de Azurara8. Sofala atrajo a los portugueses tanto por su oro –con Ofir creyeron haber dado los portugueses– como por su marfil9.

Con todo, es inevitable que se deslizaran en estos versos algunas imprecisiones. Ceilán tenía fama por sus gemas –«rubijs, olhos de gato, çafiras e outro genero de pedraria»10–, entre las cuales figuraban los «balais»11; sin embargo, desde el siglo vi, lo más preciado de aquel tesoro eran sus rubíes12: el que adornaba la corona de su rey llenó de asombro a Marco Polo. El reino de Narsinga abundaba en piedras preciosas, por más que descollase sobre todo por «hũa grande pedreira de diamães»13, una mina que no existía, por el contrario, en Cambaya, cuna de los activísimos comerciantes guzerates que Vasco de Gama encontró en Melinde.

Una persona cultivada –y Amarilis lo era– podía conocer entonces el mundo del Lejano Oriente por medio de varias lecturas. Por ejemplo, Camoes cita en Os Lusiadas muchos de estos exóticos nombres: «a terra de Cambaya… riquissima» (10.106, 5); Sofala (1.54, 4; 10.94, 7); Ceilán (10.107, 3-4 «Taprobana / que ora he Ceilão»); «o assento / de Pegu, que já monstros povoarão» (10.122, 1-2); Champá, «cuja mata he do pao cheiroso ornada» (10.129, 1-2) y «de Narsinga o senhorio», enaltecido por la tumba del apóstol santo Tomás (10.108, 5). Por otra parte, el Perú estaba inundado ya de las chinoiseries y mil curiosidades que traía todos los años a Acapulco el galeón de Manila y que llegaban de contrabando al puerto del Callao; era natural, en consecuencia, que las elites de los dos virreinatos sintieran una cierta curiosidad por conocer más a fondo los países que se encontraban en la otra orilla del Pacífico.

Tal vez la cuestión más intrigante que plantean estos versos es cómo se pudo colar tal cúmulo de errores en la edición príncipe. O bien era pésima la copia de la Epístola que entregó Lope a la viuda de Alonso Martín, o bien el tipógrafo, poco amigo de la Geografía, dormitó durante la impresión de esta tirada14.

La Filomena, Epist. viii 310-12 (f. 179r)

Al pie de la pegásida corriente,
Villamediana el menosino coro
Honra en puro metal resplandeciente.

Se impone corregir una errata palmaria de la edición príncipe: «menosino» está por mnemosino, como enmendó Carreño, un adjetivo derivado de Mnemósine, la Memoria, la madre de las Musas: así lo proclamó Hesíodo en su Teogonía, 54. Pero aún cabe afinar más: creo que la lectura correcta es nemosino. Lope redujo el grupo biconsonántico mn- a n-, como era normal en aquellos tiempos, aunque un poco más abajo (v. 400) respetase «gnidia». La misma construcción adjetival que aparece en «nemosino coro» ‘coro de Mnemósine’ la tenemos en «pasíteo decoro», ‘gala de Pasítea’ (ibidem, 315), «mármol arimaspe» ‘marmol de los arimaspos’ (ibidem, 334), «cerberos dientes» ‘dientes de Cérbero’ (La hermosura de Angélica, 20.39, 6), etc.

La Filomena, Epist. x (f. 193r)

Los versos en latín que anteceden al epicedio de Baltasar Elisio de Medinilla proceden de Estacio, Silvas, iii 3, 126-130: así lo indica la abreviatura «Estat.» (= Estatius) enigmático que sigue, bien desarrollada por Carreño15. Corríjase, por tanto, los amétricos florescentes y pubescentes (sin duda un desliz del propio Lope, empeñado en dar mayor emotividad a los verbos) en florentes y pubentes; manus es manu. La cita siguiente, en cambio, forma parte de un verso de Manilio (iv 16) nascentes morimur finisque ab origine pendet. Es muy probable, sin embargo, que Lope conociera el verso no por Manilio, sino por una inscripción en hexámetros de Tarragona (Hübner, CIL ii 4426; Bücheler, CLE 1489) que estaba dedicada a la muerte de un niño:

Aspice quam subito marcet quod floruit ante,
Aspice quam subito quod stetit ante cadit.
Nascentes morimur finisque ab origine pendet.

Mira cuán pronto se marchita lo que antes florecía. | Mira cuán pronto cae lo que antes estaba en pie. | Morimos al nacer y el fin pende del principio.

En efecto, el verso, transmitido también por una inscripción de Sutri (CIL xi 3273), tuvo gran fortuna entre los humanistas italianos del Quatrocento. Su popularidad no disminuyó en el siglo xvi. Ronsard, por ejemplo, imitó –más bien tradujo– el comienzo del hexámetro cuando en su Himno a la Muerte escribió «naissans, nous mourons»16. En España publicó el epigrama funerario de Tarragona Ambrosio de Morales17, quien alabó «la gracia y lindeza del Latín». Me parece muy probable que tanto la sentencia final como los demás versos fueran objeto de discusión en alguna sesión de las Academias matritenses a las que asistió Lope.

La Filomena, Elegía a Baltasar Elisio de Medinilla, 124-129

224 Que fue divino, Elisio, tu deseo,
Desde el principio de tu edad, cursando
Las puertas del platónico Liceo.
Honrar tu patria (que hoy te está llorando)
Con estudio inmortal, con nombre eterno,
Los pasados ingenios propagando.

Puede dudarse de si en el v. 126 hay que sustituir el punto por una interrogación (así en la príncipe, f. 196r, y en la de 1628, f. 173v). Lo que sí es seguro es que, de no ser una interrogación, hay que suprimir ese punto: los infinitivos honrar, florecer e y que completan la oración. En el v. 124 «divino» no concierta con «desseo», sino con Elisio, buscando una construcción pleonástica, ya que Elisio (Elysius) ha pasado a ser un diuus: «divino Elisio».

La Filomena, Canción por el marqués de Santa Cruz 99-109. (f. 200v)

98 El marqués de Santa Cruz ganó inmortal fama
Quando sobre las islas Curzolares
En el estanterol y la cruxía
Al fiero traze se mostrava armado,
Y cuando al lusitano en otros mares
Los cavallos navales oponía,
Del orgullo francés menospreciado;
Y traxo el rebelado
Cuello al mayor segundo,
De siete ninfas bellas,
Que no puede passar el mar sin ellas,
Nave española al contrapuesto mundo,
Exemplos eran que dexava entonces
Su nombre en las estrellas,
Su vida en libros y su fama en bronces.

Las comas puestas por Blecua y Carreño al final de los vv. 106 y 108 dificultan sobremanera la comprensión de este pasaje. «El cuello… de siete ninfas bellas» se refiere a la victoria de don Álvaro de Bazán en 1582 sobre el archipiélago de los Azores, que, en abierta rebeldía contra el Austria, había recibido en su suelo al Prior del Crato, apoyado por una armada francesa (a eso alude «el orgullo francés»). En estas islas –siete, de ahí las siete ninfas– hacía escala obligada «la nave española» que volvía del Nuevo (el «contrapuesto») Mundo: allí desembarcaron Cristóbal Colón, en 1493, y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en 1545, por poner solo dos ejemplos ilustres. «Mayor segundo» es un oxímoron por Felipe II; para indicar la metonimia convendría poner en mayúsculas Segundo. Y así está en la príncipe. Por otra parte, no es la única vez que se designa de esta manera al monarca: catholici Secundi successori se lee en una octava latina de la Angélica (20.14.4) que alaba a Felipe III. Lope, que participó en la jornada de la Tercera, la describió en un romance de El galán escarmentado18.

La Circe, Epist. i 49-51 (f. 151r)

Felipe IV ha de extender su imperio por todo el orbe terráqueo:

Sus islas le presente Sincapura,
Selvas del mar, y a su león ofrezca
Sus fieras Anián, Tabín su altura.

Sin contar con la explícita alusión a Singapur, en el último verso Lope hace referencia al Tabis. Con este nombre, desconocido para Blecua, llaman Plinio (vi 53) y Pomponio Mela (iii 7, 1) el último promontorio de Asia, y precisamente en la forma de acusativo Tabim. De ahí que necesariamente, a mi juicio, Anián haya de buscarse también en el Extremo Oriente, sin que quepa identificarlo, como quiere Blecua, con la «ciudad de las montañas de Judá». El cabo Tabis y el reino de Ainán se volvieron a poner de moda a raíz de las navegaciones de los ingleses y holandeses por el mar del Norte en demanda de la China. Así reza un pasaje de un libro publicado en 1621:

Inde Aestotilant et Ainan Regna ultima Asiae Boreali, ut aliqui volunt, continua sub polo Artico et zona frigida. Per hujusce Regni Ainan continentis littora Cabo de Fortuna ejusque maris angustias Hispani Estrecho de Ainan dicunt. Rebelles Vasalli regis Hispaniarum… Hollandi…ad regna Cathay et Sinarum… breviorem viam indagarunt. Sed in Oceano Tartarico non procul à Nova Zembla promontorio Tabin, per frigus intollerabile ac mare glaciale impediti… ab ursis ac lupis alijsque feris devorati simul et inedia perierunt»19.

Y, efectivamente, en las Relaciones universales del mundo de Juan Botero20 se lee: «En el segundo promontorio [Altai] se situan las provincias del Belgian, Arsaret, Argon y Ania, de las quales ay poca más noticia que de solos sus nombres». A mayor abundamiento, el todavía incógnito estrecho de Behring era conocido entonces con el nombre rimbombante de estrecho de Anián, un estrecho cuyo descubrimiento propuso a Felipe III un aventurero, Lorenzo Ferrer Maldonado, en los primeros años del siglo xvii. No es un azar, pues, que Lope lo citara en su Jerusalén: «Corrió la fama de la blanca Aurora / hasta el estrecho de Anián pequeño» (vi, f. 127r).

La hermosura de Angélica, 11.52, 1-6 (f. 111v)

Yo la violencia de Orión sereno,
Sossiego el mar ayrado y importuno,
Las alas de los vientos encadeno,
Que no se escapa de su cueva alguno
Sin dar, como lo sabe el mar Tirreno,
La deyopeya de la diosa Juno.

Lope cita veladamente los versos 1.71ss. de la Eneida, en los que Juno promete a Éolo entregarle a la ninfa Deyopea si el señor de los vientos desencadenaba una tormenta para destruir la flota de Eneas. Por tanto, quiere decir el poeta que la reina Mitilena, gran bruja, era capaz de levantar o amainar las olas con sus conjuros, sin necesidad de hacer regalo alguno al dios de las tempestades. Hay que reponer, pues, Deyopeya, Δηιόπεια, que es lo que se lee en la edición príncipe, poniendo una coma después de alguno (dos puntos tiene la príncipe). Lope castellanizó el nombre por analogía con epopeya.

La hermosura de Angélica, 13.34 (f. 128v)

El cosmógrapho escriva, que, al fin, pinta,
Si comprehende todo el mundo el mapa,
Gasta colores como negra tinta.
Ninguna ciencia de pintar se escapa:
De imágines adorna el ancha cinta
Del alto cielo y su estrellada capa
La Astrología; y por exemplo basta
El Aries ruvio y la donzella casta.

En el v. 3 entiéndase «gasta tantos colores como tinta». En el v. 8 otra vez falta una mayúscula en donzella; como indican el epíteto y el sentido, se trata del signo: Virgo. Aries es rubio por ser el vellocino de oro. Y Fósforo, no fósforo, se ha de imprimir también en 15.25, 8 («el matutino Fósforo»). Como me indica A. Carreira, «escriva» es un sustantivo.

Juan Gil

Real Academia Española


  1. Me valgo sobre todo de las dos últimas ediciones: la de J. M. Blecua (Lope de Vega, Obras poéticas, Colección Clásicos Planeta, Barcelona, Planeta, 1969, reproducida en 1983) y la de Antonio Carreño (Lope de Vega, Poesía, iv. La Filomena. La Circe, Biblioteca Castro, 2003). Cito siempre ajustando el texto al de la princeps: La Filomena, con otras diversas Rimas, Prosas y Versos, Madrid, 1621; La Circe con otras Rimas y Prosas, Madrid, 1624. Mi buen amigo el Prof. don Antonio Carreira ha leído este artículo, haciéndome muy valiosas sugerencias. Quede aquí constancia de mi agradecimiento.

  2. Otras veces es la rima la que impone su tiranía y fuerza la elección del nombre. Así ocurre en La hermosura de Angélica (11.31, 3-4: «no lo inventó Calígula sangriento, / Mezenzio, Domiciano y Damasipo»), donde Damasipo, el noble metido a cómico estigmatizado por Juvenal (8.185), pasa a codearse con tiranos execrables simplemente por ser consonante de «participo» y «anticipo».

  3. En el v. 496 tan es muy comprensible errata del tipógrafo español por tam. Extraña que no la hayan salvado los editores siguientes.

  4. Un punto innecesario aparece asimismo en Filomena, 1.88 (f. 3r: la construcción es «en un caballo… los dorados balcones… pasea») y en La rosa blanca, 32 (ff. 90v-91r: ahí termina la invocación; el verbo principal es «favorece», en el v. 41). En el v. 258 del último poema se debe poner coma, como en la edición príncipe (f. 95v), tras «en plano o sobre montes» («Así en la hermosa Venus te transformas» es un inciso; creo necesario hacer esta salvedad, porque de este verso Carreño hace empezar una interrogación).

  5. Lope usó la forma amatiste en la Filomena (Ep. 2.205 [f. 140r] «Decid la propiedad del amatiste») y en Rimas (A la creación del mundo, 233 «rosmarinos, ametistes»).

  6. Hay muchos ejemplos de estos catálogos de riquezas del mundo. Véase el siguiente de Lope: «Oro os ofrezca el indio, grana el tirio, / plata el iapón, coral el eritreo, / telas el medo, sedas el asirio, / perlas el moro, aromas el sabeo» (La hermosura de Angélica, 1.8, 1-4 [f. 2v]).

  7. «Madexas de Tíbar derramadas» escribió bellamente Lope (La hermosura de Angélica 3.10, 3 [f. 23v]) por ‘trenzas rubias sueltas’.

  8. «Diz [João Fernandes] que as cousas de que em aquella terra podem aver proveito os que vivem de mercadarya… que som aquelles Negros… e ouro… e ambar, e algallya, e anime, e pelles de lobos marinhos» (cap. 78, ed. Lisboa, Agência Geral das Colónias, 1949, ii, p. 347).

  9. Del «marfil de Orisa» (Orissá, en la India) habló Lope en La Circe, 2.240 (f. 32r).

  10. J. de Barros, Da Asia, Decada iii, liv. 2, cap. 1 (ed. Lisboa, 1777, v, pp. 112-113).

  11. F. Lopes de Castanheda, História do descobrimento e conquista da Índia pelos portugueses, ii 22 (ed. Oporto, 1979 [i, p. 261]).

  12. A «los rubíes de Zeilán» se refirió varias veces Lope (La rosa blanca, 430; La hermosura de Angélica, 8.41, 5-6; Jerusalén, xx 56, 1 [f. 518r]).

  13. Castanheda, ibidem, ii 16 (i, p. 244). «Índico diamante», escribió Lope en La hermosura de Angélica, 14.51, 8 (f. 142r).

  14. Claro está que en los nombres de lugar es donde más erratas se cometen. Un ejemplo: en La hermosura de Angélica editada por la Biblioteca Castro se lee «del [mar] que a Calabria aparta de Sevilla» (3.26, 6); salta a la vista que Sevilla es disparate por ‘Sicilia’; y Sicilia se lee en la edición príncipe.

  15. El título de la última composición de La Filomena es Castitas est res angelica, una sentencia de san Juan Crisóstomo, que no se debe dividir en dos partes (castitas est res y angelica), como hizo inadvertidamente Blecua.

  16. Oeuvres complètes de Ronsard (Bibliothèque de la Pléyade, Gallimard,), ii, p. 288.

  17. Antiguedades de las ciudades de España, Alcalá de Henares, 1575, f. 71v.

  18. Obras de Lope de Vega publicadas por la Real Academia Española (Nueva edición). Obras dramáticas, Madrid, 1916, i, pp. 118-19.

  19. Honorius Philoponus, Nova Typis transacta navigatio Novi Orbis Indiae Occidentalis, Adm. R.R.P.P. ac F.F. Rev. ac Il.mi Buellii Catalani, Abbatis Montiserrati, et in Universam Americam, seu Novum Orbem S.S. Apostolicae Legati, Linz, 1621, pp. 64-65

  20. Valladolid, 1603, f. 85r.